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Enrique Moradiellos - 1936

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Enrique Moradiellos 1936

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1936 constituye una mirada historiográfica ponderada sobre la Guerra Civil que asoló España entre julio de 1936 y abril de 1939. Aquella brutal contienda fratricida fue un profundo cisma de extrema violencia en la convivencia de una sociedad atravesada por múltiples líneas de fractura interna que aún hoy requiere un análisis sereno.

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1. Los perdurables mitos sobre la guerra

LOS PERDURABLES MITOS SOBRE LA GUERRA

Habida cuenta de esa doble importancia y transcendencia histórica señalada, cabe comprender la génesis durante el conflicto y la persistencia posterior de un modelo de interpretación de la guerra civil española que se articulaba sobre un esquema de dualismo tan épico como maniqueo. En otras palabras: sobre un verdadero mito por su condición de relato y representación que organiza y trata de explicar la realidad tratada como una acción extraordinaria a cargo de protagonistas sobresalientes (individuales o colectivos) bajo un formato idealizado, ritualizado, de perfiles nítidos y rotundos y sin atisbos de duda, incertidumbre o contradicción. Ya en 1954 decía Hans-Georg Gadamer que, desde la Grecia clásica y hasta la actualidad, «la relación entre mito y logos (razón)» es «la que existe entre el pensamiento que tiene que rendir cuentas y la leyenda transmitida sin discusión», de modo que «el mito está concebido en este contexto como el concepto opuesto a la explicación racional del mundo».

Esta duradera representación conceptual de la guerra como un mito de combate heroico a vida o muerte entre dos bandos contendientes (uno «bueno», el otro «malo») se apoyaba en la existencia de aquellas «dos Españas» definidas por una línea de frente pero cuyo origen era anterior a las propias hostilidades, según una variada fórmula retórica acuñada en las décadas de entre siglos: la «España legal» frente a la «España real»; la «España joven» frente a la «España vieja», la «España tradicional» frente a la «España moderna», etc.

La simplificación dicotómica inherente a este esquema de interpretación como gesta heroica y maniquea tenía mucho que ver con las necesidades de movilización y unificación de cada bando combatiente y resultaba de notoria utilidad explicativa y justificativa de cara a la retaguardia interior tanto como al ámbito exterior. Así, al menos, lo había previsto y afirmado el escritor y poeta gaditano José María Pemán (1897-1981), un ferviente propagandista de la causa insurgente liderada por el general Franco: «Las masas son cortas de vista y sólo perciben los colores crudos y decisivos: negro y rojo».

Precisamente Pemán, ya en plena guerra civil, habría de ser uno de los formuladores y divulgadores de la imagen dicotómica más extendida y aplaudida en el bando franquista. Era una visión centrada exclusivamente en las dimensiones nacionales y religiosas del conflicto y tomó cuerpo lírico en su Poema de la Bestia y el Ángel (elaborado durante 1937 y publicado en 1938). Aunque el título ya fuera revelador, el tono y cariz de esa interpretación dualista, épica y fuertemente maniquea se aprecia sobradamente en algunas estrofas del mismo:

Otra vez sobre el libro azul que baña

la luz naciente en oro ensangrentado,

el dedo del Señor ha decretado

un destino de estrella, para España.

(…)

San Jorge frente al dragón,

San Miguel frente a Satán.

(…)

Y el enemigo sigue siendo el mismo

Oriente pecador.

No hay más: Carne o Espíritu.

No hay más: Luzbel o Dios.

Esa interpretación dicotómica y de contenidos épicos no quedaba reducida a las proclamas literarias de los propagandistas bélicos, ni mucho menos. Formaba parte integral también del universo mental e ideológico de los círculos militares y políticos que dirigían la insurrección y que conformarían la elite gobernante del incipiente régimen franquista. Baste un mero ejemplo para demostrar la amplia extensión de esa cosmovisión de la guerra civil como una contienda «por Dios y por España» frente a un enemigo demonizado y apátrida (por estar al servicio del comunismo internacional y ser dirigido desde Moscú).

