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Steven D. Levitt - Freakonomics

Aquí puedes leer online Steven D. Levitt - Freakonomics texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2005, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Steven D. Levitt Freakonomics

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AGRADECIMIENTOS

Conjuntamente, nos gustaría dar las gracias a dos personas que contribuyeron a la creación de este libro: Claire Wachtel, de William Morrow, y Suzanne Gluck, de la agencia William Morris. Éste es el tercer libro que Stephen Dubner ha escrito bajo sus auspicios; sigue estando agradecido y, en alguna ocasión, pasmado. Éste es el primer libro como tal de Steven Levitt, y, como era de esperar, ha quedado impresionado. Queremos dar las gracias a los colegas por su talento y apoyo desde ambas entidades: Jane Friedman, Michael Morrison, Lisa Gallagher, Debbie Stier, Dee Dee De Bartlo, George Bick, Brian McSharry, Jennifer Pooley, Kevin Callahan, Trent Duffy y muchos otros de William Morrow; Tracy Fisher, Raffaella DeAngelis, Kares Gerwin, Erin Malone, Georgia Cool, Candace Finn yAndy McNicol, y muchos otros de la agencia William Morris. También desearíamos expresar nuestra gratitud a los diferentes sujetos de este libro (especialmente a Stetson Kennedy, Paul Feldman, Sudhir Venkatesh, Arne Duncan y Roland Fryer) por su tiempo y preocupación. Gracias también a los amigos y colegas que nos ayudaron a mejorar el manuscrito, incluidos Melanie Thernstrom, Lisa Chase y Colin Camerer. Y a Linda Jines, a quien se le ocurrió el título: buen trabajo.

AGRADECIMIENTOS PERSONALES

Tengo una enorme deuda contraída con mis múltiples coautores y colegas, cuyas ideas llenan este libro, y con toda la gente amable que se ha molestado en enseñarme lo que sé de la economía y de la vida. Me siento especialmente agradecido a la Universidad de Chicago, cuyo Becker Center on Price Theory me proporciona el ambiente de investigación ideal; y también a la American Bar Foundation, por su camaradería y apoyo. Mi esposa, Jeannette, y nuestros hijos, Amanda, Olivia, Nicholas y Sophie, convierten cada día en un placer, a pesar de que añoramos muchísimo a Andrew. Gracias a mis padres, que me mostraron que ser diferente no era malo. Y sobre todo, quiero dar las gracias a mi buen amigo y coautor Stephen Dubner, un escritor brillante y un genio creativo.

S. D. L

Aún me queda por escribir un libro que no germine, o al menos no surja, de las páginas del New York Times Magazine. Éste no es una excepción. Por ello, doy las gracias a Hugo Lindgren, Adam Moss y Gerry Marzorati; también gracias a Vera Titunik y Paul Tough por invitar al Hombre de las Rosquillas a las páginas de Magazine. Estoy enormemente agradecido a Steven Levitt, inteligente, sabio y tan amable como para hacerme soñar —bueno, casi— que yo mismo me he convertido en economista. Ahora sé por qué media profesión desea tener un despacho adjunto al de Levitt. Y finalmente, como siempre, gracias a Ellen, Solomon y Anya, os quiero.

S. J. D.

STEVEN D LEVITT 29 de mayo de 1967 es un economista estadounidense - photo 1

STEVEN D. LEVITT (29 de mayo de 1967) es un economista estadounidense. Actualmente es profesor de Economía en la Universidad de Chicago y co-editor de la revista Journal of Political Economy. Fue premiado en 2003 con la Medalla John Bates Clark. En 2006, fue elegido por la revista Time como una de las «100 personas más influyentes del mundo».

STEPHEN J. DUBNER (26 de agosto de 1963) es un periodista estadounidense que ha escrito siete libros y numerosos artículos. Dubner es mejor conocido como co-autor del libro Freakonomics, su secuela de 2009, SuperFreakonomics y su secuela de 2014 Piensa como un freak. Vive en Manhattan con su esposa, la fotógrafa documental Ellen Binder, y sus dos hijos.

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¿Qué tienen en común un maestro de escuela y un luchador de sumo?

