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Carlos García Gual - Diccionario de mitos

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Carlos García Gual Diccionario de mitos

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ADÁN . El orden alfabético nos invita a comenzar este repertorio de personajes míticos por Adán y concluirlo por Zeus. Así resulta que el primer hombre, según los textos de la Biblia, queda a su cabeza y el supremo dios de los mitos griegos viene a situarse al final de la cola. Pero se trata de una ordenación meramente casual, debida al azar de las letras iniciales de sus nombres, y sin ningún otro motivo. Que quede claro. La ordenación alfabética puede proporcionar alguna sorpresa y algún contacto o vecindad chocante. Espero, sin embargo, que no produzca confusión, ya que cada artículo ha sido escrito con independencia de su colocación en la lista, que, evidentemente, podría haber sido más larga o más corta. También eso resulta un tanto arbitrario.

Con que empecemos por la historia de Adán y de Eva, tal como se nos cuenta en los primeros capítulos del Génesis bíblico. Cuenta pues el Génesis que Yahvé, en el sexto día de la creación, cuando ya había creado a los demás animales, formó al hombre del barro, le infundió vida soplándole en las narices, y lo colocó en el jardín del Edén, el Paraíso terrenal, para que lo cultivara. Pero, al dejar a su cuidado todos los árboles del jardín edénico, le prohibió sólo comer el fruto del árbol del conocimiento, el árbol del Bien y del Mal. Luego, pensando que no era bueno que el hombre estuviera solo —pues las otras especies animales las había creado ya por parejas en un principio—, formó a la primera mujer, Eva, y se la dio por compañera. El texto advierte que la formó no de la tierra, sino a partir del propio cuerpo de Adán. Dios le inspiró un profundo sueño y entonces sacó una de sus costillas y a partir de ella formó a esa primera mujer.

Ella fue tentada por el demonio en forma de serpiente, y esta serpiente la incitó a comer una manzana del árbol prohibido. Luego ella incitó a Adán, seducida por las palabras del diabólico ofidio. Ambos probaron la fruta prohibida y, al punto de comerla, vieron y conocieron que estaban desnudos y sintieron vergüenza de ello. Trataron de esconder su desnudez con unas hojas de higuera, pero Dios los sorprendió en ese estado de perturbación y desnudez, y los condenó a la expulsión del Paraíso, y a Adán a trabajar con esfuerzo y a Eva a parir con dolor. (Fue Adán quien dio nombre a la mujer, y la llamó Eva, porque sería «madre de todos los vivientes»). Les dio Dios vestidos de piel a ambos para que se cubrieran sus vergüenzas, y un ángel con una espada flamígera les echó para siempre del Edén. Y Yahvé colocó a unos querubines para guardar la entrada, el camino del Paraíso y el acceso al árbol de la Vida.

La historia de Adán y Eva, desterrados del Edén y condenados a envejecer y morir, se prolonga en sus descendientes. Sus dos primeros hijos, Caín y Abel, tuvieron mal fin, pues el malo mató al bueno, a causa de la envidia, y del tercer hijo, Set, y sus hermanas proviene toda la variada descendencia que pobló la tierra, una estirpe humana sometida, como consecuencia del pecado original, al esfuerzo, las penas y la muerte.

Creación de Eva de una costilla de Adán Mosaico de Monreale Según la - photo 1

Creación de Eva, de una costilla de Adán.

Mosaico de Monreale.

Según la exégesis medieval de la Biblia el pecado original de Adán y Eva se rescata mediante la redención de Cristo. Y así Jesucristo y su madre María forman una segunda pareja sagrada —madre e hijo en este caso— contrapuesta, según una sagaz interpretación teológica tradicional, a la de «nuestros primeros padres».

Una leyenda medieval sobre el madero de la Cruz relata que éste es un leño del árbol de la Vida, cuya simiente fue traída por Set hasta el monte Gólgota y plantado sobre la tumba del padre Adán (Adán, según antiguos textos, se murió a los novecientos treinta años, unos días antes que Eva). Siglos después del viejo árbol se sacó el madero de la Cruz en que fue clavado el Redentor. Adán está enterrado en el mismo monte donde crucificaron a Jesús, que vino a salvar a los humanos del antiguo pecado de Adán y de la curiosa Eva. La tradición de símbolos y de exégesis sobre Adán y Eva es muy copiosa. (E infinitas son las representaciones de los dos en el Paraíso terrenal y en el momento de su expulsión). Pero este pequeño detalle que se encuentra en el texto medieval de la Leyenda áurea me parece especialmente significativo.

