GIACOMO GIROLAMO CASANOVA (Venecia; 2 de abril de 1725 – Dux, actual Duchcov, Bohemia; 4 de junio de 1798) fue un aventurero, libertino, historiador, escritor, diplomático, jurista, violonchelista, filósofo, matemático, bibliotecario y agente secreto italiano, hermano de los pintores Giovanni Battista Casanova (1730-1795) y Francesco Casanova (1727-1802).
Se le conoce sobre todo como arquetipo del libertino seductor, del que se han contado 132 conquistas amorosas. Su obra principal fue una vasta autobiografía, la Histoire de ma vie, conocida también como Memorias de Casanova, escrita en francés porque entonces era el idioma más conocido y hablado en Europa, como acontece en el siglo XX con el inglés. En cambio para las que juzgaba obras menores lo hizo en italiano
Sus memorias, aparte de su intrínseco valor literario, posee un importante valor documental para la historia de las costumbres y en ese sentido es acaso una de las obras literarias más importantes para conocer la vida cotidiana del siglo XVIII, aunque en virtud del mundo frecuentado por el autor se refiere de modo primordial a las clases dominantes de la época: nobleza y burguesía. Empero esto no es en modo alguno un obstáculo para mantener vivo el interés en cuanto a los personajes menos encumbrados de su entorno: todos son representados de manera vivísima, porque Casanova describe con igual interés lo alto que lo bajo. Sea como fuere, entre cortes y salones Casanova fue el notario cotidiano —casi sin darse cuenta— de unos momentos cruciales de la transición entre el Antiguo Régimen y el Mundo moderno en la historia de Occidente. Se halló entre los personajes más destacados de su tiempo y dejó reseña de tales encuentros. Son así dignas de mención las páginas que tratan de Rousseau, de Voltaire, de Madame de Pompadour, de Mozart, de Catalina II de Rusia y de Federico II de Prusia, entre otros afamados personajes.
Título original: Histoire de ma vie
Giacomo Casanova, 1820
Traducción: Mauro Armiño
Editor digital: Titivillus
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Las Mémoires de Casanova constituyen el cuadro más completo y detallado de las costumbres de la sociedad del siglo XVIII: una auténtica autobiografía de ese periodo. Probablemente ningún otro hombre en la historia haya dejado un testimonio tan sincero de su existencia, ni haya tenido una vida tan rica, amena y literaria junto a los más destacados personajes de su tiempo.
Escrito en francés, en sus años de declive, cuando Giacomo Casanova (1725-1798) era bibliotecario del castillo del conde Waldstein en Bohemia, el manuscrito de sus memorias fue vendido en 1820 al editor alemán Brockhaus. Éste encargó su edición a Jean Laforgue, quien no se conformó con corregir el estilo, plagado de italianismos, sino que adaptó su forma de pensar al gusto prerromántico de la época, censurando pasajes que consideraba subidos de tono. En 1928, Stefan Zweig se lamentaba de la falta de un texto original de las Mémoires que permitiera «juzgar fundadamente la producción literaria de Casanova». No fue hasta 1960 cuando la editorial Brockhaus decidió desempolvar el manuscrito original para publicarlo por fin de forma fiel y completa, en colaboración con la francesa Plon. La edición de Brockhaus-Plon se había traducido al inglés, alemán, italiano y polaco, pero no al español.
Giacomo Casanova
Historia de mi vida - Tomo I
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Titivillus 26.05.2021
UNA CRUZ EN DUCHOV
Félix de Azúa
La más antigua metáfora que conocemos es aquella que nos estimula a ver en todas las criaturas y fenómenos un reflejo nuestro, como si el mundo fuera un espejo y toda la creación se hubiera hecho a nuestra semejanza. Los técnicos la llaman «metáfora antropológica» y consiste en creer que todo nace, crece, se reproduce y muere, como solemos hacer los humanos. No solo plantas y árboles, mamíferos e invertebrados, sino también las cordilleras, los volcanes, los mares y los hielos, el cosmos entero, nacerían, crecerían y acabarían muriendo como un humano cualquiera.
