Las figuras de los Siete Sabios de la Grecia arcaica (Tales, Solón, Bías, Quilón, Pítaco, Cleobulo y Periandro) desempeñaron un papel memorable durante la época de consolidación de las ciudades helénicas y de sus instituciones a comienzos del siglo VI a. C. Imbuidos de una proverbial sensatez y de una aguda inteligencia al servicio de la comunidad cívica, esos personajes históricos constituyen el paradigma de un saber que mereció el aplauso del oráculo délfico y que obtuvo una popularidad secular. Los Siete Sabios (y tres más) recoge las anécdotas y las sentencias que les fueron atribuidas, glosando sus máximas y rastreando el sentido de su actuación ejemplar en su contexto social. Carlos García Gual reflexiona sobre el sentido histórico de su sabiduría y analiza las diferencias entre sus personalidades, anticipo de las de los filósofos y los héroes y los santos de otros pueblos.
Carlos García Gual
Los Siete Sabios (y tres más)
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Titivillus 13.07.17
Carlos García Gual, 1989
Editor digital: Titivillus
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Epílogo
La tradición filosófica griega comienza con dos escuelas según Diógenes Laercio (quien, sin duda, recoge esta idea de estudiosos anteriores): la jónica, encabezada por Anaximandro, discípulo de Tales de Mileto, y la itálica, fundada por Pitágoras de Samos, que fue alumno de Ferecides, como ya dijimos. De Anaximandro sabemos que escribió un tratado en prosa Sobre la naturaleza y dibujó un primer mapa de la tierra habitada; fue un pensador más estricto y austero que su maestro Tales y, a juzgar por la única frase de su libro que conservamos, tuvo un estilo sugestivo y profundo. Pitágoras tuvo una personalidad notable, fundó una escuela obediente a su autoridad magistral, se rodeó de un halo prestigioso como maestro espiritual inspirado, revolucionario, de saber muy extenso, desde el dominio de las matemáticas al de la mística; predicó la excelencia del número como fundamento del orden cósmico y la trasmigración de las almas al separarse del cuerpo en lo que llamamos muerte. Pitágoras encaminó a sus discípulos a una vida ascética, a la abstinencia y a la purificación, promovió una intervención de sus filósofos en la política (en el sur de Italia) y pasó a ser un theîos anér, cuya sabiduría esotérica iluminó a un círculo selecto de iniciados segregados de la muchedumbre ignorante.
Los antiguos sabios —cuya lista hemos comenzado por Tales y concluido por Ferecides, como ya hizo el erudito Diógenes— pertenecen a una generación anterior a esos primeros filósofos. Se distinguieron menos por sus aportaciones a la «ciencia» (con la excepción de Tales) que por su actitud ejemplar, por su actuación al servicio de la polis en conjunto; fueron más significativos por sus consejos y sus anécdotas que por el acervo de sus conocimientos teóricos. Al margen de los héroes y de los relatos míticos, ellos se presentaron como maestros de prudencia y de cordura, precursores de una concordia ciudadana muy difícil. Tanto Anaximandro como Pitágoras representan otro tipo de pensadores, con sus saberes más técnicos, con su búsqueda de una teoría radical sobre el universo y sus principios básicos. Son, tanto uno como otro, filósofos en la plenitud del término, buscadores de una sophía más profunda, más allá del saber pragmático y prudente del que dieron ejemplo los Siete. Son más modernos que estos.
Pero la actuación cívica y responsable de los «sabios», en su contexto histórico, en una época arcaica en la que se definen los aspectos fundamentales de la convivencia política, en un marco helénico inquieto y vivaz, estimuló el aprecio hacia los pensadores que, al margen de los poetas inspirados y de los cultos religiosos tradicionales, favorecieron el desarrollo de la cultura en beneficio de todos. Compitiendo con los poetas, y precursores de los sofistas que aparecerán siglo y pico después, los Siete Sabios dejaron en la tradición de la cultura helénica una impronta decisiva. De algún modo fueron maestros de moral y, por tanto, educadores del pueblo, discretos en sus máximas lacónicas, en los vericuetos de una tradición en gran medida oral, por encima de las leyendas locales y los patriotismos de corto alcance. La grandeza de su actuación encuentra su máximo exponente en una figura como la del ateniense Solón; pero ninguno de ellos se mostró indigno de figurar en el mismo coro o de conversar en el mismo banquete de contertulios sagaces. El tirano Periandro y el escita Anacarsis son figuras muy distintas, pero uno y otro, como los demás, merecen ser recordados. Como una hilera de hoplitas, codo a codo, los Siete Sabios (y los Tres añadidos) avanzaron resueltos, escudados con su inteligencia y su afán de concordia, por los caminos del lógos. Apolo, el sabio dios de Delfos, los aplaudió, razonablemente.
CARLOS GARCÍA GUAL (Palma de Mallorca, 1943) es un escritor, filólogo, crítico y traductor español. Es catedrático de filología griega en la Universidad Complutense de Madrid, especialista en antigüedad clásica y literatura.
García Gual ha escrito diversos libros y numerosos artículos, tanto sobre literatura clásica y medieval como sobre filosofía griega o mitología. Entre sus obras, destacan libros como Los orígenes de la novela, Primeras novelas europeas, Epicuro, Historia del rey Arturo, Diccionario de mitos, El descrédito de la literatura, Apología de la novela histórica, Viajes a la Luna: de la fantasía a la ciencia ficción o Historia, novela y tragedia.
Crítico literario, publica reseñas de libros en diversos medios como El País, Revista de Occidente o Claves de razón práctica. Es, además, director de dos colecciones en la Editorial Gredos: la de clásicos griegos Biblioteca Clásica Gredos, y la de clásicos universales Biblioteca Universal Gredos. Ha traducido, además, clásicos (tragedia, filosofía y poesía griega, textos medievales, etc.), tarea que le ha reportado, en dos ocasiones, el Premio Nacional de Traducción (1978 y 2002).
A modo de prólogo
Hace cincuenta años que Bruno Snell publicó su libro sobre los siete sabios de Grecia (Leben und Meinungen der Sieben Weisen, Múnich, 1938), que es el único libro que conozco sobre este tema. Consiste en una selección de textos griegos, y alguno latino, que se recogen, se traducen, y se presentan ordenados y con unas escuetas y elegantes introducciones. Me ha sido muy útil para la visión de conjunto y la redacción de algunos capítulos de este trabajo que, como el de B. Snell, quiere insistir en la recolección y lectura de algunos viejos textos. (He utilizado la cuarta edición, que es más completa que la original, y que, con el título de Die Sieben Weisen, está publicada en la serie de «Tusculum», Múnich, 1971). Es un libro breve y muy sugerente.
He querido ahora ofrecer una consideración de conjunto algo más amplia, y, por otra parte, intento perfilar algo más las figuras un tanto nebulosas y legendarias de esos Siete, a los que hay que añadir, de acuerdo con lo que ya hizo Diógenes Laercio, otros tres sabios más. Estos tres sabios añadidos: Anacarsis, Epiménides y Ferecides, son, por lo pronto, excéntricos en un doble sentido. Un escita que viene a Grecia como turista ilustrado, un chamán que es llamado para purificar Atenas y un importador de teología oriental que escribe sobre los dioses un libro en prosa, completan la famosa lista de sabios sentenciosos y políticos, con ciertas notas pintorescas, pero que evocan esa misma época arcaica, tan atractiva y tan presta a estímulos y presagios.