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Chateaubriand - Memorias de ultratumba Tomo III

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Chateaubriand Memorias de ultratumba Tomo III

Memorias de ultratumba Tomo III: resumen, descripción y anotación

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Es difícil transmitir con palabras la sensación que se tiene ante la lectura de una joya de la literatura como son las ´Memorias de ultratumba´, escritas por Chateaubriand casi al final de su vida, y en las que se refleja un periodo de la historia de Francia que abarca desde los preliminares a la Revolución francesa hasta la llegada de nuevo al trono, pasando por la etapa napoleónica, de Luis XVIII y su sucesor, Carlos X, momento en el que Chateaubriand abandona su carrera política Chateaubriand, haciendo gala de una memoria fuera de lo común, nos narra toda su vida en treinta y tres libros y varios apéndices, desde su misma venida al mundo hasta su infancia en Dieppe, en Bretaña y en el castillo de Combourg hasta su retirada de la política. Chateaubriand define su obra como ´un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos. Grave, melancólico, hábil, de una prosa ligera y sencilla de leer, el aristócrata analiza con reflexión y profundidad los acontecimientos que probablemente hayan marcado, en mayor medida que ningún otro, el destino de la humanidad moderna.

Chateaubriand: otros libros del autor


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Datos del libro
Título Original: Mémoires d'outre-tombe
©1848, Chateaubriand, Francois-René
©1849, Mellado, Editor
ISBN: 5705547533428
Generado con: QualityEbook v0.65
MEMORIAS DE ULTRATUMBA
POR EL VIZCONDE DE CHATEAUBRIAND
TOMO III
TRADUCIDA AL CASTELLANO.
MADRID, 1849
C ONDICIONES DE SUBSCRIPCIÓN.
Todos los días se publican dos pliegos, uno de cada una de las dos secciones en que está dividida la Biblioteca, y cada pliego cuesta dos cuartos en Madrid y diez maravedíes en provincia, siendo de cuenta de la empresa el porte hasta llegar los tomos a poder de sus corresponsales. Las remesas de provincias se hacen por tomos; en Madrid puede recibir el suscriptor las obras por pliegos o por tomos, a su voluntad. Para ser suscriptor en provincia basta tener depositados 12 rs. en poder del corresponsal.
LA GUERRA DE RUSIA
Proyectos y preparativos para la guerra de Rusia.— Embarazos de Napoleón.
B ONAPARTE no veía ya enemigos, y no sabiendo en donde apoderarse de nuevos imperios, a falta de otra cosa mejor, tomó el reino de Holanda a su hermano. Pero en el corazón de Napoleón había quedado una secreta enemistad contra Alejandro, desde la época de la muerte del duque de Enghien. Animábale una rivalidad de potencia: sabía lo que podía hacer la Rusia, y a qué precio había comprado las victorias de Friedland y de Eylau: Las entrevistas de Tilsit y de Erfurt, suspensiones de hostilidades forzosas, una paz que el carácter de Bonaparte no podía soportar, declaraciones de amistad, apretones de manos, abrazos y. proyectos fantásticos de conquistas comunes, no eran más que aplazamientos de odio. En el continente quedaban un país y capitales en donde Napoleón no había aun entrado, y un imperio en pie, frente a frente del imperio francés: los dos colosos debían medir sus fuerzas. Extendiendo desmesuradamente los limites de la Francia, Bonaparte encontró a los rusos, como Trajano pasando el Danubio se encontró con los godos.
Una calma natural, sostenida por una piedad sincera desde que se había convertido a la religión, inclinaba a Alejandro a la paz, y jamás la hubiera roto sino se le obligara a ello yendo a atacarle. Todo el año 1811 se invirtió en preparativos. La Rusia invitó al Austria humillada y a la Prusia oprimida, a que se uniesen a ella en el caso de que se viese atacada: la Inglaterra había ya ofrecido su bolsa. El ejemplo de los españoles había excitado las simpatías de los pueblos, y comenzaba ya a formarse el lazo de la virtud (Tugendbund) que poco a poco iba atrayéndose a la juventud de Alemania.
Bonaparte negociaba y hacia promesas: dejaba esperar al rey de Prusia la posesión de las provincias ruso-alemanas: el rey de Sajonia y el Austria se lisonjeaban de obtener aumento de territorio con lo qué todavía quedaba de Polonia: los príncipes de la confederación del Rin, soñaban con los cambios que les eran más convenientes: todos pensaban en ensanchar Sus limites, y Napoleón meditaba alargar los de la Francia, aunque ya se había desbordado por Europa pretendía aumentarla con la España. El general Seastiani le dijo: «¿Y vuestro hermano?» Napoleón replicó: «¿Qué importa mi hermano? acaso debe darse un reino como la España?...» El señor disponía con una sola palabra del reino que tantos sacrificios y penalidades había costado a Luir XIV; pero no le conservó tan largo tiempo. Por lo que hace a los pueblos, jamás ha habido hombre que haya hecho menos caso de ellos, ni que los haya despreciado tanto como Bonaparte, y arrojaba sus restos a la jauría de reyes que llevaba a la caza con el látigo en la mano. «Aula, dice Jornandés, llevaba consigo una multitud de príncipes tributarios que esperaban temblando una seña del dueño de los monarcas, para ejecutar ciegamente cuanto les mandase.»
