André Gide - Los alimentos terrestres y Los nuevos alimentos
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- Libro:Los alimentos terrestres y Los nuevos alimentos
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Los alimentos terrestres y Los nuevos alimentos: resumen, descripción y anotación
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La rígida educación religiosa que recibió André Gide (1869-1951), Premio Nobel de Literatura en 1947, inspiró en su genio creador un ánimo rebelde y rompedor de las convenciones que culminó en un esfuerzo de subversión moral a través de la literatura. Obra orientada a conseguir la liberación del sentimiento cristiano del pecado y a cultivar la vida de los sentimientos con libertad e independencia, «Los alimentos terrestres» (1897) es la expresión inicial de ese propósito, una reivindicación de la independencia personal frente a toda disciplina moral derivada de una tradición ajena al individuo, una invitación al goce de la belleza y del instante preciso, al disfrute de la voluptuosidad y del placer ocasional. El volumen se complementa luminosamente con «Los nuevos alimentos» (1935), continuación y ruptura a la vez, gestadas en un lapso de casi cuarenta años, de la primera obra.
Los alimentos terrestres (1897), complementado por Los nuevos alimentos (1935), fueron saludados en su día como manuales de fervor, como breviarios de entusiasmo, merced a la apología lírica que en ellos se hace de los sentidos atónitos ante el mundo. A mitad de camino entre la poesía y la prosa, resplandece en estas páginas la más pura belleza estilística y califican a André Gide como el más clásico de los prosistas franceses contemporáneos.
André Gide
ePub r1.0
Titivillus 06.09.16
Título original: Les Nourritures terrestres & Les Nouvelles Nourritures
André Gide, 1953
Traducción: Luis Echávarri
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
He aquí los frutos con que
nos alimentamos en la tierra.
EL CORÁN, II, 23.
ANDRÉ Gide (París, 1869 - 1951) es uno de los autores esenciales de la literatura francesa del siglo XX y uno de los más controvertidos. Galardonado con el Premio Nobel en 1947, su obra abarca la novela, el teatro, la poesía y la crítica. Sus títulos más famosos son: Los alimentos terrestres (1897), El inmoral (1902), La puerta estrecha (1909), Isabel (1911), La sinfonía pastoral (1919), El retorno del hijo pródigo (1907), Prometeo mal encadenado (1899), Los sótanos del Vaticano (1914), Los monederos falsos (1929), Corydon (1923), Si la semilla muere (1926). Producto de sus viajes son: Viaje al Congo (1928), El regreso del Chad (1928) y Vuelta de Rusia (1936), donde expresó su desagrado por el régimen estalinista. Entre su obra crítica destacan: Pretextos (1903), Nuevos pretextos (1919), Dostoievsky (1923), Ensayos sobre Montaigne (1929), Entrevistas imaginarias (1943) y Literatura de compromiso (1950). Su Diario (1885 - 1949) fue publicado en 1950.
[1] The exile’s song
[2] Puedo concebir perfectamente otro mundo, dijo Alcides, donde dos y dos no sean cuatro. —Caramba, le desafío a que no… «, dijo Menalcas.
[3] En esta pendiente, que me parece una subida, mi razón se ha unido a mi corazón. ¿Qué digo? Ahora mi razón le precede. —Y si a veces sufro al ver que ciertos comunistas no son sino teóricos, ahora me parece igualmente grave ese otro error que tiende a hacer del comunismo una cuestión de sentimiento. (Marzo de 1935).
[4]Dichtüng und War Tielt. Libro XVI.
No te dejes engañar, Natanael, por el título brutal que he tenido a bien dar a este libro; hubiese podido llamarlo Menalcas, pero Menalcas, como tú, nunca existió. El único nombre de hombre con que hubiese podido cubrirse este libro es el mío propio, pero entonces, ¿cómo me habría atrevido a firmarlo?
