François Dubet
LA ÉPOCA DE LAS PASIONES TRISTES
De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y el resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor
Traducción de
Horacio Pons
Dubet, François
La época de las pasiones tristes / François Dubet.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2020.
Libro digital, EPUB.- (Sociología y política)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-801-010-6
1. Sociología. 2. Desigualdad. 3. Ensayo político. I. Pons, Horacio, trad. II. Título.
CDD 301
Cet ouvrage , publié dans le cadre du Programme d’aide a la publication Victoria Ocampo, a bénéficié du soutien de l’Institut Français d’Argentine.
Esta obra, publicada en el marco del Programa de ayuda a la publicación Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Institut français de Argentina.
Título original: Le temps des passions tristes. Inégalités et populisme (Seuil, 2019)
© 2019, Éditions du Seuil et La République des Idées
© 2020, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de portada: Pablo Font
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: mayo de 2020
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-010-6
Introducción
Nuevas desigualdades, nuevas iras
El espíritu de la época es de pasiones tristes. Con el pretexto de librarse del discurso biempensante y lo políticamente correcto, se puede acusar, denunciar, odiar a los poderosos o los débiles, los muy ricos o los muy pobres, los desempleados, los extranjeros, los refugiados, los intelectuales, los expertos. Apenas más veladamente, se desconfía de la democracia representativa, acusada de incapaz y corrupta, de estar lejos del pueblo, sometida a los lobbies y llevada por las riendas de Europa y las finanzas internacionales.
Iras y acusaciones que tiempo atrás pasaban por indignas tienen ahora carta de ciudadanía. Invaden internet. En gran cantidad de países, encontraron expresión política con los nacionalismos y los populismos autoritarios. Y la oleada sigue creciendo, tanto en Gran Bretaña como en Suecia, tanto en Alemania como en Grecia. La cuestión social, que aportaba un marco a nuestras representaciones de la justicia, parece disolverse en las categorías de identidad, nacionalismo y miedo.
Este ensayo aspira a comprender el papel de las desigualdades sociales en el despliegue de esas pasiones tristes. Mi hipótesis es que las iras, los resentimientos y las indignaciones de nuestros días encuentran su explicación no tanto en la amplitud de las desigualdades como en la transformación del régimen de desigualdades. Si bien estas parecían inscriptas en la estructura social, en un sistema percibido como injusto pero relativamente estable y legible, en nuestros días se diversifican y se individualizan. Al decaer las sociedades industriales, se multiplican y cambian de carácter, de modo que transforman profundamente la vivencia que tenemos de ellas.
La estructura de las desigualdades de clase se difracta en una sumatoria de pruebas individuales y sufrimientos íntimos que nos llenan de ira y nos indignan, sin que de momento tengan otra expresión política que el populismo.
La percepción de las desigualdades
No faltan explicaciones para estos cambios. En su mayoría, exponen que las transformaciones del capitalismo, la globalización, el derrumbe de la Unión Soviética, la crisis de 2008 y el terrorismo sacudieron a las sociedades industriales, nacionales y democráticas. Los gobiernos nada pueden contra las crisis y las amenazas. Los trabajadores poco calificados están sometidos a la competencia de los países emergentes, convertidos en las fábricas del mundo.
Para la mayor parte de los analistas, el neoliberalismo (definido con bastante vaguedad, por lo demás) se muestra como la causa fundamental de esas transformaciones e inquietudes. La oleada neoliberal no solo destruiría las instituciones y a los actores de la sociedad industrial, sino que impondría un nuevo individualismo que quiebra las identidades colectivas y las solidaridades, y hace trizas la civilidad y el dominio de sí. En síntesis, “estamos en crisis” y “antes estábamos mejor”.
La atención prestada a la transformación de las desigualdades no debe inducir a subestimar su incremento o, para mayor exactitud, el agotamiento de la larga tendencia a su reducción que marcó décadas de posguerra. En todas partes, el percentil más acaudalado de la población se enriqueció y captó la mayor parte del crecimiento. Mientras en 1970 el 1% más rico recibía el 8% de los ingresos en los Estados Unidos, el 7% en Gran Bretaña y el 9% en Francia, en 2017 su parte ascendió al 22% en los Estados Unidos y el 13% en Gran Bretaña (pero se mantuvo en el 9% en Francia). Las desigualdades se agravan en beneficio de los ingresos muy altos, los del capital y los de los salarios muy elevados.
Los muy ricos se han vuelto tan ricos que se separan del resto, cuando la gran mayoría de la población tiene la sensación de que su situación se degrada.
Si bien el desempleo puede considerarse una desigualdad intolerable, en Francia las desigualdades de ingreso crecen, pero sin asistir a una escalada “explosiva”. Según los datos del Insee (Institut National de la Statistique et des Études Économiques [Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos]) de 2014, el índice de Gini (que mide la amplitud de las desigualdades) pasa de 0,34 en 1978 a 0,28 en 1999 y 0,31 en 2011. Sin embargo, entre 2003 y 2007, el 10% más pobre se llevó el 2,3% de la riqueza adicional, mientras que el 10% más rico obtuvo el 42,2%. Como en todas partes, el aumento de los salarios muy altos explica esas diferencias y, más aún, explica las desigualdades patrimoniales, porque el 10% más rico es dueño del 47% del patrimonio, y el percentil superior, del 17%. De todos modos, la pobreza (definida como la percepción de un 60% del ingreso medio) ha retrocedido un tanto. Entre 1970 y 2016 la población pobre pasó del 17,3 al 13,6%.
Desde hace casi treinta años, alrededor del 80% de los franceses creen que las desigualdades aumentan, aun en períodos en que no es así. La percepción es que se refuerzan, porque salimos del extenso período en que parecía darse por sentado que las desigualdades sociales se reducirían continuamente, aunque solo fuera por la elevación del nivel de vida. En definitiva, muchas desigualdades crecen, mientras que algunas otras disminuyen. Por lo tanto, sería erróneo establecer una correlación mecánica entre la amplitud de las desigualdades y el modo en que los individuos las perciben, las justifican o se indignan a causa de ellas.
Sufrir “en calidad de”
Nos encontramos en una situación paradójica: la acentuación más o menos fuerte de las desigualdades se conjuga con el agotamiento de cierto régimen de desigualdades, el de las clases sociales constituido en las sociedades industriales. Así como en épocas pasadas las desigualdades sociales parecían inscriptas en el orden estable de las clases y sus conflictos, hoy en día no dejan de multiplicarse las brechas, las segmentaciones y las desigualdades, como si cada individuo estuviera surcado por varias de ellas. En el vasto conjunto que engloba a todos los que no están ni en la cima ni en el fondo de la jerarquía social, las disparidades ya no se superponen de manera tan nítida, tan tajante como poco tiempo atrás, mientras que en tiempos pasados la posición en el sistema de clases parecía acumular todas y cada una de las desigualdades.
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