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Thomas, Hugh, La Guerra Civil española
ABC
AHORA
CLARIDAD
EL DEBATE
EL SOCIALISTA
EL SOL
MUNDO OBRERO
RENOVACIÓN
EPÍLOGO
Las causas que determinaron el fracaso de la Segunda República podrían resumirse con la popular metáfora del agua y el aceite, porque fue proclamada por un frente electoral condenado de antemano al fracaso por sus ideologías y proyectos políticos antagónicos. Tan solo bastaron siete meses para la primera ruptura (salida de Alcalá-Zamora y de Maura del Gobierno), y un total de diecinueve, para su espectacular desmoronamiento en las elecciones de noviembre de 1933.
El principal factor determinante de su autodestrucción, fue la decisión de que debería ser exclusivamente de centroizquierda y gobernada por partidos republicanos. Bajo el liderazgo ideológico del jacobino Azaña, apoyado por tres ministros socialistas, durante el «primer bienio» no asumieron las reglas de la democracia liberal como un ideal rector y supremo, sino como meras herramientas funcionales a los mezquinos trapicheos del poder. Y no descartaron instaurar una dictadura republicana.
Esta actitud patrimonial, consagrada en la nueva Constitución que el propio Alcalá-Zamora calificó de guerracivilista, hizo que la República supuestamente liberal del primer bienio, no considerara enemigas a las izquierdas obreristas revolucionarias cuya meta era una República socialista de partido único y dictadura del proletariado, sino a las derechas, que por su naturaleza histórica, social, económica y política eran las primeras interesadas en defender el «sistema».
Este sectarismo se manifestó persiguiendo a monárquicos y conservadores, a la Iglesia y a los ciudadanos católicos, redactando una dictatorial ley de Seguridad de la República, legalizando ocupaciones de tierras, deteniendo a políticos opositores y clausurando sus sedes, censurando la prensa y, fundamentalmente, prohibiendo gobernar a la formación política más votada en noviembre de 1933: la CEDA.
En definitiva, el sectarismo ultraizquierdista y anticlerical persiguió a las derechas y las excluyó del régimen.
Despreciando el pragmatismo de éstas, que hubiera hecho posible el funcionamiento de la vida política e institucional en términos razonables, los trasnochados jacobinos y socialistas del siglo XIX (todos ellos nacidos entre 1870-80), se empeñaron en desatar una «cruzada» de reformas agrarias, educativas y de relaciones entre la Iglesia y el Estado, articuladas por una agresiva andanada de decretos y leyes que provocaron enfrentamientos y fractura del tejido social.
Esta ofensiva antidemocrática contra la Iglesia, los empresarios, la prensa y los partidos conservadores, frustró las reformas proyectadas y generó tensiones que fueron aprovechadas por las izquierdas para justificar sus insurrecciones contra el Estado capitalista.
Por otra parte, la alianza de la pequeña burguesía republicana «progresista», con un PSOE marxista que aportaba sus masas y votos al Gobierno del primer bienio, pero cuyo paradigma ideológico le obligaba a radicalizar la lucha de clases, constituyó una hipoteca para la República; un permanente chantaje, que tuvo mucho que ver con la tolerancia suicida hacia las izquierdas revolucionarias (FAI-CNT, PCE, BOC, ERC), que ya desde el 14 de abril de 1931, proclamaron su rechazo al régimen y desencadenaron una persistente escalada insurreccional que culminaría en el Octubre Rojo de 1934.
Pero en 1935, los españoles vieron con estupor cómo, después de esa descomunal insurrección organizada por el PSOE, el Gobierno republicano de centroderecha, a pesar de estar apoyado por las Fuerzas Armadas y por los millones de ciudadanos que en 1933 les votaron precisamente para terminar con las persecuciones y el terrorismo izquierdista, no asumió la tarea contrarrevolucionaria que la historia le asignaba.
Por todo lo anterior, resulta irracional y sarcástico, que hoy la izquierda española reivindique la Segunda República y acuse a las derechas de haberla destruido un 18 de julio de 1936, porque los hechos históricos acreditados registran exactamente todo lo contrario:
- Que desde el 14 de abril de 1931, las derechas acataron al régimen republicano y a sus distintos gobiernos, con la razonable y civilizada condición de que garantizaran la vigencia del orden público y de la legalidad constitucional.
- Que no desencadenaron insurrecciones, ni fundaron milicias paramilitares, checas parapoliciales y tribunales revolucionarios.
- Que nunca dispararon contra miembros del Ejército y fuerzas de seguridad.
- Que cuando gobernaron no ilegalizaron partidos de izquierda, ni cerraron sus locales, ni clausuraron su prensa; y que tras el Octubre Rojo no encarcelaron a algunos de sus dirigentes por sus ideas políticas, sino por sus crímenes contra el Estado y la población civil.
- Que no incendiaron iglesias ni colegios, ni asesinaron sacerdotes y monjas, ni dinamitaron trenes llenos de civiles.
- Que sus partidos no estaban dirigidos por una Internacional revolucionaria al servicio de un Estado extranjero.
- Que no desataron la oleada terrorista del Frente Popular, ni asesinaron a Largo Caballero como respuesta al asesinato de Calvo Sotelo.
- Que, finalmente, no tuvieron una estrategia de guerra civil para tomar el Poder, como la adoptada por el PSOE tras la derrota electoral de 1933.
En cuanto al Ejército, que definen como «tradicionalmente conspirador y golpista», la historia atestigua todo lo contrario: que acató y defendió a la República durante sus cinco años de vida; y cuando la subversión comunista nacional y extranjera resultó insoportable, los generales liderados por Franco, como bien apuntó Moa, serían los últimos en rebelarse, pues «antes lo habían hecho los anarquistas, Sanjurjo, los socialistas, los nacionalistas catalanes, los comunistas, y Azaña y sus republicanos al perder las elecciones del 33».
Se impone terminar estas reflexiones señalando una singular paradoja: en última instancia, aquellas izquierdas fueron coherentes con sus ideologías, destinadas a destruir la República burguesa y capitalista para instaurar una República socialista bajo la dictadura del proletariado. Lo proclamaron hasta la saciedad, sintetizable en el «ya hemos declarado muchísimas veces que la República burguesa no es nuestra República», de Largo Caballero. Pero, sorprendentemente, la actual izquierda española niega tal abrumadora evidencia y sostiene, sin ruborizarse y enarbolando la bandera de la República en sus mítines y manifestaciones, que aquellos revolucionarios que hicieron cuatro insurrecciones, el