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Peter Linebaugh - La hidra de la revolución

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Peter Linebaugh La hidra de la revolución

La hidra de la revolución: resumen, descripción y anotación

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Este libro, galardonado con el premio de la International Labor History Association, nos cuenta una historia oculta: la del proceso de globalización que engendró el capitalismo y la resistencia de los hombres y mujeres que lucharon durante dos siglos y medio contra él para preservar su libertad y sus medios de vida. El gran historiador norteamericano Howard Zinn lo ha calificado como «un libro maravilloso en que Linebaugh y Rediker recuperan la historia perdida de la resistencia a la conquista capitalista en las dos orillas del Atlántico». Personajes ignorados y luchas olvidadas, historias de violencia y de heroísmo que nunca han sido contadas reviven en estas páginas que, como ha dicho el profesor Ira Berlin, representan «un eficaz espejo para nuestro propio tiempo, en la medida en que nos enfrentamos a las iniquidades y la violencia que continúan marcando la globalización del siglo veintiuno».

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La hidra de la revolución — leer online gratis el libro completo

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AGRADECIMIENTOS

Nuestra colaboración surgió a partir de una conferencia sobre el tema «El mundo al revés» que se organizó en 1981 con la ayuda de la Universidad de Pennsylvania y el Philadelphia Center for Early American Studies en honor de Christopher y Bridget Hill. Mantuvimos nuestra colaboración en conferencias posteriores, en Miami, Baltimore, Claremont, Milán, Atlanta, Nueva Orleans, Halifax (Nueva Escocia), Boston, Moscú, Chicago, Amsterdam, Londres, Detroit, Pittsburgh, Toledo, Durham, y Los Ángeles. Expresamos nuestro agradecimiento a aquellos que organizaron aquellos encuentros y a los que comentaron nuestro trabajo. También damos las gracias a Bryan Palmer y Gregory Kealey, que nos dieron la oportunidad de publicar algunos de nuestros primeros hallazgos, y al Midnight Notes Collective, que nos ayudó a reflexionar. Asimismo nos sentimos en deuda con aquellos cuyos proyectos de temas afines al nuestro han sido tan importantes para nosotros: Julius Scott, Robin D. G. Kelley, Robin Blackburn, Michael West, Paul Gilroy, Susan Pennybacker, James Holstun, Dave Roediger. Nuestro agradecimiento a Staughton y Alice Lynd y al Workers’ Solidarity Club de Youngstown. Damos las gracias a los compañeros que nos recordaron mientras ellos seguían avanzando antes de que nosotros termináramos: John Merrington, George Rawick, Raphael Samuel, Edward Thompson, Jim Thorpe, Gwyn Williams. Expresamos un agradecimiento especial a nuestros colegas de Beacon Press: a Edna Chiang, siempre dispuesta a colaborar; a Dorothy Straight, por la meticulosa y hábil corrección del manuscrito, y a nuestra editora, Deb Chasman, que se puso en contacto con nosotros para tratar de este proyecto hace siete años, y que desde entonces a aportado su catalítica inteligencia, su energía, su humor y su sabiduría. Estamos profundamente agradecidos.

Yo, Peter Linebaugh, doy las gracias a los miembros de mi familia —especialmente a la abuela Jean, a Nick y Joanne, a Andy y Linda, a Lisa y Scott, a Dave, a Tom y a Charlotte y a Kate— siempre dispuestos con el barco. Gracias a Janet Withers y a su hospitalario embarcadero. Gracias a Denis y Edna por mostrarme los acantilados de creta una vez más. Gracias a Dan Coughlin y Dave Riker por su trabajo en el cabrestante La Ciudad y por las salomas de despedida y bienvenida. Gracias a Silvia Federici, George Caffentzis, Nancy Sheehan, John Willshire, Nancy Kelley, Monty Neill y Massimo De Angelis por darnos ánimos. Gracias a Bettina Berch por su hospitalidad detrás de los cayos de Belice. Gracias a Riley Ann, un experimentado compañero de a bordo que me acompañó desde el mar Caribe hasta el mar de Irlanda, y a Michaela Brennan que trabajó conmigo en Spanish Town, Belice, el Museo Británico, Dublin, Kew Gardens, y Chancery Lane, donde nos zambullimos juntos en un mar de archivos. «El estudio completo de la historia» implica utilizar métodos poco ortodoxos; Michaela halló la casa de los antepasados de Despard gracias a unas risas y una charla con el zapatero de Mountrath.

