BIBLIOTECA AMERICANA
Proyectada por Pedro Henríquez Ureña
y publicada en memoria suya
Serie de
CRONISTAS DE INDIAS
Cronistas de las culturas precolombinas
El Fondo de Cultura Económica expresa su reconocimiento a la Unión Panamericana por haber cedido el manuscrito original de esta obra.
Cronistas de las culturas precolombinas
Antología
COLÓN / VESPUCCI / PANÉ / LAS CASAS / OVIEDO / CABEZA DE VACA / AYLLÓN / RANGEL / LAUDONNIÈRE / SAN MIGUEL / CORTÉS / DÍAZ DEL CASTILLO / MOTOLINÍA / SAHAGÚN / POMAR / ZORITA / RELACIÓN DE MICHOACÁN / LANDA / NIZA / PÉREZ DE RIBAS / TELLO / BOBADILLA / ANDAGOYA / BASTIDAS / XIMÉNEZ DE QUEZADA / SAN FRANCISCO / XEREZ / PIZARRO / MOLINA / BETANZOS / CIEZA DE LEÓN / SANTILLÁN / POMA DE AYALA / INCA GARCILASO / VAZ DE CAMINHA / SANTA CRUZ / GARCÍA / CARVAJAL / PERO FERNÁNDEZ / SCHMIDL / LÉRY / NÓBREGA / CARDIM / RODRIGUES / LOPES DE SOUSA / SOARES DE SOUSA / ACUÑA / ARÉIZAGA / VALDIVIA / LADRILLERO / GOIZUETA / CRESPÍ / MARINO ANÓNIMO / MOZIÑO
Luis Nicolau d’Olwer
Prólogo y notas Luis Nicolau d’Olwer
Primera edición, 1963
Segunda edición, 2010
Primera edición electrónica, 2012
Imagen de la portada: detalle del grabado Vista de América, en Jean de Léry, Histoire d’un voyage fait en la terre du Brasil: autrement dite Amerique (tomado de Jean de Léry, History of a voyage to the land of Brazil, otherwise called America, University of California Press, 1990)
D. R. © 1963, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-1248-9
Hecho en México - Made in Mexico
SUMARIO
PRIMERA IDEA DE AMÉRICA
PABLO ESCALANTE GONZALBO
ANDABAN casi desnudos por la nieve y dormían bajo la única protección de un toldo, navegaban en canoas de corteza y roían los mejillones que sacaban del mar. Es la triste imagen de los chonos del estrecho de Magallanes que proporcionan varias fuentes; entre ellas, la crónica de Juan Ladrillero, que cruzó el paso austral a mediados del siglo XVI. Sólo unas décadas antes, en ese mismo tiempo prehispánico, comediantes e imitadores, saltimbanquis y malabaristas hacían reír a la gente, durante las fiestas, en las bulliciosas calles de México Tenochtitlan. Son los extremos de la cultura: escasez y abundancia. Abundancia de leyes, drenajes y adornos, de lenguas que se cruzan en la plaza de mercado. Escasez de artefactos, de técnicas y de manjares, de bailes o risas; austeridad: unas pieles al cuello y frío por todo el cuerpo. Pero ¿quién podría decir que no son, ambas, manifestaciones de la cultura? Tan americanos son los patagones como los mayas; tan propias de esta tierra las hazañas de los guerreros nahuas como las de los tupinambá.
El día 29 de abril del año 2008 un grupo de observadores de la situación forestal de Brasil detectó desde el aire la pequeña aldea de un grupo indígena que nunca había tenido contacto con la civilización occidental. Apuntaban sus arcos hacia el helicóptero, que aparecía ante ellos como un pájaro inmenso, tan sorprendente como lo fueron para los taínos y los mayas las primeras embarcaciones españolas, a fines del siglo XV. Acaso ese avistamiento que tuvo lugar en la Amazonia brasileña constituya la última ocasión en la que Occidente toma por sorpresa y observa a grupos nativos de América con quienes no había existido un contacto previo.
