I. LOS GRANDES AUTORES GRIEGOS Y LOS MUCHO MENOS IMPORTANTES AUTORES LATINOS
CUANDO observamos las danzas del hombre primitivo en un filme y estudiamos los mitos y los rituales, vemos el nacimiento del teatro. Pero no vemos el teatro. No vemos un local de representación teatral en función y todo lo que ha venido a significar tanto en términos de obras dramáticas como de actores.
Cuando encontramos el teatro, cuando al fin descubrimos un organismo completo, nos enfrentamos a un hecho sumamente curioso y a la vez desconcertante. Aunque es obra de hombres civilizados —muy civilizados—, aunque existió en un tiempo en que escribir ya se había convertido en arte, este teatro prácticamente no tiene historia. Salvo por lo que conocemos de rituales y de mitos, el primer teatro verdadero no tiene un pasado realmente definido y, salvo por las obras que han llegado hasta nosotros, difícilmente tiene un presente. A menos que el tiempo haya destruido algún manuscrito griego que tenga que ver con nuestro tema, puede decirse que ningún escritor del siglo V a. C., que fue el gran periodo de Atenas, parece haberse tomado la molestia de decirnos exactamente qué aspecto tenía su teatro y cómo se desarrolló, o de describirnos sus primeras obras.
El misterio del teatro clásico
El drama griego surge ante nosotros armado de punta en blanco, como surgió Atenea de la cabeza de Zeus. De pronto existe —glorioso y completo— en las grandes tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, las cuales fueron producidas, lo que es muy propio, en la ciudad que vigilaba Palas Atenea. Sin embargo, no tenemos ningún dato histórico —escrito o arqueológico— acerca del aspecto que tenía el local donde se representó el gran teatro clásico del siglo V a. C. Sabemos que sus representaciones se hacían al aire libre. Sabemos también que contaba con un coro que cantaba y danzaba en torno de un altar. Sabemos que sólo había tres actores parlantes, que llevaban máscaras, y cuyos papeles se «doblaban» cuando era necesario. Sabemos la clase de ropa y de calzado que llevaban. Pero fuera de esto casi no tenemos conocimiento concreto alguno sobre el teatro griego ni de cómo funcionaba. Literalmente no existen ruinas de los teatros del siglo V.
Sin embargo, hemos dado por supuesto que el espacio principal de representación era circular y que el auditorio se sentaba en gradas ascendentes que, dispuestas en forma circular, abarcaban un poco más de la mitad de su contorno. Este concepto se basaba en el teatro más antiguo conocido, pero esta estructura en Epidauro data aproximadamente de 365 a. C., cien años antes que las obras de Esquilo fueran representadas en Atenas. Pero ahora nos llegan indicaciones de un teatro de forma distinta que existió en la Grecia arcaica y tal vez en Atenas. En Cnosos y Faetos, en la isla de Creta, podemos ver lo que los arqueólogos llaman «zonas de teatros» que datan de los años 2000 a 1600 a. C. En cada una de ellas una larga y recta hilera de escalones se une a otra más corta en ángulo recto; dan frente a un piso pavimentado utilizado, quizá, para danzas y ceremonias rituales. Un arqueólogo italiano ha encontrado pruebas, en unos cuantos teatros griegos, que lo inducen a pensar que en un periodo primitivo éstos eran rectangulares en vez de semicirculares.
Los únicos documentos importantes con que contamos actualmente son los manuscritos de las obras, y tan sólo cuarenta y cuatro de quién sabe cuántos centenares perdidos. Pero, por supuesto, si tuviéramos que escoger entre conocer todo lo relativo al teatro de Esquilo o tener los siete manuscritos que nos quedan de sus noventa obras, decidiríamos mejor quedamos con los manuscritos, es decir, en las condiciones en que estamos.
