Amber Hatch - El arte del silencio

Los sonidos nos rodean incluso en la habitación más silenciosa y en medio de la noche. Lo curioso es que no oímos la mayor parte de ellos. Cuando hice el ejercicio de explorar los sonidos que oía (consulta la p. 153), me llevó varios minutos detectar los más familiares y más repetitivos que sonaban de fondo (como por ejemplo, mi respiración, el viento que agitaba los arbustos y el leve zumbido de los electrodomésticos). Es un fenómeno muy común: nuestro cerebro ha evolucionado para estar más pendiente de sonidos especiales o inusuales (los que pueden indicar peligro) y pasar por alto los otros, los más familiares, que escapan a nuestra atención. Eso nos ayuda a concentrarnos en la tarea que tenemos entre manos. Si consideráramos todos los sonidos por igual, daríamos un brinco en el asiento cada vez que oyéramos pasar un coche.

Somos selectivos con lo que oímos. Cuando nos enfrascamos mucho en algo en concreto, otros pensamientos se calman y se acallan. También nos llegan menos sonidos y otros estímulos, incluso llegamos a no oírlos. Los tímpanos siguen vibrando, pero es como si nuestro cerebro ya no interpretara esas vibraciones como sonido. Eso sugiere una idea interesante: tal vez sea posible «apagar» todos los sonidos que nos rodean y escuchar solo el silencio.

Es fácil vivir en el mundo según las opiniones del mundo; es fácil, en soledad, vivir según nuestras opiniones; pero un gran hombre es aquel que en medio de las multitudes mantiene, con perfecta dulzura, la independencia de su soledad.

Ralph Waldo Emerson

«Autodependencia»

Pero hay un problema a la hora de dejar sin volumen todos los sonidos externos: siempre quedará otro con el que tendremos que lidiar. Se trata de la cháchara incesante que proviene de la voz que tenemos en el interior de la cabeza. Incluso cuando logramos apartarnos de nuestros dispositivos digitales, esa voz interior mantiene un monólogo constante, hablándonos de lo que ocurre en el presente, repasando el pasado y planificando el futuro. A veces esa voz participa en conversaciones imaginarias. Y otras veces nos proporciona un relato continuo, con comentarios que pueden ser positivos, duros o críticos.

Tenemos tendencia a identificarnos íntimamente con esa voz, sobre todo porque suena exactamente como la nuestra. Para algunos tal vez sea una sorpresa tomar conciencia de esa voz interior; hasta hace pocos años yo ignoraba que la tenía. Creía que la voz era… yo. También pensaba que todo lo que decía esa voz era correcto (aunque tampoco le había dedicado mucha reflexión; solo dejaba que la voz siguiera con lo suyo). Como estaba tan acostumbrada a ella, no me parecía raro que la voz cambiara súbitamente de opinión o que reaccionara de forma incoherente ante lo que ocurría.

Nuestra relación con esa voz interior es sumamente importante en la búsqueda del silencio. La forma en que la gestionamos, o ella nos gestiona a nosotros, afecta a nuestra capacidad para vivir en paz con nosotros mismos y en armonía con los demás.

Con la práctica regular de la meditación podemos empezar a domesticar esa voz interior rebelde. En el ejemplo de meditación de la página 143, utilizamos la respiración como objeto de la meditación. La mente siempre necesita un objeto, y en ese ejemplo la focalizábamos en la respiración para que nos sirviera como ancla de la mente. Si lo hacemos continuamente, al final la mente se calma y los pensamientos surgen con menos frecuencia. Mantener la atención en el lugar en que la respiración toca el cuerpo requiere concentración y es una de las principales habilidades que se adquieren con la meditación. En vez de rebotar por todas partes, la mente aprende a interesarse cada vez más por los matices sutiles de la respiración. Este estado de concentración serena resulta sorprendentemente agradable. Es posible que nos parezca asombroso cuán profundamente nos sumergimos en ese silencio y lo entretenido que resulta simplemente observar la respiración.

A veces los pensamientos te apartarán de la consciencia de la respiración, pero con el tiempo y la práctica, cada vez te ocurrirá menos y tus pensamientos dejarán de mostrarse tan precipitados y agitados. Los huecos entre ellos se alargarán. Y habrá momentos en los que te darás cuenta de que esa voz está callada. En estados de meditación muy profunda, los practicantes con mucha experiencia hablan de que el cuerpo y la mente permanecen en total inmovilidad, e incluso la respiración se ve suspendida.

Desarrollar el mindfulness, junto con la concentración y la calma, nos ayuda a que la capacidad de dirigir nuestra mente sea más afinada y pertinente. Como sugerí en la página 153, con la práctica podremos elegir centrarnos en cualquiera de los diferentes sonidos que hay (o no centrarnos en ninguno). Esta capacidad tiene un potencial enorme en cuanto a la búsqueda del silencio. Si pudiéramos «apagar» sonidos a nuestra elección, el silencio estaría a nuestro alcance.

Si cuando sintamos los primeros síntomas del aburrimiento, en vez de recurrir al teléfono (o a comer, comprar o mirar internet) recurrimos a nuestra respiración, empezaremos a penetrar más profundamente en cada momento. Así nos acercaremos al encuentro del silencio propio: un silencio que siempre estará ahí para nosotros. Si aprovechamos esos momentos y nos sentamos en silencio, empezaremos a entrar en contacto con algo que forma parte de nuestra verdadera naturaleza. Y solo entonces podremos dejar atrás las distracciones provocadas por el vacío y ahí mismo, en ese vacío, es donde hallaremos un significado más profundo.

Lo más maravilloso del mundo es saber cómo pertenecer a uno mismo.

Michel de Montaigne

Ensayos

Ya hemos hablado de que pasar tiempo en la naturaleza nos ayuda en la búsqueda del silencio. Nuestro ambiente físico tiene un efecto enorme sobre cómo nos sentimos y comportamos; puede ser solo por pequeños detalles, como si hay una ventana abierta o no, o por situaciones de gran envergadura.

A lo largo de la historia, los humanos hemos ido hasta los confines de la tierra para explorar los límites de nuestro entorno. La búsqueda de los extremos normalmente implica dejar atrás las comodidades de la sociedad y aventurarse en nuevos reinos en los que el silencio representa lo desconocido. En los espacios en silencio de los extremos del mundo dejamos atrás las estructuras habituales y el marco que proporciona la civilización. Al mismo tiempo que intentaban conquistar las fronteras naturales (las profundidades del océano, lo más alto de las montañas y el corazón de los desiertos), los exploradores ponían a prueba no solo sus capacidades físicas, sino también su resistencia mental. También viajar a los confines del mundo físico impone unas enormes exigencias psicológicas, ya que dejamos lo que nos es conocido y familiar y nos lanzamos a forjar nuevos caminos.