CÁNONES DE PRISCILIANO
Proemio del obispo Peregrino a las cartas del apóstol Pablo
No piense nadie que el prólogo infraescrito y los cánones que siguen fueron escritos por San Jerónimo; ha de saber que fue Prisciliano quien los escribió. Y como en ellos había muchas cosas harto necesarias, después de corregir las que tenían sentido perverso, dejé la muestra restante, pues es una ordenación útil, de acuerdo con el sentido de la fe católica, que era como había que entenderla. Cosa que podrá comprobar quien maneje aquella obra que él interpretó de mala manera en algunos puntos, a tenor con su propio sentimiento, y lea con mente sagaz ésta, que ha sido vuelta a la sana doctrina.
Prólogo de Prisciliano a los cánones de las cartas del apóstol Pablo
Ocupado en muchas obligaciones, he respondido demasiado tarde a tu carta, carísimo. Me habías pedido en efecto que con sagaz investigación tratase de descubrir en las divinas Escrituras algún bastión firmísimo contra la fina falacia de los herejes, que fuese coherente y hermoso más que prolijo y fastidioso, por cuyo medio echar por tierra más rápidamente la desvergüenza de aquellos que se empeñan en interpretar a su manera y en el peor de los sentidos los muy verdaderos testimonios que se le presentan, o que incluso niegan que éstos hayan sido escritos. Y por eso me dices que se debe pensar contra aquéllos algo de tal clase que no aparezca henchido con la fina elocuencia del orador ni envuelto en los lúbricos silogismos de la dialéctica, pues éstos suelen ser los mayores refugios para algunos, sino que su fuerza sea tal que resplandezca con la verdad pura, y se fundamente en la autoridad maravillosa de las Escrituras. En efecto, debemos evitar aquello que es contrario y enemigo de la espiritual e inocua fe cristiana, puesto que la sabiduría que existe en el mundo la llamó el apóstol necedad. Como te he oído esto muchas veces y me has escrito cosas semejantes, me ha parecido práctico poner por delante las mismas Escrituras, esto es, las catorce cartas del beatísimo apóstol Pablo y separar en su texto el sentido de los testimonios, poniéndole un número a cada uno, que señalo por encima con tinta de manera correlativa en el interior de cada carta, comenzando por uno hasta donde alcance. Además he entresacado de los testimonios algunas palabras y he fabricado unos cánones que poseen el mismo regusto de los propios testimonios.
Debajo de estos cánones he anotado los títulos de las cartas y los números de los testimonios para que, cuando quieras encontrar cualquier testimonio, puedas encontrarlo muy fácilmente por medio del mismo canon, compuesto con aquéllos.
Por su parte los cánones llevan su propia numeración escrita a minio, en total, noventa para las catorce epístolas. Hallarás los números de todo el texto de la Escritura, anotados con los testimonios convenientes a ellos, de los pasajes, por supuesto, que precise el escaso número de palabras de cada canon. ¿Por qué no posee el canon todo el testimonio? Piensa con agudeza; porque los testimonios constan de muchos versículos, pero los cánones son de pocas palabras, pues para responder uno se expresa siempre con pocas palabras. Y por esto sucede que a veces sólo el comienzo de algunos testimonios coincide con el canon en que se integran; otras veces, el medio, otras, el final y muchas veces, entero. Y por esto, hallarás anotado con minio para un solo testimonio el número de dos, tres o más cánones, como ya dije, pero de aquel pasaje que precise el escaso número de palabras de cada canon.
Así, pues, deseo que comprendas que he hecho este trabajo para hacer público fielmente el contenido de las Escrituras, sin mostrarme enemigo de nadie, y para corregir más rápidamente, como me pediste, las mentes de los que están errados. Queda en Cristo.
Cánones
CÁNONES
I. Dios es la verdad y el espíritu es Dios también, y Dios que posee la inmortalidad de los siglos y es invisible, habitando en una luz inaccesible, Rey y Señor al mismo tiempo, cuya imagen y primogénito es Cristo, en quien no se halla «sí y no», sino «sí» solamente.