Salvo los pocos manuscritos de las obras, lo que sabemos acerca del teatro griego en su gran época procede de escenas pintadas en vasos, unos cuantos miles de palabras de crítica literaria escritas por Aristóteles más de cien años después, y algunas perspicaces conjeturas de los arqueólogos modernos, que han excavado, trabajado y reconstruido los teatros helenísticos construidos uno a tres siglos después de la muerte de Eurípides. Quizá deberíamos añadir a esta enumeración los escritos de Vitruvio, arquitecto romano de la época de César, y de Pólux, un lexicógrafo griego de época posterior, aproximadamente dos siglos después. Pero los dos libros en donde comentan con excesiva brevedad los escenarios, la escenografía y la maquinaria de que se servían nos dejan con la duda acerca de cuánto de lo que describen es griego de la época clásica, cuánto romano de la época imperial, y cuánto pertenece al periodo helenístico de transición entre ambos. Cuando escribía Aristóteles, a algo así como setenta y cinco años de distancia de la muerte de Eurípides, el último autor dramático griego, estaba tan preocupado por la estética de la tragedia que casi no nos dice nada del teatro a que dio origen.
La contribución de Atenas
La Grecia que no conocieron ni Alejandro el Grande ni los conquistadores romanos era una curiosa civilización. Atenas inventó la palabra democracia, pero no vivía completamente en ella. Los esclavos y el campesinado, el comercio y las minas de oro, permitieron a los atenienses libres vivir concentrados en las cosas espirituales y artísticas. Sus filósofos fueron originales y aperceptivos; y sus escultores y arquitectos, soberbios. Los griegos contribuyeron a la ciencia con el razonamiento inductivo y con el concepto básico de Copérnico. Sin embargo, no aplicaron a fines prácticos la máquina de vapor que inventaron; Anaxágoras pensaba que el sol era tan grande como el Peloponeso y Aristóteles creía que las abejas cargaban piedras como lastre en sus vuelos a gran altura. Atenas y gran parte de Grecia era una comunidad que gustaba de la conversación, de pensar y de escribir, así como del arte y del atletismo, y que llegó de un solo impulso al pináculo de la expresión teatral. Sin embargo, de Platón y Heródoto a Plutarco, ningún esteta o historiador griego salvo Aristóteles se molestó en escribir con amplitud acerca de la suprema realización de su teatro —para no hablar del teatro materialmente considerado— a menos, por supuesto, que algún manuscrito haya seguido la suerte de las obras que se han perdido o de los pasajes que faltan en las obras de Platón y Aristóteles.
Estructuralmente el local de representación del teatro occidental ha cambiado muchísimo desde la época de Esquilo. La actuación es muy distinta. El escenario ha cambiado tanto que no se reconocería el original. Nuestras obras ya no son las historias de héroes míticos relatadas en verso y acompañadas por un coro que canta y danza. Pero podemos trazar una inequívoca senda de evolución desde el teatro griego hasta el teatro de la actualidad. Aun en la técnica de la escritura de las obras teatrales podemos advertir a menudo un parentesco. Desde el punto de vista de la trama, la estructura del Edipo rey de Sófocles es la misma que la Casa de muñecas de Ibsen; toda obra se inicia precisamente antes de presentarse su gran crisis y desarrolla, en la exposición, el pasado que condiciona y domina su desenvolvimiento dramático.
Tres clases de obras para un solo dios
En el teatro griego se representaban tres tipos de obras: tragedias, que trataban el tema de las leyendas heroicas y que con frecuencia utilizaban a los dioses para su oportuno final; comedias satíricas, que criticaban humorísticamente tales leyendas e incurrían en una mímica obscena iniciada por un coro de sátiros, y comedias, que tenían por tema asuntos de la vida cotidiana y los desarrollaban de modo bufo. Las tres eran representadas en determinadas ceremonias de carácter religioso y cívico. Las tres se servían de un coro en los entreactos de la acción y con frecuencia aun dentro de ella. Todas estaban escritas en verso y utilizaban máscaras, y finalmente, todas estaban relacionadas de uno u otro modo con lo que podría denominarse ideas acerca de la fertilidad.