Imagine por un momento que es el director de una guardería. Tiene una política que establece claramente que los niños han de ser recogidos a las cuatro de la tarde. Pero los padres se retrasan con mucha frecuencia. El resultado: al final del día tiene a varios niños preocupados y al menos a un cuidador que ha de esperar a que lleguen los padres. ¿Qué hacer?

Un par de economistas que tuvieron noticia de este dilema —resultó ser bastante común— ofrecieron una solución: multar a los padres que llegaban tarde. Después de todo, ¿por qué la guardería debería cuidar de esos niños gratuitamente?

Los economistas decidieron probar su solución realizando un estudio en diez guarderías de Haifa, Israel. El estudio duró veinte semanas, pero la medida de multar a los tardones no se introdujo de inmediato. Durante las primeras cuatro semanas, los economistas se limitaron a llevar la cuenta del número de padres que llegaban tarde. Se producían, de media, ocho retrasos por semana y guardería. En la quinta semana se introdujo la multa. Se anunció que los padres pagarían tres dólares por niño cada vez que llegasen más de diez minutos tarde. La cifra se sumaría a la factura mensual, que ascendía a 380 dólares aproximadamente.

Inmediatamente después de que se introdujera la multa, el número de retrasos… aumentó. En poco tiempo, el número de padres que llegaban tarde a recoger a sus hijos ascendió a veinte, más del doble de la media original. El incentivo había fracasado de manera estrepitosa.

La economía parte de la base del estudio de los incentivos: cómo obtienen las personas lo que desean, o necesitan, especialmente cuando otros desean o necesitan lo mismo. A los economistas les encantan los incentivos. Les encanta idearlos e introducirlos, estudiarlos y retocarlos. El economista típico cree que el mundo aún no ha inventado un problema que él no sea capaz de resolver si se le da carta blanca para idear el plan de incentivos apropiado. Su solución quizá no siempre resulta agradable —puede implicar coacción o sanciones desorbitadas o la violación de los derechos civiles—, pero no cabe duda de que el problema original estará solucionado. Un incentivo es una bala, una palanca, una llave: con frecuencia se trata de un objeto minúsculo con un poder sorprendente para cambiar una situación.

Aprendemos a responder a incentivos, ya sean positivos o negativos, desde el comienzo de nuestras vidas. Si uno gatea hasta la estufa caliente y la toca, se quema un dedo. Pero si sus notas de la escuela son excelentes, obtiene una bici nueva. Si lo pillan hurgándose la nariz en clase, lo ridiculizan. Pero si juega en el equipo de baloncesto, asciende en la escala social. Si se pasa del toque de queda, lo castigan. Pero si se luce en los exámenes de selectividad, logra entrar en una buena universidad. Si sale de la Facultad de Derecho suspendido, tiene que ir a trabajar a la compañía de seguros de su padre. Pero si trabaja tan bien que una compañía de la competencia lo llama, asciende a vicepresidente y ya no tiene que trabajar más para su padre. Si se entusiasma con su nuevo trabajo de vicepresidente hasta el punto de regresar a casa a ciento treinta por hora, la policía le para y le multa con cien dólares. Pero si alcanza su proyección de ventas y recibe una bonificación al final del año, no sólo no le preocupa la multa de cien dólares, sino que además puede permitirse comprar esa cocina que siempre ha deseado, y a la que ahora su hijo puede acercarse a gatas y quemarse su propio dedo.

Un incentivo es, sencillamente, un medio de exhortar a alguien a hacer más algo bueno, y menos algo malo. Pero la mayor parte de los incentivos no surgen de forma natural. Alguien —un economista, un político o un padre— tiene que inventarlos. ¿Que su pequeña de tres años se come todas las verduras durante una semana? Gana una excursión a la juguetería. ¿Que un fabricante de acero desprende demasiado humo al aire? La compañía es multada por cada centímetro cúbico de sustancias contaminantes que sobrepase el límite legal. ¿Hay demasiados norteamericanos que no están pagando el impuesto sobre la renta? El economista Milton Friedman ayudó a encontrar una solución a este problema: la retención fiscal automática del sueldo del empleado.

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