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Carlos García Gual - La secta del perro / Vidas de los filósofos cínicos

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Carlos García Gual La secta del perro / Vidas de los filósofos cínicos

La secta del perro / Vidas de los filósofos cínicos: resumen, descripción y anotación

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Movimiento intelectual negador de los valores acartonados de una civilización en crisis, el cinismo griego denuncia la falta de libertad auténtica y reivindica la autonomía del individuo frente a la familia, la ciudad y la moral de compromiso. Hostiles a las convenciones y el progreso, los cínicos utilizan el humor corrosivo, la sátira y la desvergüenza como armas para ejercer su crítica. Carlos García Gual estudia en este volumen los rasgos más destacados de la «secta del perro» (precursores de la ética estoica y epicúrea) y de sus figuras más relevantes, completándolo con la traducción de la parte dedicada por Diógenes Laercio a los cínicos en su «Vidas de los filósofos».

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Movimiento intelectual negador de los valores acartonados de una civilización - photo 1

Movimiento intelectual negador de los valores acartonados de una civilización en crisis, el cinismo griego denuncia la falta de libertad auténtica y reivindica la autonomía del individuo frente a la familia, la ciudad y la moral de compromiso. Hostiles a las convenciones y el progreso, los cínicos utilizan el humor corrosivo, la sátira y la desvergüenza como armas para ejercer su crítica. Carlos García Gual estudia en este volumen los rasgos más destacados de la «secta del perro» (precursores de la ética estoica y epicúrea) y de sus figuras más relevantes, completándolo con la traducción de la parte dedicada por Diógenes Laercio a los cínicos en su Vidas de los filósofos.

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Carlos García Gual y Diógenes Laercio

La secta del perro / Vidas de los filósofos cínicos

ePub r1.0

Titivillus 29.10.15

Carlos García Gual y Diógenes Laercio, 1987

Traducción: Carlos García Gual

Diseño de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Antístenes Antístenes hijo de Antístenes era ateniense si bien se comentaba - photo 3

Antístenes

Antístenes, hijo de Antístenes, era ateniense, si bien se comentaba que no era de legítimo origen. De ahí justamente que contestara a quien se lo reprochaba: «También la madre de los dioses es frigia». Porque parecía que su madre era tracia.

Fue él, en sus comienzos, discípulo del orador Gorgias. Por eso impregna sus diálogos de estilo retórico, y de manera especial los de La Verdad y sus Exhortaciones. Cuenta Hermipo que se había propuesto pronunciar en la concentración de los Juegos Ístmicos un reproche y elogio de los atenienses, los tebanos y los lacedemonios, pero que, luego, al ver los numerosos grupos llegados de estas ciudades, renunció.

Más tarde trabó relación con Sócrates, y tanto se benefició de él, que exhortaba a sus propios discípulos a hacerse condiscípulos suyos en torno a Sócrates. Como habitaba en el Pireo, venía a escuchar cada día a Sócrates, subiéndose los cuarenta estadios.

Fue el primero en definir la proposición.

Cuando en cierta ocasión se iniciaba en los misterios órficos, al decir el sacerdote que los iniciados en tales ritos participan de muchas venturas en el Hades, replicó: «¿Por qué entonces no te mueres?». Como uno le reprochara una vez que no era hijo de dos personas libres, dijo: «Tampoco de dos luchadores, pero yo soy un luchador». Al preguntarle que por qué tenía pocos discípulos, contestó: «Porque los expulso con un bastón de plata». Al ser preguntado por el motivo de que zahiriera cáusticamente a sus discípulos, dijo: «También los médicos tratan así a los enfermos». Al ver una vez a un adúltero que iba huyendo, comentó: «¡Qué desdichado, de qué peligro podía haberse librado por el precio de un óbolo!».

Al preguntarle qué era la mayor dicha entre los humanos, dijo: «El morir feliz». Como una persona importante se le quejara una vez de haber perdido sus memorias, le replicó: «Es que debías haberlas escrito esas mismas en tu alma y no en las tablillas». Como el hierro por la herrumbre, así decía que los malvados son devorados por su mal carácter. A los que pretendían ser inmortales les decía que debían vivir piadosa y justamente. Decía que las ciudades perecen en el momento en que no pueden distinguir a los malos de los buenos. Al verse elogiado una vez por unos rufianes, declaró: «Me angustio por si habré hecho algo malo».