II. ¿Cuáles son las cosas que existen en disonancia y enemistad entre sí por el movimiento y por los frutos? Pues hay una generación perversa, pero también la perdición, que tiene un hijo propio.
III. Son dos las clases de espíritu, uno de Dios y otro del mundo para el error.
IV. Dos son las sabidurías, una de Dios y la otra de los hombres y de la carne.
V. Se llama Dios a muchas cosas: el vientre de algunos, el espíritu del aire, las potestades de las tinieblas, los elementos del mundo.
VI. El apóstol llama a los pecados y a los demonios tinieblas u obra de las tinieblas.
VII. Lo propio de los necios, de los carnales o de los dudosos es saber o sentir groseramente acerca de la divinidad.
VIII. Todo lo que tiene carácter universal existe por Dios y en Dios, y toda paternidad recibe nombre a partir de El, y todo ha sido fundado por Cristo.
IX. La sabiduría, la gracia y la bendición son dones espirituales y aunque son indivisibles se comprenden y se observan por los hechos.
X. Los juicios de Dios son inescrutables y sus caminos insondables; de manera similar, las riquezas de Cristo y su multiforme sabiduría.
XI. Las cosas visibles son temporales y las invisibles son eternas, y por eso los que sólo esperan de esta vida son «los más miserables de todo los hombres» (I Cor. 15,19).
XII. Cristo tomó en su ministerio la semejanza de la carne con la del pecado, y en El se hallan los tesores de la sabiduría; El hizo a ambos una sola cosa y, ascendiendo a lo alto, condujo cautiva a la cautividad, y de El dijo el apóstol que lo conoció ya no según la carne.
XIII. Cristo, muerto en la carne por nosotros, es al mismo tiempo hombre y Dios, mediador entre Dios y los hombres.
XIV. Cristo es el fundamento de la fe católica, piedra angular y cabeza nuestra, de donde procede todo el cuerpo, y con quien se construyen los que creen en el Evangelio.
XV. El sacramento fue escondido en otros tiempos a los hijos de los hombres, y ahora ha sido manifestado a los santos por medio del apóstol, y porque Cristo se llama sabiduría, que ningún príncipe de este mundo conoció.
XVI. Cristo, hijo de Dios, es la imagen de la virtud y la sabiduría del padre, y en El habita corporalmente la plenitud de la divinidad, y es el único que no conoce el pecado de la carne; pues todo hombre es mendaz.
XVII. Cristo, hombre, fue llamado por el apóstol Dios y Señor, y no nació en la divinidad, sino de la semilla de David y de una mujer.
XVIII. Cristo es nuestra paz, y por esto, disolviendo las enemistades en la cruz, borró el quirógrafo que estaba contra nosotros, derribando el muro de separación.
XIX. Cristo cumplió la voluntad de su padre en la pasión, no a disgusto, sino por propia voluntad, humillándose hasta la muerte.
XX. Jerusalem, la celeste, es libre, y nosotros, según las promesas de Isaac, somos contados en la semilla, y la cabeza y plenitud de la Iglesia es Cristo.
XXI. El espíritu de Dios lo escruta todo y conoce hasta las profundidades de Dios, que sólo los espirituales comprenden, y hablan de ello, juzgándolo todo, pero ellos no son juzgados por nadie, por haber salido al encuentro de Cristo.
XXII. El pecado trae la muerte y lleva el alma a la esclavitud.
XXIII. La ignorancia son las tinieblas y la ciencia, la luz en el Señor, y la una y la otra tienen sus hijos.
XXIV. Dios antes de los siglos predestinó la sabiduría escondida en el sacramento para nuestra gloria, la de aquellos por supuesto que había elegido antes de la constitución del mundo.
XXV. Por la gracia y por la misericordia de Dios los oyentes creen y los creyentes se salvan, mientras que la ceguera y la brutalidad les vienen del pecado a aquellos que no creen; las gentes han sido llevadas a la gracia de Dios contra la naturaleza, y en que todo tiene lugar en El, por El y en El.