Respecto a que el divino Hacedor formara a los primeros seres humanos del barro, ése es un rasgo que se encuentra en muchas mitologías —antiguas y primitivas, de Asia, África, América y Oceanía— como comentó con muy numerosos ejemplos sir James Frazer en notas al Génesis. (Véase, por ejemplo, el libro de T. H. Gaster, Mito, leyenda y costumbres en el libro del Génesis, Barcelona, 1973, págs. 18 y ss).

Sin embargo, Frazer exagera su precisión en el comentario, por ejemplo, al indicar que la tierra de que Yahvé creó a Adán era indudablemente roja. «Si bien el autor jehovista omite mencionar el color del barro que Dios utilizó en la creación de Adán, tal vez podamos hacer la conjetura, sin caer en la pura fantasía, de que era rojo, puesto que la palabra hebrea adam significa “hombre” en general, la palabra adamah “tierra”, y adom “rojo”, y, así, mediante una concatenación natural, llegamos a la conclusión de que nuestros primeros padres fueron modelados con tierra roja. Si todavía persistiera en nosotros alguna duda a este respecto se podría disipar con la simple observación de que hasta el día de hoy el color del suelo de Palestina es marrón rojizo oscuro».

ADONIS . Adonis nació de un amor incestuoso, el de la joven Mirra por su padre Cíniras, rey en Pafos de Chipre (o bien en la ciudad asiría de Biblos). Ofendida con la joven, la diosa Afrodita inspiró en ella una pasión terrible hacia su padre, con quien logró acostarse sin que él la reconociera. Pero cuando, después de varios encuentros amorosos, su padre descubre su identidad, la joven se ve obligada a huir y vaga por distintas regiones hasta que, rogando a los dioses una liberación de sus penas, es trasformada en un árbol, el árbol de la mirra. De su vientre ya arbóreo nace el bello Adonis, que es criado por las ninfas. La misma Afrodita quedó enamorada de él y en su compañía recorría alegre los campos y cazaba a su lado. La diosa previno al joven de que tuviera cuidado en sus cacerías de las bestias del monte, pero un gran jabalí herido (unos dicen que enviado por algún dios celoso, Ares o Apolo, o tal vez una diosa vengativa, Artemis) atacó y mató fatalmente a Adonis. Acudió a su lado la diosa desde lejos, al oír sus gritos, y le lloró profundamente. Instituyó un culto funerario en su honor, y de la sangre de Adonis brotó una nueva flor en su recuerdo, la anémona, y al contacto de su sangre vertida las rosas blancas se volvieron rojas.

Tan grandes fueron los lamentos y el dolor de Afrodita por su amado que los dioses le concedieron que Adonis pudiera volver a su lado. Pero Perséfone, la soberana del Hades infernal, también se había prendado de Adonis y se negaba a dejarlo salir de su reino. De modo que, para solucionar mediante un arreglo amistoso la disputa de ambas diosas, Zeus decidió que Adonis pasara cada año cuatro meses con cada una y que le quedaran otros cuatro a su libre antojo. (Esos cuatro Adonis decidió pasarlos también en la amable compañía de Afrodita).

Ese morir y resurgir anual de Adonis simboliza el decaer y renacer anual de la propia naturaleza. Y no es difícil ver simbolizada en él una divinidad muy ligada al mundo vegetal, que, como la simiente, pasa unos meses en el mundo subterráneo y resurge con la primavera cada año. En honor de Adonis se celebraban las fiestas llamadas Adonias, en las que las mujeres —en Atenas especialmente las cortesanas— entonaban lamentos por el bello desaparecido y celebraban su resurrección anual. Estas fiestas, muy extendidas y de probable origen oriental, se acompañaban de un ritual de cuidados de ciertas plantas de rápida floración y fuertes aromas, en los llamados «jardines de Adonis», y el rápido florecer y morir de esas plantas estaba en correspondencia simbólica con la vida fugaz y perfumada del bello amante de la diosa.

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