LAS CIENCIAS
DE LO ARTIFICIAL
HERBERT A. SIMON
A.T.E.
Título original: Sciences of the Artificial
Traducido por: Francisco Gironella
Edición digital: Sargont (2019)
©The Massachusetts Institute of Technology
por A.T.E. - 1973-1978 - Barcelona
Depósito Legal: B. 1457 - 1979
I.S.B.N. 84-85047-10-9
Printed in Spain
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SUMARIO
PREFACIO
La invitación que se me formuló en la primavera de 1968 para hacerme cargo de las conferencias Karl Taylor Compton en el Massachusetts Institute of Technology me brindó la grata oportunidad de poder explicar y desarrollar con una cierta amplitud una tesis sobre la que se han centrado gran parte de mis estudios, al principio en el campo de la teoría de la organización, posteriormente en el de la ciencia de la administración y, últimamente, en el de la psicología.
La tesis es que hay ciertos fenómenos que son a artificiales» en un sentido muy específico: son como son únicamente porque hay un sistema que, por sus objetivos o sus fines, se amolda al medio en que vive. Si los fenómenos naturales tienen en sí un factor de «necesidad» a causa de su subordinación a la ley natural, los fenómenos artificiales poseen un factor de «contingencia», resultado de la maleabilidad que les confiere el medio.
La contingencia de los fenómenos naturales siempre ha despertado dudas acerca de si caen o no dentro del ámbito de la ciencia. Algunas veces estas dudas apuntan al carácter teleológico de los sistemas artificiales y a la consiguiente dificultad de desvincular prescripción de descripción. Ésta, a mi modo de ver, no es la dificultad auténtica. El verdadero problema consiste en demostrar cómo pueden formularse proposiciones empíricas en relación con sistemas que, en circunstancias totalmente distintas, serían completamente diferentes de como son.
Así que inicié mis estudios sobre organizaciones administrativas —hará de esto unos treinta años— me encontré de repente con el problema de la artificialidad casi en estado puro:
«...la administración no se diferencia de la representación teatral. La labor del buen actor consiste en conoceré interpretar su papel, por muy variado que pueda ser su contenido. La eficacia de la actuación dependerá de la eficacia de la obra y de la eficacia con que se interprete. La eficacia del proceso administrativo variará de acuerdo con la eficacia de la organización y la eficacia en sus funciones de los miembros que la integran». [Administrative Behavior, pág. 252].
¿Cómo, entonces, podrá formularse una teoría de la administración que abarque algo más que las reglas normativas de una buena actuación? Y, más concretamente, ¿cómo podrá formularse una teoría empírica? Mis escritos sobre la administración, particularmente en Administrative Behavior y en la parte IV de Models of Man, han buscado la respuesta a tales preguntas, demostrando que el contenido empírico de los fenómenos, las necesidades que aparecen por encima de las contingencias, arrancan de las ineptitudes del sistema de comportamiento para adaptarse plenamente al medio... a partir de los límites de la racionalidad, según yo los llamaba.
Dado que el estudio me condujo a otros campos, se me hizo evidente que el problema de la artificialidad no era privativo de la administración ni de las organizaciones, sino que invadía un radio mucho más amplio de cuestiones. La economía, ya que postulaba la racionalidad en el hombre económico, lo convirtió en el actor magníficamente dotado cuyo comportamiento podía revelar algunas de las exigencias que el medio le adjudicaba, aunque nada en relación con su carácter cognoscitivo. La dificultad debe, pues, desbordar los límites de la economía e irrumpir en todas aquellas facetas de la psicología que se relacionan con el comportamiento racional: pensar, resolver problemas, aprender.