Mi agradecimiento a la Fulbright Travel Fellowship por las visitas a Río de Janeiro, Sao Paulo y Bahía en 1982, donde contemplé el cielo del hemisferio austral y la Hidra. Gracias por la ayuda prestada por la Universidad de Toledo desde el College of Arts and Sciences y el Departamento de Historia, en particular por la ayuda de Carol Menning, Al Cave, Roger Ray y Ruth Herndon, así como de Abdul Alkalimat (de Africana Studies) y del Black Radical Congress. Gracias a mis alumnos Ty Reese, Jeff Howison, Jason Hribal y Manuel Yang, que treparon ágilmente por los obenques y manejaron las bombas de achique. Gracias al Departamento de Historia y Literatura del Harvard College, especialmente a Janice Thaddeus, Noel Ignatiev, Brenda Coughlin, Jonathan Taylor y Philipe di Wamba. ¡Grandes marineros! Más cerca del puerto, en la Universidad de Massachusetts, mi agradecimiento especial a Richard Horsley y Charlie Shively por las claras campanadas euando había niebla. En Boston, mi agradecimiento a Carol Flynn y su cuadrante y a Edward Kamau Brathwaite y su caracola. Gracias a Bill Jones, Bill W. y a mis amigos de Grace. Gracias a los colaboradores y críticos Iain y Gillian Boal del Retort Group de Berkeley, Philip Corrigan, Jim Holstun, Rip Lhamon, Jr., Jo Stanley, Lew Daly, Winston James, Alan Dean Gilbert III, Deborah Valenze, Steven Colatrella, Marty Glaberman, Ferruccio Gambino, Olivia Smith y Dorothy Thompson. Gracias a John Roosa por su trabajo con los Documentos Burdett en Oxford. Mi agradecimiento a Peter King por ayudarme con los Archivos Assizes. Gracias a Yann Moulier Boutang por De l’esclavage au salariat: Économie historique du salariat bridé (Presses Universitaires de France, París, 1998). Gracias a Kevin Whelan por presentar el Green Atlantic, y a Luke Gibbons, Tommy Graham y Daire Keogh, que me recibieron amablemente en la asociación del ’98 y en la Conferencia del Bicentenario en Belfast y Dublin. Mi agradecimiento a Robert Scally de la Irish House que está en la Universidad de Nueva York, a Alf Lüdtke y Hans Medick del Max Planck Institute de Gottinga y a Richard Price y Sally Price, de la Martinica. Muchas gracias a Glyn Duggan por ayudarme en el archivo documental de la Iglesia baptista de Broadmead en Bristol; al venerable H. H, J. Gray, de Saint Peter’s Mountrath, condado de Laois, República de Irlanda; al reverendo D. Vidler, Priests House, Putney, Londres, y a J. Joseph Wisdom, el bibliotecario de la catedral de Saint Paul, por su generosidad con los registros y con sus propios conocimientos. Mi agradecimiento al Sr. y a la Sra. M. H. Despard, de Chelsea, Londres, por darme permiso para utilizar los documentos de la familia Despard. Gracias al personal de la Biblioteca Pública de Boston, a Arlene Shy de la Biblioteca William L. Clements (Universidad de Michigan), al personal de la Biblioteca Houghton (Universidad de Harvard), del Institute of Historical Research (Londres), del Wellcome Institute for the History of Medicine, a Malcolm Thomas de la Biblioteca Friends (Londres), a la Biblioteca Pública de Detroit, a los Archivos Nacionales de Brasil (Río de Janeiro), a la Biblioteca Nacional de Irlanda, a los Archivos Nacionales de Irlanda, a la Biblioteca Nacional de Jamaica (Kingston) y a los Archivos Nacionales (Spanish Town), al Public Record Office (Archivos Nacionales) de Irlanda del Norte (Belfast), a la Biblioteca Rylands de Manchester, a la Biblioteca Bodleiana de Oxford, y al personal que gestiona las colecciones especiales de las bibliotecas universitarias de Toledo y Notre Dame.

