Introducción
V ivimos en una sociedad que desafina, que interpreta demasiado a los demás y los entiende muy poco. Una comunidad de vecinos en apariencia civilizada pero paradójicamente rodeada de prejuicios, revestida de una miopía ética y moral que no soporta al frágil y lo arrincona, donde la enfermedad mental, cerebral o psíquica (no vamos a entrar en especulaciones semánticas) puede ser la excusa más cobarde para disculpar el estigma o despertar la sospecha moral. El entorno social que compartimos nos pide ser lo que no somos y, al mismo tiempo, nos culpabiliza por ser como somos. En mi opinión, nadie debe avergonzarse de lo que es. Yo, sin ir más lejos, a veces estoy tan bajo de ánimo que ni siquiera tengo ánimo de lucro. A pesar de padecer una enfermedad denominada trastorno bipolar con el apellido de síntomas psicóticos, creo tener la suficiente entereza para, cuando menos, intentar cortar de raíz el cordón umbilical del «qué dirán».
Buena parte del presente libro aborda las aptitudes y actitudes que manifiesta la sociedad hacia las personas con algún tipo de trastorno psíquico. Además, p retende desmontar con datos objetivos los prejuicios, miedos ancestrales y el rosario de agravios que comportan los problemas psíquicos. Me he propuesto facilitar información práctica de interés a los pacientes y su círculo afectivo, a través de una puesta en escena didáctica y comprensible, para tal labor me atrevo a tomar prestados sentimientos propios y ajenos.
Expondré vivencias reales, en forma de neurorelatos, opiniones autorizadas y un amplio y variado abanico de argumentos contrastados, que nada tienen que ver con libros de autoayuda ni con la terapia del llanto que propagan algunos foros de Internet. En definitiva, el lector encontrará un manual de optimismo ilustrado.
Carlos Mañas
Mi cabeza me
hace trampas
Vivir con trastorno bipolar
KPS5
Mi cabeza me hace trampas
© 2022, Carlos Mañas
© 2022, Kailas Editorial, S. L.
Calle Tutor, 51
28008 Madrid
kailas@kailas.es
www.kailas.es
Diseño de cubierta: Rafael Ricoy
Primera edición: marzo de 2022
ISBN: 978-84-18345-37-1
ISBN edición en papel: 978-84-18345-07-4
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Índice
A mi familia: mi mujer, Betty (mi leona de ojos azules), y mis hijos (los champions ), a vuestro lado siempre
hace buen tiempo.
Prólogo, por Molo Cebrián
L a primera vez que conocí a Carlos fue leyendo este libro que tienes en tus manos. Era una primera edición de bolsillo, no tan lujosa como esta. Y puedo asegurarte que me tocó. En cada párrafo que leas vas a encontrarlo. Y después de leer a una persona que se abre en canal para contarte lo que es, lo que hay, sin aditivos, te entrarán ganas de conocerlo en persona, de tomar un café con él y de hacerle muchas preguntas. Eso es lo que hice.
La segunda vez que lo conocí fue en Vigo. Fui a sus calles para grabar el podcast que hicimos juntos. Paseamos, comimos pulpo, charlamos con sus vecinos y, tres días después, ya estaba en mi lista de amigos («socio», como él me dice).
Como estudiante de Psicología y «contador de historias en formato audio» me atraía su historia. Nunca estaré lo suficientemente agradecido a María Jesús Espinosa de los Monteros por presentarme a Carlos y meterme en la aventura de Mi cabeza me hace trampas.
Pese a que conocía lo que decía el DSM-V y el CIE-10 sobre el trastorno bipolar, confirmé que no tenía ni idea sobre lo que supone vivir no solo con la sintomatología, sino también con una etiqueta que, generalmente por desconocimiento, nos da tanto miedo.
¿Y qué aprendí? Bueno, supongo que lo mismo que vas a aprender tú.
El mundo en este «alocado siglo xxi » nos lleva a una vida de anhelos imposibles e irreales, de estrés ahogado por ansiolíticos, de apariencia y de ocultación de todo aquello que no cumpla con los cánones que nos han vendido y que hemos comprado con gusto.
Carlos te va a hacer pensar. Así que, como en la película Matrix, te toca elegir. La píldora azul te permite olvidar, seguir en el mundo irreal de estigma y miedo entorno a las diferencias individuales que se alejan de la supuesta normalidad. La roja te libera, te acerca a la vida que ve Carlos, te abre un camino de empatía.
Piénsalo. Si quieres conocer más, toma la pastilla roja y sigue leyendo.
¡Gracias por existir, socio!
1. Hágase en mí tu voluntad
H oy, que hay cambio de estación, también se ha mudado mi rutina. Días atrás estuve jugando con fuego y queriendo ser el Mesías.
No sé si tengo algún correo electrónico en la bandeja de entrada de mi ordenador.
Estoy internado, según dicen, por mi bien. Ahora que estoy menos atontado por la contención química, recuerdo vagamente el día en el que se inauguró mi secuestro social.
No se borran del disco duro de mi cabeza las escenas del recibimiento por parte de mis anfitriones sanitarios. La primera reminiscencia que me acecha dibuja un panorama desalentador.
Inmovilizado por dos seguratas que me arrastran siguiendo las indicaciones de un celador que les señala el habitáculo donde tenían que liberarme.
El sanitario me acomoda una pulsera indicativa en la muñeca, me da una bolsa plástica rotulada con el nombre en letras grandes del psiquiátrico para guardar mis pertenencias y un pijama dos tallas más grandes, incluso en los periodos en los que la medicación me hacía engordar.
Se me apremia para que me desnude y me hacen saber que también me van a pesar, que no pierda el tiempo.
Ejecuto las órdenes sin dilación y presionado por las miradas de los vigilantes que aún están presentes. Al despojarme de mi ropa interior, sale a la luz mi bolsa de ileostomía, para asombro de los demás.
Aparte de estar casado con la bipolaridad estoy ostomizado. Soy uno de tantas y tantos a los que se les ha creado un orificio en el abdomen para dar salida a las heces que se recogen en una bolsa adaptada al cuerpo.
Los agentes de seguridad, al ver la prótesis cerca de mi ombligo, cruzan su mirada y se dan la vuelta para reírse de manera nasal.
«Esta gente lo único de inteligente que tiene es su teléfono móvil», pensé.
Me dio más coraje que el celador secundara la coña. De él no me lo esperaba, a pesar de que su aspecto sí que puede despertar la mofa por sí solo. Es de esa categoría de personas que no está contenta con su edad y se corta el pelo imitando el peinado del futbolista de moda.
Finalizado el proceso de admisión me indican con el dedo el número de habitación.
Me di cuenta de que no tenía zapatillas. «¿Me dais los zapatos?», reclamé en voz alta. Un segurata quitó los cordones y me los lanzó al vuelo.
Mi vecino de habitación es un chaval que aún no tiene edad para conducir. No para de pedirme un cigarro cada quince minutos a sabiendas de que ya hace tiempo que se prohíbe fumar en los hospitales psiquiátricos, situación que obliga a que casi la totalidad de los pacientes tengamos parches de nicotina pegados al cuerpo.
El frenopático está ubicado lejos de la urbe, en una zona rural. Un descampado rodeado de cámaras y muros de cemento sirven de continente para convertirlo en el envase de la locura.