Antes de marchar a Rusia con sus aliados el Austria, la Prusia y la confederación del Rin, compuesta de reyes y de príncipes, Napoleón quiso asegurar sus dos costados que llegaban a las extremidades de Europa, y negocio dos tratados, uno en el Mediodía con Constantinopla, y otro al Norte con Estocolmo: estos dos tratados no llegaron a concluirse.
Napoleón, en la época de su consulado, volvió a anudar sus relaciones coala Puerta: Selim y Bonaparte se regalaron mutuamente sus retratos, y sostenían una correspondencia misteriosa. Napoleón le escribió desde Ostende con fecha 3 de abril de 1807 «Te has manifestado digno descendiente de los Selim y Solimanes: confíame todos tus apuros: soy bastante poderoso y estoy muy interesado en tu suerte, tanto por amistad como por política, para no rehusarte nada.» Encantadora efusión de ternura entre dos sultanes que conversaban cara a cara, como hubiera dicho Saint Simon.
Derribado Selim, Napoleón volvió a su sistema ruso, y pensó en dividir la Turquía con Alejandro; más contrariado, después por un nuevo cataclismo de ideas, se decidio a invadir el imperio moscovita. Pero hasta el 21 de marzo de 1812 no pidió a Mahfnud su alianza, exigiéndole repentinamente que colocase cien mil turcos en las orillas del Danubio. En compensación de aquel ejército ofreció a la Puerta la Moldavia y la Valaquia. Los rusos se le habían anticipado: su tratado estaba a punto de concluirse, y quedó firmado el 28 de mayo de 1812.
En el Norte, los acontecimientos engañaron también a Bonaparte. Los suecos hubieran podido invadir a la Finlandia, y los turcos amenazar la Crimea; con esta combinación la Rusia habría tenido que sostener a un mismo tiempo dos guerras, y la hubiera sido imposible reunir sus fuerzas contra la Francia: esto seria una política en grande escala, si el mundo no estuviese ahora tan reducido en lo moral y lo físico, por la comunicación de las ideas y de los caminos de hierro. Estocolmo, encerrándose en una política nacional, se entendió con San Petersburgo.
Después de perder en 1807 la Pomerania invadida por los franceses, y en 1808 la Finlandia invadida por a Rusia, Gustavo IV fue depuesto. Gustavo, leal, aunque un poco loco, ha aumentado el número de los reyes errantes sobre la tierra, y yo le di una carta de recomendación para los padres de la Tierra Santa: sobre el sepulcro de Jesucristo debemos buscar el consuelo de nuestras desgracias.
El tío de Gustavo fue colocado en el trono en reemplazo de su sobrino. Bernadotte, que había mandado el cuerpo de ejército francés de la Pomerania, se granjeó la estimación de los suecos, que fijaron sus ojos en él: Bernadotte fue, pues, elegido para llenar el vacio que por su muerte dejaba el príncipe de Holstein-Augustenbourg, príncipe hereditario de Suecia, nuevamente elegido. Napoleón vio con disgusto la elección de su antiguo compañero.
La enemistad de Bonaparte y de Bernadotte databa de muy atrás: este último se había opuesto al 18 brumario, y después, con sus conversaciones animadas y el ascendiente que tenía sobre los ánimos, contribuyó a las escisiones que hicieron a Moreau comparecer ante un tribunal de justicia. Bonaparte se vengó a su manera, procurando desconceptuarle. Después de la condenación de Moreau, regaló a Bernadotte una casa, calle de Anjou, que había pertenecido a aquel general; y por una debilidad, entonces demasiado común, el cuñado de José Bonaparte no se atrevió a rehusar aquella munificencia poco honrosa. Berthier recibió a Grosbois. Habiendo colocado la fortuna el cetro de Carlos XII en manos de un compatriota de Enrique IV, Carlos Juan no quiso favorecer las ambiciosas miras de Napoleón: creyó que era-mas seguro y conveniente tener por aliado a su vecino Alejandro que a Napoleón enemigo lejano, se declaro neutral, aconsejó la Paz, y propuso su mediación entre la Rusia y la Francia.
Bonaparte se puso furioso y dijo: «¿Ese miserable se atreve a darme consejos?., ¿quiere imponerme la ley?.. ¿un hombre que todo lo debe a mis bondades?.. ¿Qué ingratitud?.. Yo sabré obligarle a que siga mi soberano impulso....» A consecuencia de aquellos arrebatos. Bernadotte firmó el 24 de marzo de 1812 el tratado de San Petersburgo.
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