Los representantes de las grandes corporaciones y de las industrias culturales hablan del modelo comercial, que durante el último siglo ha hegemonizado las formas de producción intelectual y creación cultural, como si se tratara de un ecosistema cerrado que habría llegado a nuestros días de forma armónica y desconflictivizada. Según esta lectura, ese supuesto orden natural, basado en los títulos de propiedad sobre obras fruto de procesos creativos y de investigación, se vería hoy amenazado por la irrupción de internet y de la cultura de la descarga y el intercambio asociada a ésta.
Pero, como muestra La tragedia del copyright, éste ha sido siempre un terreno de conflicto que afecta a bienes comunes en campos tan diversos como la ciencia, la agricultura, la producción artística o la cultura popular. La historia del copyright y de los derechos de autor está estrechamente asociada a los procesos de desposesión, apropiación, privatización y comercialización del conocimiento y la cultura, que han afectado tanto a la sabiduría ancestral de comunidades indígenas como a quienes han dedicado su vida a la creación. El interés por la explotación comercial de los saberes ha estado en tensión permanente con el dominio público, el acceso abierto al conocimiento y, en última instancia, con los modelos de cooperación no basados en la competencia.
Esta lucha entre lo común y su privatización se encuentra hoy ante una crisis de modelo, consecuencia de diferentes factores: el paso a un segundo plano de la copia física; la construcción de estructuras de intercambio no basadas en la compra-venta; la disolución de los viejos roles comerciales en un terreno en el que un mismo sujeto puede crear, producir, distribuir o consumir; o la constitución de «empresas del procomún» que sitúan el conocimiento entre los bienes comunes y cuestionan el concepto mismo de propiedad intelectual. Realidades que también intentan captar y de las que se intentan apropiar los aparatos industriales pero que, en cualquier caso, dibujan un nuevo terreno de juego y de conflicto.
VV. AA.
La tragedia del copyright
Bien común, propiedad intelectual y crisis de la industria cultural
ePub r1.0
marianico_elcorto25.10.13
Título original: La tragedia del copyright
VV. AA., 2013
Diseño de portada: Pilar Sánchez Molina
Editor digital: marianico_elcorto
ePub base r1.0
Notas
[1]Peter Burke: Historia del conocimiento social, de Gutenberg a Internet, Paidós, Barcelona, 2002.
[43] El dadaísmo es un movimiento cultural que surgió en 1916 en el Cabaret Voltaire en Zúrich (Suiza). Fue propuesto por Hugo Ball, escritor de los primeros textos dadaístas; posteriormente, se unió el rumano Tristan Tzara, que llegaría a ser el emblema del dadaísmo. Una característica fundamental de este movimiento es la oposición al concepto de «razón» instaurado por el positivismo. El dadaísmo se caracterizó por rebelarse en contra de las convenciones literarias y artísticas y, en especial, por burlarse del artista burgués y de su arte. Su actividad se extiende a gran variedad de manifestaciones artísticas, desde la poesía a la escultura, pasando por la pintura o la música.
Para los miembros del dadaísmo, éste era un modus vivendi que hacía presente al otro a través de sus gestos y actos: acciones que pretendían provocar a través de la expresión de la negación dadaísta. Al cuestionar y retar al canon literario y artístico, el dadaísmo creó una especie de «antiarte», una provocación abierta al orden establecido.
Nota editorial
El proyecto original de este libro, que al principio abarcaba más campos que el de la propiedad intelectual, trataba de hacer comprensible un conjunto de conflictos, sujetos, intereses, preceptos legales, propuestas y bienes en juego, que configuran un enjambre a menudo difícil de entender y mesurar, incluso para quienes participan de manera más activa y consciente en la lucha por internet. Por avatares que no corresponde detallar aquí, aquel proyecto más ambicioso finalmente no fue posible, pero en el camino encontramos que la propia complejidad del concepto de propiedad intelectual y lo que está en juego en la disputa entre la privatización de los saberes o su puesta al servicio de lo común era una cuestión capital, que bien merecía un buen libro como el que tenéis entre las manos.
Los debates que se han producido en los últimos años en torno a la propiedad intelectual en general y a los derechos de autoría en particular han estado mediados por multitud de falsos argumentos y, por otra parte, de opiniones basadas más en prejuicios e intereses que en un conocimiento y una reflexión profunda sobre el tema. Eso, cuando no directamente se manejan con ambigüedad conceptos como el de «derechos de autor», no para proteger a las personas que crean, investigan, piensan o escriben, sino para defender la explotación de las obras por parte de los grandes complejos industriales de la cultura, la ciencia o la academia. Para poder llevar a cabo políticas de prohibición y control de los mecanismos de cooperación e intercambio que se dan en internet, se ha querido confundir la cultura con la industria cultural o la ciencia con las industrias farmacéuticas o agroalimentarias; se ha querido identificar, al fin y al cabo, bienes que son comunes con aquellos aparatos que se alimentan de privatizarlos.
Por otro lado, hay elementos que nos permiten decir que, en este terreno, para quienes apostamos por lo común y la cooperación se están configurando alternativas prácticas que, aun siendo mejorables, permiten que la lucha no consista sólo en resistir sino también en crear. Las licencias Creative commons y otras semejantes, las empresas del procomún, las iniciativas de crowfunding o de goteo y capital riego están generando unas bases y una experiencia que permite que, en el antagonismo entre lo privado y lo común, haya perspectivas de generar espacios de creación y gestión no mediados por hegemonías exclusivamente mercantiles.
Eso sí, como bien se explica en diferentes apartados de este libro, el crecimiento de una nueva gran industria de explotación de contenidos, con figuras como Google, Facebook, Twitter, Youtube, Flickr… basadas en la publicación bajo licencias libres pero que buscan el beneficio privado a partir de la creatividad colectiva, complica muchísimo esa batalla.
En todo caso, nuestra intención con la publicación de este libro ha sido ofrecer —y, en ese sentido, también darnos— herramientas que nos permitan avanzar tanto en la reflexión como en la práctica sobre un campo de lucha fundamental. Ya que, como muestra este libro, el capital no sólo se apropia de lo (poco) que tenemos, sino también de lo (mucho) que sabemos.
el colectivo vírico
Dominio público, bien común y propiedad intelectual
Igor Sádaba y Mario Domínguez
1. La política del conocimiento
El siempre interesante Peter Burke ha rastreado históricamente la evolución de eso que podríamos denominar «el conocimiento humano en los últimos siglos». Para contrastar las hipótesis, algo narcisistas, que retratan nuestras sociedades contemporáneas como sociedades de la información o del conocimiento, Burke traza una cierta genealogía de esas categorías —información y conocimiento—, cosificadas culturalmente en objetos que se buscan y se tienen, que se almacenan y clasifican, que se intercambian, se venden e, incluso, se roban. De manera instintiva tendemos a considerar el conocimiento como algo etéreo, a menudo intangible y fluido, algo que se almacena en algún recoveco perdido del cerebro humano y se puede transmitir de forma inmaterial. Sabemos, sin embargo, que se transfiere socialmente a través de ciertas instituciones (escuelas y colegios, iglesias, universidades, bibliotecas, museos, mapas, familias y grupos, etc.) y que se difunde mediante un conjunto de mecanismos materiales tales como libros, revistas, periódicos o partituras. Burke no sólo detalla la historia de la Europa intelectual, la «República de las letras» continental o el Viejo Continente en su periplo iluminista hacia el progreso del conocimiento —algo que no deja de ser ciertamente eurocéntrico—, también insiste en un aspecto olvidado y ninguneado durante décadas: su geografía y su economía; esto es, la política del conocimiento.