La convivencia en concordia de los hermanos afirmaba que era más segura que cualquier muro. Decía que convenía disponer el equipaje que en el naufragio fuera a sobrenadar con uno. Como le criticaran una vez por el hecho de tratar con gente de mal vivir, dijo: «También los médicos andan en compañía de los enfermos, pero no tienen fiebre». Consideraba absurdo apartar del trigo las pajas y en la batalla a los inútiles, y, en cambio, no eximir a los malos del servicio ciudadano. Al preguntarle qué había sacado de la filosofía, dijo: «El ser capaz de hablar conmigo mismo». A uno que le dijo en un convite: «¡Canta!», le contestó: «¡Y tú tócame la flauta!». A Diógenes, que le pedía una capa, le recomendó doblarse el vestido. Preguntado por el más necesario de los conocimientos, dijo: «El que impida el desaprender». Aconsejaba fortificarse contra las calumnias más que contra los apedreamientos.

Se burlaba de Platón por creerle henchido de vanidad. Durante un desfile vio a un caballo que piafaba con estruendo y dijo a Platón: «A mí me parece que tú también eres un potro jactancioso». Eso también es porque Platón elogiaba de continuo al caballo. En otra ocasión fue a visitarle estando enfermo y, al ver la palangana donde Platón había vomitado, dijo: «Aquí veo tu bilis, pero no veo tu vanidad».

Aconsejaba a los atenienses nombrar por decreto caballos a los asnos. Como lo consideraran absurdo, dijo: «Sin embargo, también los generales surgen de entre vosotros sin ningún conocimiento, sino solo por ser votados a mano alzada». A uno que le dijo: «Muchos te elogian», respondió: «¿Pues qué he hecho mal?». Cuando sacó lo roto de su manto hacia afuera lo vio Sócrates y le dijo: «A través de tu manto veo tu afán de fama». Preguntado por uno, según cuenta Fanias en su obra Acerca de los Socráticos, qué debía hacer para ser un hombre de bien, le contestó: «Aprender de los sabios que debes evitar los vicios que tienes». A uno que elogiaba el lujo replicó: «¡Ojalá vivieran en el lujo los hijos de mis enemigos!».

A un muchacho que posaba vanidosamente ante un escultor le preguntó: «Dime, si el bronce cobrara voz, ¿de qué crees que se ufanaría?». «De su belleza», contestó él. «¿No te avergüenzas entonces —dijo— de contentarte con lo mismo que un objeto desalmado?». Cuando un joven del Ponto le prometió colmarle de regalos, en cuanto su barco de salazones llegara, lo tomó consigo así como un saquillo vacío, y se plantó en casa de la vendedora de harinas; y allí lo llenó y ya se largaba, cuando esta le reclamó el precio, y le dijo: «Te lo dará este, en cuanto llegue su barco de salazones».

Se estima que él fue el responsable del destierro de Ánito y de la muerte de Meleto. El caso es que encontrose con unos jóvenes del Ponto, que habían llegado atraídos por la fama de Sócrates, y los condujo hasta Ánito, diciendo que era por su carácter más sabio que Sócrates. Ante esto los que se encontraban junto a él se enfurecieron y lo condenaron al exilio.

Si alguna vez contemplaba a una mujer muy alhajada, se dirigía a su casa e incitaba a su marido a sacar su caballo y sus armas; de forma que si las tenía, le permitía exhibir su lujo, ya que podía defenderse con ellas. Pero en caso contrario, le ordenaba prescindir del boato.

Sus temas favoritos eran estos: demostrar que es enseñable la virtud. Que los nobles no son sino los virtuosos. Que la virtud es suficiente en sí misma para la felicidad, sin necesitar nada a no ser la fortaleza socrática. Que la virtud está en los hechos, y no requiere ni muy numerosas palabras ni conocimientos. Que el sabio es autosuficiente, pues los bienes de los demás son todos suyos. Que la impopularidad es un bien y otro tanto el esfuerzo. Que el sabio vivirá no de acuerdo con las leyes establecidas, sino de acuerdo con la de la virtud. Que se casará con el fin de engendrar hijos, uniéndose a las mujeres de mejor planta. Y conocerá el amor, pues solo el sabio sabe a quiénes hay que amar.

De él rememora también Diocles estos temas: Para el sabio nada hay extraño ni imposible. El bueno es digno de amor. Las personas de bien son parientes. Hacerse aliado de los valientes y también de los virtuosos; la virtud es un arma que no se deja arrebatar. Es mejor combatir con unos pocos buenos contra todos los malos que con muchos malos contra unos pocos buenos. Prestar atención a nuestros enemigos, porque son los primeros en percibir nuestras faltas. Tener más estima por el justo que por el familiar. La virtud del hombre y la de la mujer es la misma. Las buenas acciones son hermosas y las malas vergonzosas. Considera ajenos a todos los vicios.

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