Cada vez que una expedición se propuso explorar y reconocer alguna región de América, encontró gente que la habitaba y que había adaptado su modo de vida a las condiciones del medio. Selvas, costas heladas, desiertos, mesetas situadas muchos metros más arriba de la mancha arbórea: todas las tierras de América estaban pobladas y la variedad cultural era inmensa. Una variedad infinitamente superior a la que tenemos en mente cuando resumimos la historia precolombina en la trillada fórmula “mayas, aztecas e incas”: éstos fueron, apenas, los últimos señores, los más ricos, impulsores de los imperios tardíos. ¿Pero qué hay de los otros cientos de pueblos? ¿Qué con las urbes del Misisipi y el Amazonas, con los campamentos de las pampas y de los bosques del Canadá?
Una de las cualidades del magnífico libro de Luis Nicolau d’Olwer es su afán de dar cuenta de la variedad real de los pueblos precolombinos. Cuando en 1963 salió a la luz esta antología, ya se habían empezado a publicar algunos estudios importantes que registraban la pluralidad de las culturas de la América indígena; pero predominaba la etnografía, enfáticamente descriptiva, apoyada en reportes de diferentes épocas. La obra de Nicolau d’Olwer contribuyó a hacer visible el hecho de que todos los pueblos americanos cuentan con registros históricos debido a los contactos tempranos con exploradores, conquistadores, misioneros y colonos europeos.
Nicolau d’Olwer no sucumbió a la tentación, que tantas veces nos atrapa, de mostrar los testimonios de las “altas culturas” y olvidar lo demás. Prácticamente peina el territorio americano, desde Vancouver hasta la Tierra del Fuego. En busca de esta idea más completa de la América indígena, D’Olwer se abstuvo de respetar las actuales fronteras culturales o políticas, como la que separa Angloamérica de Hispanoamérica. Ni el origen de las potencias colonizadoras ni los límites políticos actuales deberían incidir en la organización del estudio de la América antigua: que ahora el Misisipi esté por completo dentro de los Estados Unidos en nada modifica el hecho de que en la antigüedad prehispánica fuera la vía navegable por la que circulaban artefactos y cultivos procedentes de las costas de Venezuela, Cuba, Yucatán, Florida y Veracruz. Que hoy se hable inglés o francés en una región de América es un hecho ajeno a la evolución prehispánica de esos territorios, y sólo influye, en algunos casos, en el idioma en que están las fuentes. Nicolau d’Olwer prefirió las escritas en español (incluyó sólo algunas traducciones del portugués y del francés), pero ello no le impidió contar con copiosas narraciones de la Florida, noticias de Texas o de la Columbia Británica.
Algunos relatos, propios de navegantes y exploradores, ponen énfasis en la geografía, y aun en pormenores técnicos de la navegación. Pero incluso en ellos las noticias sobre las culturas indígenas son inevitables: el 11 de octubre de 1492 los marineros de la carabela La Pinta vieron flotar en el agua una tablilla y un palo labrado; tuvieron la impresión de que el labrado se había hecho con un instrumento de metal. Antes de haber visto a algún nativo americano, mientras se aproximaban a una pequeña isla, ya habían tenido en sus manos un vestigio de la cultura.
CRÓNICA, PREJUICIO Y ETNOGRAFÍA
Cronistas de las culturas precolombinas anuncia con precisión en su título lo que es y lo que no es. No incluye pasajes de las historias del Nuevo Mundo escritas por quienes no estuvieron en América ni por quienes, aun habiendo estado aquí, no fueron testigos presenciales de lo que narran: esto deja fuera las historias de Pedro Mártir de Anglería y López de Gómara, pero también las noticias de Clavijero sobre los mexicas, o la narración de Torquemada sobre la corte de Moctezuma. Se recogen los relatos de quienes participaron directamente en el encuentro con los indígenas, en su calidad de navegantes, exploradores, soldados, frailes o administradores. Se trata de escritos con un fuerte valor testimonial, en los cuales la impresión personal ocupa un lugar importante. Por otra parte, la recopilación se interesa principalmente en lo que estos testimonios dicen sobre las culturas indígenas, de tal suerte que casi no se incluyen relatos de batallas ni anécdotas sobre la conversión religiosa de los indios. Lo que tenemos en este libro son las descripciones y apreciaciones de las culturas indígenas puestas por escrito por quienes las conocieron directamente de fines del siglo xv a fines del siglo xvi y, en menor medida, durante el siglo XVII.
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