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RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. A MENOS QUE SE INDIQUE LO CONTRARIO, EL TEXTO BÍBLICO SE TOMÓ DE LA SANTA BIBLIA NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL.
© 1999 POR LA SOCIEDAD BÍBLICA INTERNACIONAL.
H ACE VARIOS AÑOS L ESLIEYYO participamos en una actividad del Día de Valentín en la que contestábamos preguntas de parejas acerca del matrimonio y la vida cristiana. Después, un joven se nos acercó y señalando a Leslie me dijo: «¡Ahora sabemos quién es la inteligente en la familia!»
¡Él no estaba jugando! Dios le ha dado a Leslie el don de la sabiduría. Su espíritu gentil, su corazón sincero y sus ideas bíblicas intensamente prácticas hacen que la busquen los que quieren consejo y guía.
Dado que ambos hemos pasado por una época de desigualdad espiritual, fue sensato para nosotros escribir este libro como un equipo de modo que pudiéramos emplear nuestras experiencias y lecciones combinadas. Sin embargo, cuando traje a colación la idea del libro, Leslie protestó: «¡Yo no soy escritora! ¿Nunca has oído del miedo escénico? Pues bien, yo le tengo miedo a la página». En cuanto a mí, escribir es lo que más me gusta.
Así que hicimos un trato: Trabajaríamos juntos mezclando nuestras ideas, perspectivas y consejos y yo escribiría gran parte del libro. Además, ya que mucho de la historia es acerca de lo que Leslie hizo durante nuestro tiempo de desigualdad espiritual, para mí es más cómodo escribir acerca de eso que para ella.
Así que, cuando vean partes escritas en la primera persona con pronombres como «me» y «yo», ese soy yo hablando. Leslie ha añadido su perspectiva y su opinión y, además, venció su timidez lo suficiente como para escribir un capítulo acerca de sus experiencias personales durante el tiempo en que fuimos desiguales.
Como dicen en Plaza Sésamo: «¡Eso sí es cooperación!»
Lee Strobel
Primera parte
El reto de un matrimonio desigual
1.
Entramos en la desigualdad
L A TEMPERATURA ESTABA FRESCA Y EL día claro, después de la Navidad de 1966 cuando mi amigo Pete y yo tomamos el tren desde nuestros hogares suburbanos hasta el centro de Chicago. Durante un rato paseamos alrededor de Loop, divirtiéndonos con el bullicio de la ciudad, pero luego me llegó la hora de traerlo a un peregrinaje que yo hacía tan a menudo como podía.
Recorrimos a pie el puente de la Avenida Michigan y nos detuvimos frente al edificio Wrigley. Allí estuvimos con las manos en los bolsillos buscando calor, mientras que contemplábamos, al otro lado de la calle, el majestuoso gótico de la Torre Tribune. No puedo recordar si pronuncié la palabra en voz alta o si meramente hizo eco en mi mente: «Algún día». Pete estaba quieto. Los estudiantes de primer año de la escuela secundaria están autorizados para soñar.
Nos quedamos durante unos cuantos minutos y observamos cómo las personas entraban y salían de la oficina del periódico. ¿Eran los reporteros cuyos artículos yo estudiaba cada mañana? ¿O los editores que los despachaban alrededor del mundo? ¿O los impresores que manejaban las prensas gigantescas? Di rienda suelta a mi imaginación hasta que se agotó la paciencia de Pete.
Dimos la vuelta y caminamos calle arriba por la Milla Magnífica, pasando por las tiendas pretenciosas y de precios muy altos hasta que decidimos emprender la caminata de veinte minutos de regreso a la estación de trenes. Cuando pasábamos frente al Teatro Cívico de la Opera, me pareció escuchar una voz familiar llamándome desde la multitud.
«Oye, Lee, ¿qué estás haciendo aquí?» llamó Clay, otro estudiante de la escuela secundaria que vivía en mi vecindario.
No le contesté enseguida. Me cautivó la muchacha que tenía a su lado, sosteniendo su mano y usando su brazalete de identificación de oro. Su cabello castaño le caía sobre los hombros, su sonrisa era ya tímida, ya confiada.
«Oh, bueno, oh… solo haciendo nada», me las arreglé para decirle a Clay, aunque mis ojos estaban clavados en su novia.
Cuando por fin él nos presentó a Leslie, ya yo no estaba pensando mucho en Clay ni en Pete ni en el hecho de que mis manos estuvieran entumecidas por el frío y que yo estuviera parado en la nieve incrustada de hollín que me llegaba a los tobillos. Sin embargo, cuando Clay pronunció el nombre de Leslie, me aseguré de estar muy atento porque sabía que necesitaría deletrear el apellido para buscarlo en la guía de teléfonos.
Después de todo, en el amor y en la guerra todo es lícito.
De un cuento de hadas a una pesadilla
En cuanto a Leslie, descubrí más adelante que ella no estaba pensando en Clay cuando esa tarde los dos subieron al tren de regreso a sus casas. Ella llegó a su hogar en la suburbana Palatine, fue a la cocina y encontró a su madre, una escocesa casada con un soldado americano que conoció durante la guerra y que estaba apurada preparando la comida.
Leslie anunció: «¡Mamá, hoy conocí al joven con quien me voy a casar!»
La respuesta no fue la que ella esperaba. Su madre escasamente la miró desde el caldero que estaba revolviendo. Con una voz mezclada de condescendencia y escepticismo, le replicó dando por terminado el asunto: «Qué bueno, querida».
Pero en la mente de Leslie no había duda. Ni tampoco en la mía. Cuando la llamé a la noche siguiente desde un teléfono público en el exterior de una estación de gasolina cerca de mi casa (con cuatro hermanos y hermanas, esa era la única manera de conseguir alguna privacidad), hablamos como si nos hubiéramos conocido durante años. A la gente le gusta debatir si hay algo como el amor a primera vista, pero para nosotros, el problema se había resuelto de una vez y por todas.