Antonio Almenara Martínez, 2012
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
¿Cuándo se hizo el hombre por primera vez la gran pregunta que lo convertía en animal racional? «¿Quién soy yo y qué es el mundo en el que me encuentro insertado?». Debió de ser una mañana luminosa, un día en el que el hombre, sin necesidad de espejo que lo reflejara, se vio así mismo como un interrogante vivo. No encontró respuesta, pero había comenzado la gran aventura del saber humano. Había comenzado a filosofar.
En este primer capítulo de Pensadores de la antigüedad nos referimos a los primeros hombres que dejaron rastro de su lucha por conocerse y por desentrañar el sentido de la realidad que los rodeaba.
Antonio Almenara Martínez
Pensadores de la Antigüedad
Pensadores de la humanidad 01
ePub r1.0
Titivillus 23.10.2020
LOS ORÍGENES
Hace muchos miles de años, quizá más de un millón, en el planeta tierra y en un animal que había conseguido erguirse entre sus congéneres caminando sobre dos pies y liberando sus manos, con las que podía manipular instrumentos de piedra, de hueso o de madera, se encendió la llama de la inteligencia. Con el paso del tiempo, valiéndose de esa inteligencia, este animal privilegiado logró imponerse a los otros animales y dominarlos sin necesidad de ser el más fuerte. Había aparecido el hombre sobre la faz de la tierra.
El proceso evolutivo que llevó hasta el hombre fue muy largo y laborioso, pero era solo el comienzo: ante él se abrió otro período de tiempo en el que estuvo en juego su supervivencia en un mundo lleno de retos que tuvo que superar con su ingenio. Y en el decurso del tiempo, el hombre fue testigo obligado de hechos naturales tales como la alternancia de los días y las noches y las fases de la luna, de fenómenos como la caída del rayo, del relámpago o de los terremotos, del ciclo de la vida en los vegetales y en los animales, de los eclipses, de la aparición en el horizonte del arco iris, etc. Veía infinidad de hechos cuyas causas y naturaleza eran para él auténticos misterios. La vida del hombre estaba llena de interrogantes sin respuestas.
Intrigado por estos misterios de la naturaleza y angustiado por las dificultades de la vida, el hombre, al tiempo que luchó denodadamente para sobrevivir, intentó conjurar los peligros y dominar las fuerzas ocultas que rigen el mundo practicando ritos religiosos o mágicos. Con ellos quiso hacerse propicias las incontrolables fuerzas de la naturaleza, que personificó en multitud de divinidades. Así nacieron las diversas formas de religión.
LOS MITOS Y LAS RELIGIONES PRIMITIVAS
Esta religiosidad, expresada en forma de complicados mitos, acompañó las primeras manifestaciones culturales de los diversos pueblos, como han podido constatar los estudiosos de la antigüedad. Estas expresiones religiosas constituirán el trasfondo de los primeros escarceos filosóficos. Por eso creemos que puede resultar útil hacer una breve reseña de las más antiguas formas de religiosidad, todas ellas anteriores al comienzo de la filosofía.
Muchos autores consideran que los enterramientos prehistóricos, e incluso el arte rupestre, tenían un significado religioso o, cuando menos, mágico. Por otra parte, no hay duda de que los hombres primitivos se preocuparon por sus muertos, a los que atribuían una segunda vida. Para tratar de subvenir a sus necesidades en esa vida de ultratumba, llenaron sus sepulcros de productos que les fueran útiles en el más allá. Las primeras formas de religiosidad fueron las animistas, que atribuían a las fuerzas de la naturaleza un alma o principio vital al que había que hacer propicio mediante ciertas formas de culto o ritos mágicos.
En tiempos ya históricos, concretamente en Mesopotamia, cada ciudad tenía su propio dios y el hecho de que una dominara sobre otra significaba que su dios era más poderoso. El jefe político era al mismo tiempo representante de la divinidad. Sargón I, que consiguió la unificación de varias ciudades de la región hacia el 2350 a. C., se hizo tratar ya como un dios al que había que rendir culto. En la época de dominación siria, se contaban hasta dos mil quinientos dioses, concebidos de manera antropomorfa y emparentados en una complicada red de mitos. La preeminencia la ostentó al principio el dios Marduk, hasta que con la llegada de los asirios fue suplantado por el dios Assur. Entre los mesopotámicos tuvo gran importancia la astronomía. A cada dios le correspondía un animal y un astro, y a cada hombre, una estrella, a la que estaba ligado su destino.
En Egipto, el río Nilo era considerado un dios, al igual que el faraón. Cada población tenía su correspondiente divinidad. Pero por encima de todas estas divinidades locales estaba la Gran Eneada, compuesta por nueve dioses, a cuya cabeza estaba Ra, el dios solar. Especial trascendencia tuvieron los mitos en torno al dios Osiris. Según la leyenda, envidioso de su hermano Osiris, Set lo mató, lo descuartizó y repartió sus trozos por todo Egipto. Isis, hermana de ambos y esposa de Osiris, recuperó los trozos y lo resucitó. Mas tarde, Horus, hijo de Osiris e Isis, se encargaría de vengar a su padre. El mito ha sido considerado una alegoría de los estiajes y de las inundaciones del Nilo, fuente de vida y riqueza para Egipto. Por lo demás, los egipcios creían en una vida ultraterrena y el Libro de los muertos daba instrucciones para afrontar el juicio de Osiris después de la muerte. Todos los restos arquitectónicos egipcios (templos y pirámides) tuvieron como finalidad rendir culto a los dioses y preparar la morada de los muertos, especialmente de los faraones.
Entre los persas imperó una mayor simplicidad. En el Avesta se contienen las revelaciones del dios Mazda al profeta Zaratustra o Zoroastro, quien vivió entre los siglos VIII y VII a. C. Según este libro, hay un principio del bien y de la verdad (Ahura Mazda u Ormuz) y otro del mal y de la mentira (Angra Mainyu o Ahrimán). Zaratustra predicó la pureza para conseguir una especie de cielo y evitar «la morada del dolor». Los muertos no debían ser enterrados para no contaminar la tierra, sino expuestos en las «torres del silencio» para que los devoraran las aves de rapiña. Tras las cuatro edades del mundo, cada una de las cuales consta de tres mil años, según el zoroastrismo o mazdeísmo tendrá lugar la resurrección de los muertos y el triunfo definitivo de Ormuz.
Para los habitantes de la India, las revelaciones de Brahma, el dios creador, se hallan en los Vedas, textos que recogen las tradiciones culturales y religiosas hindúes y en los que se habla de Brahma, suprema divinidad, de Visnú, el dios conservador, y Siva, el dios de la vida y de la muerte. Los tres constituyen la Trimurti india. Por lo demás, todas las fuerzas de la naturaleza se encarnan en otros dioses menores. Según el brahmanismo o hinduismo, las almas transmigran de unos cuerpos a otros en un proceso de purificación y de acercamiento progresivo a la divinidad. La purificación se consigue mediante el ascetismo o disciplina del cuerpo y de la mente («yoga») y por la contemplación. Nota característica de esta religiosidad es el conformismo, que en el aspecto social se manifestó en la aceptación de la división por castas, según que se procediera de una u otra parte más o menos noble del cuerpo de Brahma. En el siglo VI a. C., tuvo lugar el movimiento reformador de Siddharta Gautama, llamado Buda (el iluminado), quien predicó la resignación y la renuncia al placer hasta llegar al nirvana o estado de fusión con el dios cósmico. Por la misma fecha, el jainismo predicó la mortificación por el ayuno y el escrupuloso respeto de toda forma de vida.