Publicado con motivo de la exposición «Comer y ser. Raíces gastronómicas de México».
27 de enero de 2011 al 31 de mayo de 2011. Galería Andrea Pozzo, Universidad Iberoamericana, campus ciudad de México.
23 de noviembre de 2011 al 25 de marzo de 2012. Museo de Historia Mexicana, Monterrey.
Este eBook se terminó de editar en el mes de noviembre de 2012 por CACCIANI, S. A. de C. V.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este eBook por cualquier medio o procedimiento sin la autorización de los titulares.
La alimentación es un pilar fundamental en la edificación de cada cultura. Comer trasciende la función primaria de proveer nutrientes al cuerpo para convertirse en un acto con múltiples y profundos significados. Cada civilización ha aprendido a reconocer los ingredientes disponibles en su entorno, a idear diversas formas de prepararlos y les ha asignado símbolos culturales específicos. A través de la comida, los grupos humanos dan forma a su manera de entender la vida desarrollando gustos propios que los diferencian de otros.
El maíz, eje central de la cosmovisión mesoamericana, fue el origen y el devenir del hombre; hablar de animales, plantas, frutos y minerales en el México antiguo es referirse a los lazos que unían al individuo con el universo.
La Fundación Cultural Armella Spitalier y la Universidad Iberoamericana buscan rendir homenaje a nuestras raíces culinarias al reconocer en la herencia gastronómica la sensibilidad que entrelazó a los pueblos prehispánicos y que hoy es parte fundamental de nuestro ser.
Todos los que integramos la Fundación Cultural Armella Spitalier nos sentimos muy dichosos de presentar esta exposición en nuestro querido Monterrey, y también orgullosos de traer al Museo de Historia Mexicana una muestra de lo que somos y el legado que hemos dejado al mundo; son nuestros productos mesoamericanos, y la rica tradición con que han sido preparados a lo largo de la historia, los que han elevado la cocina mexicana a “Patrimonio inmaterial de la humanidad”, distinción otorgada por la UNESCO. Es la cocina mexicana hoy en día la misma que conocieron los conquistadores, y también la que dio origen a muchas de nuestras tradiciones.
Por todo esto, es nuestro deseo compartir el fascinante acervo que da testimonio de esta maravilla, justo ahora, en momentos en que México requiere recuperar el orgullo nacional, la esencia de su ser y sus raíces.
Agradezco infinitamente esta oportunidad, y espero con mis más sinceros ánimos que esta exposición sea del agrado de todos los visitantes.
Carlos Armella Sánchez
Presidente de la Fundación
Cultural Armella Spitalier
Los alimentos , componentes indispensables en todas las actividades culturales que conformaron el mundo prehispánico, fueron ofrendas para las deidades, tributo para los señores, manifestación de hospitalidad, oferta de paz y compañero del hombre, desde el nacimiento hasta la muerte. En el México antiguo, la comida constituía un nexo entre humanos y dioses.
El Téotl, ‘energía divina’, era la esencia suprema que se manifestaba de diversas formas; su fuerza permeaba el universo y gobernaba la naturaleza. En el calendario agrícola se honraba cada etapa de maduración del maíz con un Téotl en particular; entre los mexicas, los principales eran Centéotl y Chicomecóatl.
En la mayor parte de las culturas prehispánicas existía al menos un dios del maíz. En los vestigios de cada pueblo se ha encontrado evidencia arqueológica de la adoración que profesaban a la planta que fuera su principal fuente de alimento. Curiosamente, en varios de los panteones mesoamericanos se hacía la diferencia, por medio de dioses distintos, entre el maíz joven y el maduro. Para los mexicas, por ejemplo, existía Xilonen, la diosa del jilote o maíz tierno; Centéotl, el maíz mismo; Chicomecóatl, su contraparte femenina, asociada también con la fertilidad; así como Ilamatecuhtli, la diosa del maíz maduro.
Tláloc, el dios de la lluvia, descendía desde el cielo para fecundar la milpa. Era temido por su ira, que podía provocar tempestades y granizo. Las ceremonias en su honor incluían el sacrificio de niños para la petición de agua y un ritual que consistía en golpear a las mujeres con bolsas rellenas de paja para hacerlas llorar y simular la lluvia. Tláloc y sus ayudantes, los tlaloque, habitaban el paraíso conocido como Tlalocan, representado en el famoso mural de Tepantitla, en la zona arqueológica de Teotihuacán.
La escena representada en esta pieza se conforma de tres partes: en la superior encontramos un área pintada de color naranja; la segunda parte consiste en una inscripción pseudo glífica y en la parte inferior se observa la representación de dos mazorcas semi-antropomorfas y varios símbolos de preciosidad. Aunque es posible identificar los glifos de este vaso, la inscripción no forma un texto lingüístico. Una de las cabezas de la tercera parte de la escena presenta un grano y dos hojas, mientras que la otra cabeza tiene sólo una; en ambos casos, salen del costado de la cabeza. Estas hojas se pueden identificar como cáscaras de mazorca, por lo que posiblemente se trate de la cabeza del dios del maíz.
De acuerdo al calendario agrícola se celebraban fiestas mensuales para honrar a las diferentes deidades; se preparaban alimentos especiales para cada ocasión, o se hacían ofrendas, en las cuales los penitentes pedían a las deidades lluvias y buenas cosechas. Algunos de estos rituales se mantienen en México como tradiciones arraigadas hasta nuestros días.