Finalmente, creí vislumbrar en el problema de la artificialidad una explicación de la dificultad con que se ha tropezado para dotar a la ingeniería y a otras profesiones de una sustancia teórica distinta de la esencia de las ciencias que les servían de base. La ingeniería, la medicina, los negocios, la arquitectura y la pintura no se ocupan de lo necesario sino de lo contingente —no de cómo son las cosas sino de cómo podrían ser—. En resumen: del diseño o proyecto. La posibilidad de crear una ciencia o unas ciencias del diseño es exactamente equivalente a la de crear una ciencia de lo artificial. Las dos posibilidades subsisten o se desmoronan al mismo tiempo.
Estos ensayos, pues, tratan de explicar la posibilidad de una ciencia de lo artificial y de ilustrar su naturaleza. Mis explicaciones al respecto no derivan de la administración, de la teoría de la organización ni de la economía, puesto que en otros lugares he tratado ya ampliamente de estas cuestiones. Por el contrario, mis ejemplos básicos han sido recogidos —en la segunda y tercera conferencias, respectivamente— en los campos de la psicología del conocimiento y del diseño industrial. Ya que Karl Compton fue un distinguido maestro de ingenieros al mismo tiempo que un distinguido científico, pensé que no sería impropio aplicar mis conclusiones acerca del diseño a la cuestión de la reelaboración del programa de la ingeniería.
En el curso de este estudio el lector descubrirá que la artificialidad interesa principalmente cuando se refiere a sistemas complejos que viven en medios complejos. Las materias de la artificialidad y de la complejidad se encuentran íntimamente ligadas. Por este motivo he incluido en esta obra un ensayo anterior —«La arquitectura de la complejidad»—, que desarrolla ampliamente ciertas ideas acerca de la complejidad, a las que no he podido aludir más que someramente en estas conferencias. Dicho ensayo fue publicado originariamente en diciembre de 1962, en Proceedings of the American Philosophical Society.
He procurado reconocer en las notas al pie de página, localizadas en los lugares oportunos del texto, las deudas específicas contraídas con otros autores. Una deuda mucho más cuantiosa es la que tengo con Allen Newell, a quien por espacio de más de un decenio he estado asociado para la composición de gran parte de mi obra y a quien dedico el presente volumen. Si en mi tesis hay cosas con las que no está de acuerdo, será probable señal de que estén equivocadas. Pese a ello, no podrá eludir su considerable carga de responsabilidad por lo que respecta al resto de la obra.
Lee W. Gregg reconocerá muchas ideas, sobre todo del capítulo segundo, como originadas en la labor realizada conjuntamente. Y muchos colegas, al igual que tantos estudiantes actuales y de tiempos pasados, han dejado también sus huellas en diferentes páginas de este texto. Entre los últimos quiero mencionar específicamente a L. Stephen Coles, Edward A. Feigenbaum, John Grason, Robert K. Lindsay, Ross Quillian, Laurent Siklossy, Donald S. Williams y Thomas G. Williams, cuya labor se relaciona particularmente con las cuestiones que aquí se tratan.
Las anteriores versiones del capítulo cuarto incorporaban valiosos datos y sugerencias aportados por George W. Córner, Richard H. Meier, John R. Platt, Andrew Schoene, Warren Wearer y William Wise.
Gran parte de los estudios acerca de psicología expuestos en el segundo capítulo fueron sufragados por el Public Health Service Research Grant (MH-07722) de los National Institutes of Mental Health, y parte de los estudios sobre diseño, expuestos en el tercer capítulo por la Advanced Research Projects Agency del Office of the Secretary of Defense (SD-146). Estas becas, al igual que la ayuda anteriormente prestada por la Corporación Carnegie y la Fundación Ford, permitieron que en el Carnegie-Mellon pudiéramos proseguir a lo largo de un decenio nuestras avanzadas exploraciones hacia la comprensión de los fenómenos artificiales.
Finalmente, quiero agradecer al Massachusetts Institute of Technology, la oportunidad de preparar y presentar estas conferencias, así como la ocasión de haber podido establecer un contacto más próximo con los estudios sobre las ciencias de lo artificial, que en la actualidad se realizan en el M.I.T.