A
LA REAL BIBLIOTECA PÚBLICA
DE S. M.
El traductor-Editor
Título original: Ojeada sobre la bibliografía y el bibliotecario
Eusebio Aguado, 1835
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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Traducíala, tiempo ha, solo para sí, y publícala ahora, un ESPAÑOL que no cede a ninguno en deseos de que su Patria sea tan sabia y feliz como puede y debe serlo.
Si en medio de los crímenes que por corrompidos y corruptores principios no escasearon los genios del mal y los hombres de sangre que presiden siempre, y casi en todas partes, a la organización social, hubo y hay quien ansíe y guste solo de los legítimos y santos placeres que no se hallan sino en el ejercicio de las virtudes, sin las cuales no existe ni puede haber prosperidad verdadera: si el literato adquiere en meses conocimientos que costaron años, y muchos, de estudio y trabajos: si el artista se ve cercado de competidores, de modelos que le estimulan y guían a la perfección de sus obras: si el propietario, el negociante opulento sabe y comprende que hay métodos y medios sabios, deliciosos, felices para hacer que su capital y opulencia produzcan mayores y más legítimas utilidades y provecho: si el joven aprende a sentir y a anteponer las puras e inocentes delicias a las criminales y falsas que le afean y corrompen: si huye, si detesta los juegos, las ocupaciones peligrosas e inútiles y busca con ansia y noble afán los medios de tener a raya y contrapesar las turbulentas enemigas pasiones: si el anciano en los instantes mismos que está mirando abierta su tumba experimenta un dulce gozo repasando los siglos que deja atrás, y en el mismo borde del sepulcro se consuela aún con la imagen y grandioso espectáculo de los tiempos, los pueblos, las generaciones que se han sucedido y suceden con celeridad prodigiosa en la carrera inmensurable de la existencia, ¿a quién se debe todo esto sino a la bibliografía?
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Eusebio Aguado
Ojeada sobre la bibliografía y el bibliotecario
ePub r1.0
Titivillus 24.01.2021
LA segur del tiempo, arrebatando los grandes hombres, se lanzó y lanza no pocas veces con sus agudos destructores filos sobre las producciones del ingenio.
Si se consultan los fastos y anales del mundo, si valen algo los inciertos documentos de la historia, verase que no fue la infancia del globo la época en que los griegos, salvajes errantes, recibieron como deidades a aquellos que les enseñaron las primeras formas de gobierno, y los groseros e informes ensayos de las artes y las ciencias; de las ciencias y las artes que los nietos de aquellos mismos griegos más adelante mejoraron, perfeccionaron y extendieron con tanta gloria y esplendor.
Pudo parecer que la creación empezaba en ciertos pueblos cuando ya muchas y célebres naciones existieran, brillaran y desaparecieran en medio de las revoluciones y los siglos. La ciencia de los monumentos, que a la historia y a la filosofía toca transmitir y conservar, faltaba; y por consiguiente eran desconocidos los instrumentos y medios de luchar con buen suceso contra los esfuerzos poderosos del tiempo, que todo lo confunde y acaba.
¡Por cuántos y cuántos siglos estuvo la tierra contemplando, criando, reproduciendo innumerables generaciones de indios, chinos, caldeos, egipcios, titanes, escitas, fenicios, hebreos! ¡Y cuántas y cuántas más antes de aquellas! Sin embargo, nada se sabe positivamente de las unas, y a muy pocas y breves páginas se reduce cuanto hay de cierto sobre las otras; y aun para eso ha sido preciso sorprender y arrancar al tiempo este secreto, antes de entrar en la carrera del mundo conocido.
No es fácil penetrar si, y cuando acabarán las revoluciones físicas y morales del globo: pero quizás puede asegurarse que, sean las que fueren, nada podrán ya contra los capítulos más interesantes y esenciales de la historia del género humano, como que se apoyan y estriban en bases sólidas, estables e indestructibles.
Sé que graves, eminentes escritores se ocuparon felizmente en averiguar cómo el hombre a fuerza de ensayos y tentativas llegó a procurarse una verdadera inmortalidad: y con todo me atrevo a publicar esta rápida ojeada, pero sin ninguna pretensión, sin ambición de ningún género.
PRIMERA PARTE
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ES la imprenta en la dilatada esfera del entendimiento humano lo que la naturaleza en el planeta que habitamos. Esta multiplica los seres sujetos a su triple imperio, como aquella las producciones del espíritu, con una prodigalidad inagotable. ¿Y quién no vé que cuantos más gérmenes siembre la naturaleza en los inmensos campos de la vida, tanto más se necesita el hilo de la historia natural, que como el de Ariadna, dirija y guíe los pasos del ansioso observador por tan admirable y eterno laberinto?
Rica y pródiga la imprenta, ahogaríanos, cierto, bajo el peso de sus inmensas riquezas si no se hubiese hallado el medio, el arte de sujetarlas a un orden que aumenta en gran manera su valor; la bibliografía.
Si el hombre llegó a conocer los verdaderos principios, y las conveniencias y ventajas de la sociabilidad: si consiguió aprovecharse de las artes, de la industria, del ingenio hasta alcanzar el punto y grado de perfección que le constituye tan superior al salvaje, como este lo es respecto de la ostra: si ha podido producir y conservar los títulos que atestiguan y comprueban su dignidad, su nobleza, sus derechos: si está en estado de consultar cuando quiera el gran libro de la experiencia en el rápido curso de los siglos, ¿quién osará dudar que lo debe todo a la bibliografía?
Si en medio de los crímenes que por corrompidos y corruptores principios no escasearon los genios del mal y los hombres de sangre que presiden siempre, y casi en todas partes, a la organización social, hubo y hay quien ansíe y guste solo de los legítimos y santos placeres que no se hallan sino en el ejercicio de las virtudes, sin las cuales no existe ni puede haber prosperidad verdadera: si el hombre retirado del bullicio y la vana agitación de las grandes sociedades, aprendió en el seno de su envidiable obscuridad a preferir su estado y suerte a la de los locamente engreídos magnates y poderosos de la tierra: si estos en medio mismo de su pompa y devaneos oyen a cada instante sin cesar mil y mil gritos que les recuerdan la grave, tremenda obligación de refrenar su insano orgullo, y contribuir con sus riquezas a la felicidad de sus conciudadanos, como que para este fin y digno objeto, y con esta condición son grandes y poderosos: si el literato adquiere en meses conocimientos que costaron años, y muchos, de estudio y trabajos: si el artista se ve cercado de competidores, de modelos que le estimulan y guían a la perfección de sus obras: si el propietario, el negociante opulento sabe y comprende que hay métodos y medios sabios, deliciosos, felices para hacer que su capital y opulencia produzcan mayores y más legítimas utilidades y provecho: si el joven aprende a sentir y a anteponer las puras e inocentes delicias a las criminales y falsas que le afean y corrompen: si huye, si detesta los juegos, las ocupaciones peligrosas e inútiles y busca con ansia y noble afán los medios de tener a raya y contrapesar las turbulentas enemigas pasiones: si el anciano en los instantes mismos que está mirando abierta su tumba experimenta un dulce gozo repasando los siglos que deja atrás, y en el mismo borde del sepulcro se consuela aún con la imagen y grandioso espectáculo de los tiempos, los pueblos, las generaciones que se han sucedido y suceden con celeridad prodigiosa en la carrera inmensurable de la existencia, ¿a quién se debe todo esto sino a la bibliografía?