Yo, Marcus Rediker, me uno a Peter en los agradecimientos a las personas e instituciones anteriormente mencionadas y añado a la lista las numerosas personas que me han ayudado en los Archivos Nacionales (Public Record Office) de Gran Bretaña, Chancery Lane y Kew Gardens, en la British Library and Manuscript Collections, en la Biblioteca del Congreso, en la Biblioteca Pública de Nueva York, en la New-York Historical Society, la Biblioteca del Estado de Virginia, la Biblioteca Carnegie Library de Pittsburgh, y las Bibliotecas Hillman and Darlington de la Universidad de Pittsburgh. Asimismo expreso mi agradecimiento al National Endowment for the Humanities, a la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, la Andrew P. Mellon Foundation, y la Universidad de Pittsburgh (especialmente al Richard D. and Mary Jane Edwards Endowed Publication Fund) por las becas que han sostenido este proyecto. Gracias a los amigos que me han ajmdado generosamente durante años: Joseph Adjaye, Reid Andrews, Ira Berlin, Eric Cheyfitz, Jim Collins, Susan G. Davis, Seymour Drescher, David Goldfrank, Graham Hodges, Shan Holt, David Johnson, Paula Kane, Jesse Lemisch, John Markoff, Gary B. Nash, Robert Resch, Rob Ruck, Satán y Adán (Sterling Magee y Adam Gussow), Sharon Salinger, Dan Schiller, Hisham Sharabi, Richard Sheldon, Dale Tomich, Judith Tucker, Daniel F. Vickers, Shane White, Alfred F. Young y Michael Zuckerman. Gracias a Norman O. Brown, quien, después de una larga discusión sobre el proletariado atlántico, afirmó alegremente: «Eppur si muove!». También doy las gracias a mi grupo, los miembros del Seminario de Historia de la Clase Trabajadora de la Universidad de Pittsburgh: Wendy Goldman, Maurine Greenwald, Michael Jiménez, Richard Oestreicher, Steven Sapoisky, Csaba Toth y Joe White. Gracias a mis alumnos del pasado y del presente: Thomas Barrett, Thomas Buchanan, Alan Gallay, Gabriele Gottlieb, Douglas R. Egerton, Rick Halpern, Forrest Hylton, Maurice Jackson, Craig Mann, Margaret McAleer, Charles Neimeyer, Scott Smith y Cornell Womack, cuyo trabajo ha sido una inspiración. Gracias a la variopinta cuadrilla de Free Mumia, y en particular al propio Mu, que me animó en este proyecto con sus cartas, con las intensas discusiones en el diminuto cubículo que es la sala de visitas de la prisión SCI-Greene (Waynesburg, Pennsylvania) y con el ejemplo de su manera de pensar libre, animosa y alegre, a pesar de estar encarcelados en el corredor de la muerte. Finalmente, un agradecimiento especial a mi esposa, Wendy Goldman, que contribuyó a que este libro fuera posible, sobre todo leyendo unos borradores interminables y diciéndome lo que pensaba realmente, que no siempre era lo que yo deseaba oír. Gracias también a Ezekiel y Eva, y a mi hermano Shayne. Mi madre, Faye Ponder, no ha vivido lo suficiente para ver este libro terminado, pero, sin embargo, en memoria dfe ella, deseo decirle, que el círculo no se ha roto.

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