Me he puesto en él sin aderezos, sin pudor; y si a veces hablo en él de países que no he visto, de perfumes que no he olido, de actos que no he realizado —o de ti, Natanael mío, a quien no he encontrado todavía—, no es por hipocresía, y tales cosas son más mentirosas que ese nombre, Natanael que me leerás, que yo te doy ignorando el tuyo venidero.
Y cuando me hayas leído, arroja este libro… y sal. Quisiera que te hubiese dado el deseo de salir, de salir de no importa dónde, de tu ciudad, de tu familia, de tu habitación, de tu pensamiento. No lleves mi libro contigo. Si yo fuese Menalcas, habría tomado tu mano derecha para conducirte, pero tu mano izquierda lo habría ignorado, y habría soltado esa mano, estrechada lo más pronto posible, apenas nos hubiésemos hallado lejos de las ciudades, y te habría dicho: olvídame.
Que mi libro te enseñe a interesarte por ti más que por él mismo, y luego por todo lo demás más que por ti.
Julio de 1926
Es usual que se me encierre en este manual de evasión, de liberación. Aprovecho esta nueva salida para presentar a nuevos lectores algunas reflexiones que permitirán reducir la importancia del libro al situarlo y motivarlo de una manera más precisa.
1º Los alimentos terrestres son el libro, si no de un enfermo, por lo menos de un convaleciente, de un curado, de alguien que estuvo enfermo. Hay, en su propio lirismo, el exceso da quien abraza la vida como algo que estuvo a punto de perder.
2º Escribí este libro en un momento en que la literatura olía furiosamente a artificio y encierro, cuando me parecía urgente hacerla tocar tierra de nuevo y colocar sencillamente en el suelo un pie desnudo.
Hasta qué punto este libro contrariaba el gusto de la época es lo que hizo ver su fracaso total. Ningún crítico habló de él. En diez años se vendieron exactamente quinientos ejemplares.
3º Escribí este libro en el momento en que acababa de asentar mi vida mediante al casamiento; cuando enajenaba voluntariamente una libertad que mi libro, obra de arte, reclamaba tanto más al mismo tiempo. Y cuando lo escribí, yo era, no es necesario decirlo, completamente sincero; pero igualmente sincero en el mentís de mi corazón.
4º Añado que pretendía no quedarme en este libro. Señalaba las características del estado flotante y disponible que pintaba, como señala un novelista las de un personaje que se le parece, pero que inventa; y hasta me parece ahora que no señalé esas características sin desprenderlas de mí, por decirlo así, o, si se prefiere, sin desprenderme de ellas.
5º Se me juzga corrientemente por este libro de juventud, como si la ética de Los Alimentos hubiese sido la de toda mi vida, como si, yo el primero, no hubiese seguido el consejo que doy a mi joven lector: «Arroja mi libro y abandóname». Sí, yo abandoné al instante al ser que era cuando escribí Los Alimentos; hasta el punto de que si examino mi vida, el rasgo dominante que observo en ella, lejos de ser la inconstancia, es, por lo contrario, la fidelidad. Creo que es infinitamente rara esa fidelidad profunda del corazón y del pensamiento. Pido que se me nombre a quienes antes de morir pueden ver realizado lo que se habían propuesto realizar y ocupo mi lugar junto a ellos.
6° Una palabra más: Algunas personas no saben ver en este libro, o no quieren ver en él, sino una glorificación del deseo y de los instintos. Me parece que son un poco cortos de vista. Yo, cuando lo vuelvo a abrir, lo que veo en él es más bien una apología de la privación. Eso es lo que he retenido de él, abandonando el resto, y a eso es precisamente a lo que sigo siendo fiel. Y es a eso a lo que, como referiré a continuación, he debido unir más tarde la doctrina del Evangelio, para encontrar en el olvido de mí mismo la realización más perfecta de mí mismo, la más alta exigencia y el más ilimitado permiso de dicha.
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