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JOSÉ LEZAMA LIMA. Poeta, narrador y ensayista cubano, es uno de los escritores de mayor significación de la literatura latinoamericana del presente siglo. Nació en La Habana, en cuya universidad estudió Derecho. Trabajó en un bufete de abogados y posteriormente fue funcionario. Dirigió numerosas revistas, entre ellas Orígenes (1944-1956), que influirían mucho en la vida cultural cubana. Con el triunfo de la Revolución Cubana, desempeñó diversos cargos relacionados con el mundo de la edición, aunque terminaría aislándose y dedicado por entero a su obra literaria, a partir de 1961 y hasta su muerte. Su primer libro de poemas fue Muerte de Narciso (1937), y con él emplaza al lector frente a una situación límite de la realidad de cuyo desmantelamiento surge otra realidad artísticamente potenciada y reconstruida dentro de una fascinante y barroca mitología. Siguen, entre otras obras poéticas, todas influidas por el estilo rico en metáforas y lleno de distorsiones de Góngora, Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), Dador (1960) y Fragmentos a su imán, publicado póstumamente en 1977, en las que sigue demostrando que la poesía es una aventura arriesgada. En 1966 publica la novela Paradiso, donde confluye toda su trayectoria poética de carácter barroco, simbólico, iniciático. El protagonista, José Cemí, remite de inmediato al autor en su devenir externo e interno camino de su conversión en poeta. Lo cubano, con sus deformaciones verbales, desempeña un papel fundamental en la obra, como ocurre en su colección de ensayos La cantidad hechizada (1970). Oppiano Licario es una novela inconclusa, aparecida póstumamente en 1977, que desarrolla la figura del personaje que ya aparecía en Paradiso y de la que toma título. Lezama Lima ha influido inmensamente en numerosos escritores hispanoamericanos y españoles, algunos de los cuales llegaron a considerarle su maestro, como es el caso de Severo Sarduy.
José Lezama Lima, 2020
Compilación: Carlos Espinosa Domínguez
Editor digital: Titivillus
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INTRODUCCIÓN
A excepción de La expresión americana (1957), en donde reunió las cinco conferencias leídas por él en La Habana, en el Centro de Altos Estudios del Instituto Nacional de Cultura, en enero de 1957, los otros títulos ensayísticos que publicó José Lezama Lima (1910-1976) son recopilaciones de textos diversos que previamente él había dado a conocer. Así fue como surgieron Analecta del reloj (1953), Tratados en La Habana (1958) y La cantidad hechizada (1970), volúmenes en los cuales recopiló trabajos que en su momento vieron la luz en revistas y periódicos o que fueron redactados para servir de prólogos a antologías y obras de otros autores.
Aunque ninguno de esos libros lleva palabras introductorias de su autor, no resulta muy difícil deducir la pauta a partir de la cual los estructuró. Entre todo lo que hasta ese momento había escrito, seleccionó aquellos textos que consideró mejores, más logrados o más representativos de su quehacer crítico y reflexivo. En esa operación de criba, era inevitable y lógico que algunas páginas quedasen fuera. Debe considerarse además que en el caso de los libros aparecidos antes de 1959, Lezama Lima se veía obligado a tomar muy en cuenta otro aspecto mucho más prosaico: el costo que implicaba el aumento del número de páginas. Comentó acerca de ello más de una vez, y de manera específica lo hizo al responder a una encuesta realizada por el suplemento cultural El Caimán Barbudo. Allí expresa:
Nosotros hicimos durante años la revista Orígenes, y la hicimos con grandes dificultades, en tiradas de muy pocos ejemplares. Las ediciones Orígenes, que nosotros imprimimos siempre en la Casa Úcar García y Cía. de la cual era dueño un gran español y un gran cubano, Fernando García Mora —un impresor que amaba la cultura— las pagábamos gracias a los plazos muy cómodos que nos daba García. (Tan cómodos, que a veces nos adormecíamos en esa comodidad y casi ni se le pagaba.) Era muy difícil para nosotros hacer un libro. Recuerdo que empecé a trabajar ganando 40 pesos y el primer sueldo lo gasté en la Casa Úcar García y Cía., para publicar mi primer libro. Lo pagué a plazos. Imagínense lo que significaba con un sueldo de 40 pesos pagar plazos de 10 a 15 pesos.
En todo caso y cualesquiera que sean las razones por las cuales lo hizo, Lezama Lima dejó unos cuantos trabajos no recogidos en libro. Mas existe una ley no escrita de acuerdo a la cual una vez que un escritor fallece, sus textos inéditos o dispersos tarde o temprano terminan publicándose. Algo que también se ha venido a cumplir con el autor de Paradiso. Así, cuando ya su obra parecía cerrada la Editorial Letras Cubanas puso en circulación Imagen y posibilidad (1981), una recopilación de ensayos y artículos hecha por Ciro Bianchi Ross, a quien también hay que agradecer las ediciones de Diarios: 1939-49 / 1956 / 58 (1994), Como las cartas no llegan (2000) y Lezama disperso (2009). Aquel libro significó una significativa aportación a la bibliografía lezamiana, pues permitió que se recuperasen páginas tan valiosas como las que el escritor dedicó a Juan Clemente Zenea, García Lorca, Emilio Ballagas, Amelia Peláez, así como la carta abierta que dirigió a Jorge Mañach, en la famosa polémica que ambos sostuvieron. Igualmente valioso fue Fascinación de la memoria (1993), en donde Iván González Cruz reunió ensayos, pensamientos, décimas y cartas que un año antes habían sido dados a conocer en dos números especiales de la revista Albur.
Al igual que las recopilaciones antes mencionadas, aunque por supuesto en una medida mucho más modesta, los trece textos que aquí se rescatan no van a modificar en lo esencial la imagen de la obra lezamiana, pero sí van a contribuir a una comprensión más integral de ella. Asimismo y lejos de constituir «despojos», se trata de páginas que, en su mayoría, Lezama Lima redactó en su etapa de madurez como escritor. Eso se aprecia de manera obvia en los siete trabajos aparecidos en el Diario de la Marina, seis de los cuales fueron por cierto sus últimas colaboraciones para ese periódico. Allí vuelve sobre figuras tan admiradas por él como Juan Ramón Jiménez, Arístides Fernández, Julián Orbón y Alfredo Lozano, de quienes ya se había ocupado antes. Son textos cuya lectura sirve para calibrar la gran estatura literaria que Lezama Lima alcanzó como ensayista. El hecho de que no figuren en Tratados en La Habana no debe interpretarse como que él los excluyese y prefiriera relegarlos al olvido en la prensa. La explicación es mucho más sencilla: redactó esos artículos cuando ya había entregado al Departamento de Relaciones Culturales de la Universidad Central de Las Villas los originales de ese libro. La prueba evidente es que aparecieron por los mismos meses en que se publicaban comentarios críticos sobre Tratados en La Habana firmados, entre otros, por Cintio Vitier y Anita Arroyo.
Como es natural, no debe buscarse en este puñado de textos más coherencia que aquella que les confiere la firma del autor. Es suficiente decir que, más allá de la diversidad de temas y de los años que separan unos de otros, en todos es indeleble la pluma de Lezama Lima. Baudelaire sostenía que es imposible que un poeta no contenga en sí un crítico. Y si bien esto no siempre se cumple, es algo que por lo menos el autor de