Herbert Boy - Una Historia con Alas

Primera edición realizada en Madrid,

en 1955, por Ediciones Guadarrama.

Imp. en la Editorial Iqueima _ Calle 24 Nº 21-33 - Bogotá

Cubierta correspondiente a la 3ra edición (2009).

Imágenes pertenecientes a la 1ra y 2da ediciones.

A la juventud colombiana.

PRÓLOGO

En agosto de 1955 publiqué en Madrid la primera edición de UNA HISTORIA CON ALAS, no con el propósito de contar en ella la propia mía que acaso solo tenga interés para mí mismo y para mis amigos, sino la de esa hazaña prodigiosa que fue la fundación de una compañía de aviación comercial en Colombia. El éxito de aquella edición vino a demostrarme, más que cualquier éxito al que me siento ajeno por el aspecto literario, que las nuevas generaciones colombianas tienen un interés cada vez mayor por encontrar en ciertas cosas, en ciertos hechos que rara vez merecen los honores de la primera página de los periódicos, el origen de lo que hoy es el país, de lo que él representa en América, de la suma de esfuerzos y de anhelos en que se resume la palabra Colombia.

Y es que, en realidad, entre las cosas grandes que se han hecho en esta tierra, merece mencionarse la fundación de la Scadta, su conversión en Avianca, su lucha por extender al mundo entero las líneas de sus vuelos entrando en competencia con poderosas compañías de aviación que cuentan en Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, los Países Escandinavos y España, con el apoyo y la subvención de sus respectivos gobiernos. Pasada la segunda guerra mundial, el vertiginoso desarrollo de la aviación, el advenimiento del jet que imponía la construcción de campos de aterrizaje más resistentes y capaces que las pistas de hierba delos primeros tiempos, la competencia despiadada, la imposibilidad de cerrar el cielo de la patria a las alas de los aviones extranjeros, la necesidad de ampliar servicios y construir costosos talleres en los principales aeropuertos: todo esto, y mucho más, implicaba para una compañía como la Avianca la disyuntiva inevitable de continuar volando o plegar las alas y desaparecer. Mas para continuar volando en competencia con los aviones a chorro cuyo costo es superior a cuanto el público que vuela puede imaginar, se requería un esfuerzo tal vez mayor que el que hicimos nosotros, los primeros aviadores y funcionarios de la Scadta, cuando con muy modestos recursos y unos monomotores anticuados remontamos por la primera vez el Magdalena y establecimos la línea aérea entre Barranquilla y Girardot.

En “Motivos de este Libro”, pórtico de la primera edición, yo había escrito:

“Al relatar desde mi punto de vista personal algunos aspectos de la historia de la aviación comercial en Colombia, creo interesar a los jóvenes. Ellos verán que si es mucho lo que se logró hacer en treinta y cinco años de un pasado todavía reciente, es más lo que podrá hacerse en el futuro, porque en América apenas comienza la época de las grandes hazañas. La aviación repite en nuestro tiempo la de los navegantes del siglo XV, que llenos de fe en el porvenir y de confianza en sus propias fuerzas, se lanzaron mar adentro a descubrir nuevas islas y nuevos continentes. Y dentro de la aviación universal, que no vacilo en parangonar por su importancia con la navegación en el Renacimiento, Colombia ocupa un puesto de vanguardia. Al decir esto no incurro en exageraciones ni pretendo halagar a mis posibles lectores. Me limito a consignar una verdad que debiera ser conocida y divulgada en todas partes. Colombia fue el primer país americano que a raíz de la terminación de la primera guerra mundial, creó y mantuvo con sus propios recursos una empresa de aviación comercial. Fue en Colombia donde aviones recién salidos del capullo europeo se transformaron en libélulas que volaron por la primera vez en los cielos vírgenes de América. A Colombia se debe que el Nuevo Mundo remontara el vuelo. Su ejemplo sirvió para que veinte países perdieran el horror al vacío y se echaran a valor sobre los mares y las cordilleras, abriendo una tercera dimensión a su historia y a su geografía.

“Tal es la obra de un puñado de espíritus generosos que antes que el lucro personal buscaron el engrandecimiento de su propia patria o de su patria adoptiva. Hacia este punto quiero llamar la atención de mis lectores jóvenes. Los viejos recordarán las peripecias y aventuras que pasaron, y los obstáculos tremendos que vencieron los fundadores de la Scadta, madre y antecesora de la Avianca que hoy todos conocemos. Para que los aviones que proyectan la gigantesca cruz de su sombra sobre los aeródromos de Lisboa, Madrid, París, Frankfurt, Nueva York, Quito, Caracas —y ahora Lima y Ciudad de México— llegaran a ser los embajadores alados de Colombia en que se han convertido, fueron necesarios muchos esfuerzos y muchos sacrificios que apreciará el lector en este libro.

“Llegué a pensar que convenía recordar estas cosas en un libro que entrego sobre todo a las nuevas generaciones como acicate y estímulo para sus empresas futuras. Nuestros aviones son el heraldo de esas empresas. Al avión pertenece el porvenir, por lo cual pienso yo que si Colombia es la madre de la aviación en América, sería absurdo que no aspirara a que en un futuro muy próximo las alas de sus propios aviones la levantaran a más altos destinos. Ya no podríamos contentarnos con ser una gigantesca pista de aviones internacionales, una encrucijada de caminos aéreos, un simple campo de aterrizaje de vehículos extraños, como sucede a otros países menos favorecidos que el nuestro. No podemos dejar morir una obra que nos envidian muchos otros. Tenemos que preservar el tesoro que hemos amasado laboriosamente, a lo largo de una experiencia de treinta y cinco años, Fuera del país se conocen los colores que campean en las alas de nuestros aviones. Viajeros del mundo entero utilizan los servicios de Avianca, y el nombre de esta empresa, que espiritualmente pertenece a todos los colombianos, se confunde en muchas partes con el propio nombre de la patria.

“Para contar esta historia tengo que pedir perdón a mis lectores pues echaré mano de mis recuerdos personales y comenzaré el libro con aspectos de la propia mía. Sirva de disculpa la consideración de que, por una serie de felices coincidencias, ella se confunde con la de Avianca. En esta empresa, prolongación espiritual y material de la Scadta, veo cumplidas mis ilusiones de joven y en ella tengo puestos mis ideales de hombre, pues no en balde le hice entrega de los mejores años de mi vida”.

Esto lo escribía hace ocho años. Si ahora lo traigo nuevamente a la presente edición de UNA HISTORIA CON ALAS, es porque los jóvenes al acordar su favor a este libro me han demostrado que no estaba equivocado al tener puestas mis ilusiones en ellos. En esta etapa, Avianca tuvo que afrontar lo que anunciaba en esas páginas, es decir, la lucha abierta por mantenerse en el aire cuando vino la era del jet e inevitablemente se desató una competencia formidable entre las empresas comerciales que aspiraban al predominio en el mundo. La Avianca salió victoriosa de esa prueba que puso en tela de juicio la propia existencia de la compañía. Como se verá en el capítulo que cierra esta historia, tuvo ella que hacer primero un valeroso acto de autocrítica para analizar a fondo su propia trayectoria, medir sus fuerzas, confrontar sus ilusiones con sus posibilidades y luego persuadir a los escépticos, entusiasmar a los tímidos y convencer al gobierno y a las entidades bancarias de la necesidad de que Colombia continuara volando, pero con las alas del jet.

No en balde yo tenía fe en Colombia, y es que estos años recientes han venido a demostrar que no es un lema petulante aquel de que “Avianca es Colombia ante el mundo”.