La fuerza inmensa de esta metáfora influye incluso en nuestro modo de entender la historia, con imperios o naciones que pasan de un momento primitivo a la plena madurez y luego a una decadencia anunciadora de la muerte. Sin embargo, todos sabemos que es tan solo una ficción poética. Ni los imperios, ni los árboles, ni las cordilleras nacen, crecen y mueren, entre otras consideraciones porque no hay nada en el mundo natural que tenga alma, sea de árbol, de elefante o de territorio. Solo las almas nacen y mueren; solo los humanos tenemos alma, es decir, conciencia. Esa conciencia es propiamente conciencia de la muerte y no atormenta sino a los efímeros mortales. No hay que engañarse, lo único que muere en el cosmos son las almas.
Bien pudiera ser que la tremenda potencia del libro que el lector tiene en sus manos obedezca a que es una de las más perfectas formas que se le ha dado a la metáfora antropológica, el nacimiento, desarrollo, decadencia y muerte de un hermoso animal contada por él mismo. Casanova expone su vida como una brillante fluoración en uno de los más frondosos jardines del siglo XVIII, la República de Venecia; le sigue un crecimiento deslumbrante en las cortes más poderosas de Europa; viene luego una madurez robusta, aunque algo pálida, durante la cual esa viva lumbre se va achicando poco a poco; y por fin una decadencia insoportable a la que solo la muerte puede aliviar. Muchas, innumerables han sido las vidas que se han contado según esta metáfora que solemos llamar «biográfica», es decir, que dibuja una vida biológica de nacimiento a muerte, pero posiblemente la de Casanova sea la más perfecta desde el punto de vista artístico, la de mayor riqueza constructiva y reflexiva.
Siendo una metáfora, la incógnita primera es la de su veracidad. ¿Es cierto todo lo que Casanova cuenta en su pretendida autobiografía? La pregunta es estéril. Si solo hubiera narrado «la verdad», el libro conocido como Histoire de ma vie creo que carecería de interés literario, aunque bien podría haber sido un gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asombroso es que, en su estado real, Histoire de ma vie es, además de un documento de singular importancia sobre la vida europea en el siglo XVIII, también una obra maestra literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la lujuria como el raciocinio.
Al arte de Casanova se lo debemos, y ese arte consiste propiamente en haber construido un personaje indudablemente amable, simpático, inteligente, vigoroso, sagaz, curioso por la ciencia de su tiempo, de ideas perfectamente modernas, con una energía sobrehumana para resolver problemas prácticos, en fin, un galán absoluto. Aunque también un sinvergüenza, un estafador, un timador, un mentiroso, un vanidoso, un aprovechado. Nada oculta Casanova, o bien, si se prefiere, lo que oculta salta a la vista del lector perspicaz. Como en toda obra de arte moderna, son las sombras lo que construyen la parte luminosa del héroe.
Para conseguir semejante tour de force es preciso advertir sobre una peculiaridad casi detectivesca del manuscrito, cuya enrevesada historia dejamos para un apéndice técnico. Está de sobras documentado que Casanova quería escribir su vida desde que nace hasta 1797, y tal es el titulo original. Sin embargo, la historia se interrumpe con chocante brusquedad en 1774. Ello es debido a que el final de Casanova, los terribles años de su vejez (y no son pocos) habrían precisado otra narración distinta y aún opuesta. Una cosa es exponer sin pudor la decadencia de la edad, cuando Casanova es expulsado de todas las cortes europeas y no tiene donde caerse muerto pero aún esta entero. Y otra cosa es contar como cayo muerto, en efecto, durante trece espantosos años en un infierno apartado del mundo, consumido a fuego lento, muerto en vida. Ese final no es galante, no es dieciochesco, para ser narrado habría precisado el talento de un escritor moderno, un Dostoievsky, por ejemplo, ebrio de metafísica, o un Thomas Bernhard ebrio de resentimiento. Casanova, sin embargo, no es un romántico sino un clásico, y carece de órgano para la desolación, el resentimiento, la melancolía o la metafísica. Su muerte, según le dicta su conciencia, no le importa a nadie, o a nadie debería importar. Por lo tanto, queda fuera de