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Enrique Moradiellos - La España aislada

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Enrique Moradiellos La España aislada

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Entrega n.º 6 de la colección Cuadernos del Mundo Actual: La España aislada, 1939-1953.

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Título original: La España aislada, 1939-1953

Enrique Moradiellos, 1993

En portada: Franco saluda brazo en alto junto a Hitler durante su entrevista en Hendaya (23 de octubre, 1940)

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Entrega n6 de la colección Cuadernos del Mundo Actual La España aislada - photo 1

Entrega n.º 6 de la colección Cuadernos del Mundo Actual: La España aislada, 1939-1953.

Enrique Moradiellos La España aislada Cuadernos del Mundo Actual - 6 ePub r10 - photo 2

Enrique Moradiellos

La España aislada

Cuadernos del Mundo Actual - 6

ePub r1.0

Titivillus 16.10.2022

La España aislada,
1939-1953

Por Enrique Moradiellos

Historiador

E l primero de abril de 1939, apenas cinco meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en España llegó a su término una cruenta y larga guerra civil de casi tres años de duración. El resultado de la misma fue la derrota de una República democrática y socialmente reformista, que había sufrido hondos amagos revolucionarios al principio del conflicto, nunca había alcanzado un alto grado de unidad política interna, jamás había conseguido el auxilio de las potencias democráticas occidentales y, por último, había dependido enteramente de la ayuda militar de la Unión Soviética.

La victoria en la contienda correspondió a una insurrección militar de naturaleza contrarreformista, anticomunista y ultranacionalista, que había contado con el apoyo de fuerzas políticas de idéntico signo: los monárquicos alfonsinos, el carlismo, la Falange y el catolicismo político. En el transcurso de la guerra, el bando insurgente había ido conformándose institucionalmente como una dictadura personal del general Francisco Franco, el militar de mayor prestigio profesional entre los generales sublevados y reputado por su cautela y posibilismo político. Franco acabó concentrando en sus manos el poder indiscutido y arbitral sobre los tres pilares de lo que habría de ser el régimen franquista: Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos por elección de los generales insurrectos; Caudillo de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, el partido único creado por la unificación forzosa de los grupos que apoyaban la insurrección; y defensor y protegido de la Iglesia católica, en calidad de cruzado y enviado divino (Homo missu a Deo) para salvar la religión y la patria.

En la consecución de esa victoria franquista, la ayuda militar y diplomática prestada por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler había sido vital y decisiva. Como resultado de ese apoyo e influencia, la ideología oficial, la estructura institucional y la línea de conducta interna y externa del nuevo régimen español habían experimentado un notable proceso de fascistización entre 1936 y 1939. En el plano diplomático, los vínculos de la dictadura franquista con las potencias del Eje eran firmes y constituían el marco referencial de su política exterior. La España de Franco había suscrito durante la guerra tratados secretos de amistad y colaboración con Italia (28 de noviembre de 1936) y Alemania (31 de marzo de 1939). Terminada la contienda, también anunció públicamente su adhesión al Pacto Anti-Comintern italo-germano-nipón (7 de abril de 1939) Y su abandono de la denostada Sociedad de Naciones (8 de mayo de 1939).

Así pues, en la tensa atmósfera europea previa al inicio de la guerra mundial, la dictadura franquista se había alineado diplomáticamente con el Eje nazi-fascista en oposición a Francia y Gran Bretaña, las potencias democráticas que velaban el statu quo territorial y rechazaban las pretensiones revisionistas italo-germanas. Reforzando ese alineamiento, el repudio del liberalismo y la democracia se combinaba en el nuevo régimen español con unas aspiraciones irredentistas, una voluntad de Imperio común a todos los grupos políticos del régimen, que necesariamente adoptaba caracteres anti-británicos (a causa de Gibraltar) y anti-franceses (por Marruecos y Tánger).

Sin embargo, la España de Franco estaba seriamente limitada por su situación interna y geoestratégica para ejecutar una política exterior activamente revisionista como la de sus valedores internacionales.

Ante todo, la población estaba diezmada y exhausta tras una guerra devastadora y al menos la mitad podía clasificarse como hostil al régimen. Según cálculos fidedignos, la guerra provocó una sangría demográfica de 300.000 muertos, otros 300.000 exiliados y más de 270.000 reclusos políticos en 1940. Por otra parte, las destrucciones provocadas por el conflicto habían dañado seriamente la infraestructura productiva del país y provocaban graves carencias alimentarias, de servicios y de bienes industriales. No en vano se había destruido casi la mitad de las locomotoras y vagones ferroviarios existentes, más del 60 por 100 de los coches y un tercio de la flota mercante y de la riqueza ganadera, al tiempo que la producción agraria e industrial había descendido el 21 por 100 y el 31 por 100 sobre los niveles respectivos de preguerra.

Además, la situación financiera era desesperada e insuficiente para promover de modo autónomo la reconstrucción económica posbélica. Ello obligaba a recurrir al bien surtido mercado de capitales anglofrancés en solicitud de créditos para efectuar las imprescindibles importaciones de grano, equipos industriales y carburantes. Finalmente, en el plano geoestratégico, no había material, recursos ni capacidad militar para enfrentarse a posibles acciones ofensivas franco-británicas contra el Marruecos español, las costas y posesiones insulares o las fronteras pirenaica y portuguesa.

En definitiva, por mucho que la ideología oficial franquista fuera abiertamente antidemocrática, francófoba, anglófoba y propugnase la recuperación de Gibraltar y la expansión imperial en África, la dramática realidad imponía como mínimo un período de paz y recuperación interna que no podría financiarse y ejecutarse sin recurrir a los créditos e inversiones de esas potencias democráticas. Durante la primavera y el verano de 1939, el propio Franco y su ministro de Asuntos Exteriores, el coronel Juan Beigbeder, advirtieron reiteradamente a Roma y Berlín de la necesidad española de paz en vista de sus dificultades interiores y su vulnerabilidad externa. En junio, el Caudillo anunció públicamente que su política exterior se caracterizaría por la hábil prudencia, reconociendo así el pragmatismo y oportunismo de su futura conducta diplomática. Por su parte, Beigbeder confesaría al embajador italiano: Necesitamos un respiro.

Neutralidad forzosa

En ese contexto crítico, la invasión alemana de Polonia el 1 de septiembre de 1939 provocó la inmediata declaración de guerra de Francia y Gran Bretaña contra el régimen nazi. La reacción de Franco ante el inicio de la Segunda Guerra Mundial fue la única que cabía esperar: el 4 de septiembre de 1939 decretó la más estricta neutralidad de España en el conflicto. Al fin y al cabo, el propio Mussolini había optado por permanecer al margen de las hostilidades y declararse no beligerante. Con esa medida ambigua, el Duce no ocultaba su apoyo diplomático y soterrado a Alemania y proseguía el programa de preparación de Italia para entrar en la contienda en el momento oportuno.

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