El 13 de agosto de 1936, Isidro Gomá, cardenal primado de la Iglesia española y arzobispo de Toledo, remitió a la Santa Sede el que sería su primer informe reservado y confidencial sobre la guerra española en curso. La posterior sacralización del esfuerzo bélico franquista como una verdadera Cruzada religiosa y nacional estaba ya implícita en su descripción de ambos bandos:

En conjunto puede decirse que el movimiento (insurreccional) es una fuerte protesta de la conciencia nacional y del sentimiento patrio contra la legislación y procedimientos del Gobierno de este último quinquenio, que paso a paso llevaron a España al borde del abismo marxista y comunista.

(…) Puede afirmarse que en la actualidad luchan España y la anti-España, la religión y el ateísmo, la civilización cristiana y la barbarie.

Apenas un día después de redactado ese informe confidencial, una alocución radiada del canónigo magistral de Salamanca, Aniceto de Castro Albarrán (luego impresa y difundida), daba publicidad a esa interpretación religiosa y patriótica. No en vano, el mencionado canónigo se interrogaba abiertamente sobre si las operaciones en curso eran «una guerra santa o una execrable militarada». Y su respuesta no admitía duda alguna: «Es una lucha por Dios y por la Patria. (…) Será nuestro grito el grito de los cruzados: ¡Dios lo quiere!».

Frente a la interpretación insurgente y franquista, el bando republicano, por supuesto, no tardó en elaborar y producir su propia imagen alternativa de la naturaleza y significado del conflicto fratricida en curso. Tendría el mismo formato dualista y análogos tintes heroicos y maniqueos. Pero, a diferencia de los contornos nacionales y religiosos predominantes en el campo enemigo, la lectura mayoritaria en la zona republicana tendería a centrarse en aspectos clasistas y político-ideológicos de la contienda: la resistencia del «pueblo» frente a los «privilegiados» y sus valedores extranjeros «invasores» (la Italia fascista y la Alemania nazi); de los «demócratas», «republicanos» y «antifascistas» frente a los «reaccionarios», «monárquicos» y «fascistas».

Así, por ejemplo, cabe considerar que el poeta zamorano León Felipe (1884-1968) adelantó su réplica literaria a José María Pemán en un artículo en prosa publicado en el diario madrileño El Sol el 14 de noviembre de 1936:

Hay dos Españas: la de los generales bastardos y traidores y la de los poetas hijos de la tierra y de la historia verdadera; la España de Franco y la España de Machado. La de la hombría y la del señorito degenerado, la del Cid y la de los infantes de Carrión, la de los privilegios de la rapiña y la de la justicia luminosa.

Y aunque las organizaciones políticas y sindicales leales a la República (u hostiles a la sublevación) carecieran de la férrea unanimidad interpretativa de sus enemigos (como veremos con posterioridad), podría aceptarse que la siguiente declaración de José Díaz, secretario general del Partido Comunista de España, hace justicia a la interpretación (en clave clasista y política) predominante en sus filas a la altura del año 1938:

El punto de partida de la guerra que hoy se libra en España es la sublevación de las castas reaccionarias, dirigidas por los generales traidores, contra la enorme mayoría del pueblo que, basándose en la Constitución y en la ley republicana, querían resolver de una vez y para siempre los problemas de la revolución democrática.

Incluso los adversarios más radicales del comunismo ortodoxo estalinista en las filas republicanas no dejaron de aceptar buena parte de esa interpretación clasista alentada por el PCE y la Internacional Comunista. El propio León Trotsky, al comentar los últimos estertores de la guerra civil en febrero de 1939, recogía la idea de una mayoría del «pueblo» haciendo frente a militares, «propietarios» y potencias «capitalistas» como clave de lectura de la crisis bélica española:

En el bando de Franco no hay ni un Ejército poderoso ni apoyo popular. Sólo está la codicia de propietarios dispuestos a ahogar en sangre a tres cuartas partes de la población, aunque sólo sea para mantener su dominio sobre la parte restante superviviente. Sin embargo, esta ferocidad caníbal no era bastante para ganar la victoria sobre el heroico proletariado español. (…)

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