ALMUDENA NEGRO KONRAD (Madrid, 1969) es una periodista y política española. estudió Derecho en la Universidad CEU San Pablo.1 MBA por la universidad Isabel I de Burgos. Máster en Márketing Digital y E-Commerce. Periodista especializada en comunicación política, redes sociales y márketing digital. Es bilingüe de alemán. Habla además inglés y francés. Es madre de una hija.
Como periodista colabora o ha colaborado en medios tales como Libertad Digital, Vozpópuli, 13TV (actual Trece), El Venezolano TV, Radio Libertad La Sexta, Distrito TV, Radio Inter, e Hispan TV. También ha sido responsable del portal de Tecnología de La Razón.es. Es coautora del libro Contra la socialdemocracia, junto al politólogo e historiador Jorge Vilches. (2016). Fué nominada a un premio por la fundación de víctimas del terrorismo tras su activa lucha contra organizaciones terroristas como E.T.A. Presidió Nuevas Generaciones del Partido Popular en el distrito madrileño de Fuencarral-El Pardo.3 A los 25 años fue elegida alcaldesa del municipio de Braojos de la Sierra, siendo por aquel entonces la alcaldesa más joven de Europa. Ocupó el puesto número 17 en la candidatura del Partido Popular para las elecciones a la Asamblea de Madrid de 2019, encabezada por Isabel Díaz Ayuso, siendo elegida Diputada por la Asamblea de Madrid hasta 2021. Portavoz del Grupo Popular en la Comisión de Control de Radio Televisión Madrid. Portavoz adjunta en la comisión de Cultura y Turismo y en la Comisión de Mujer . Vocal en la Comisión de Presidencia. Políticamente se define como individualista frente a los colectivismos. Participa en eventos liberales de la mano de asociaciones como el Instituto Juan de Mariana, Students for Liberty, Liberty Fund…
JORGE VILCHES GARCÍA (1967) es un politólogo y sociólogo español. Doctorado en Ciencias Políticas y Sociología, es profesor titular de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid, y lo ha sido de Historia en la Universidad San Pablo-CEU, así como investigador invitado en el Centro de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de La Sorbona (París IV) y en la Universidad de Roma La Sapienza.
Vilches está especializado en la historia política, parlamentaria y de las ideas del siglo XIX (español y europeo). Por otro lado, en sus análisis politológicos destaca por sus críticas a la socialdemocracia y a los enemigos de la libertad, los totalitarios y autoritarios, como comunistas, populistas socialistas, fascistas y nacionalistas.
Pertenece al consejo de redacción de la revista Aportes: Revista de Historia Contemporánea, fue columnista de Libertad Digital, y actualmente escribe en El Español, La Razón, Vozpópuli, y colaborador habitual de los programas de radio «Yaesdomingo», «Herrera en Cope» y «El Mundo en Viernes».
Ha publicado: Progreso y Libertad. El Partido Progresista en la revolución liberal española (2001), Emilio Castelar, la patria y la república (2001), Antonio Cánovas del Castillo. La revolución liberal española. Antología política, 1854-1876 (2002), Isabel II. Imágenes de una reina (2007), Liberales de 1808 (2008), Contra la socialdemocracia (2017), junto con Almudena Negro y La tentación totalitaria (2021), también junto con Almudena Negro.
Los herederos de Mayo del 68
Los herederos de Mayo del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo cierto y lo falso.
NICOLAS SARKOZY, mitin electoral, 29 de abril de 2007
Willy Brandt, uno de los santos laicos de la socialdemocracia, dijo, con esa autosuficiencia y superioridad moral que caracteriza a la izquierda, que «quien a los veinte años no es marxista es que no tiene corazón». Falso. Quien no es marxista a esa edad solo puede ser por dos razones: no ha pasado por la educación pública o piensa por sí mismo.
Mayo del 68 fue en apariencia un fracaso. «Lo que quedó después de los sucesos de 1968 fue una generación en busca de una ideología», escribió Daniel Bell, esa mezcla de nihilismo y totalitarismo utópico que despreciaba el pasado y el presente para construir la sociedad perfecta. Las movilizaciones de los estudiantes, con sus eslóganes rompedores, no fueron acompañadas por el sindicalismo ni por la mayoría de los franceses. El Movimiento del 22 de Marzo, en la Universidad de Nanterre, donde todo empezó, con Cohn-Bendit, Geismar, Krivine, Sauvageot, la Internacional Situacionista, los intelectuales de culto y los disidentes del comunismo soviético, aquellos trotskistas y maoístas que devoraban libros, quedó aparentemente en nada.
El Partido Comunista Francés se desentendió de aquello, y el sindicato CGT culminó sus huelgas con un acuerdo con el Gobierno. Luego llegó la gran manifestación del 30 de mayo para mostrar que la calle no era solo de los que buscaban la playa bajo los adoquines; y De Gaulle, símbolo del pasado y lo viejo, volvió a ganar las elecciones en julio del 68.
Los sesentayochistas perdieron la batalla, pero ganaron la guerra de opinión. Aquel movimiento revolucionario dio comienzo a una nueva era. Se trataba de sembrar para el futuro, como escribió Herbert Marcuse en su Contrarrevolución y rebeldía (1972). La nueva élite cultural que surgió de aquel 68 cambió el contenido y espíritu de la vida pública, las costumbres y la mentalidad; es decir, el paradigma principal para la interpretación del hombre y la sociedad. Su herencia se puede cifrar en siete consecuencias fuertes, y alguna derivada más: el feminismo obligatorio, el papel político del sexo, el pacifismo teórico, el terrorismo, el tercermundismo, el ecologismo como religión, y la educación para la transformación social. Lo expresaba perfectamente Julien Freund en 1978: «La doctrina totalitaria exige del artista, no el ser ante todo un artista, sino un socialista, por ejemplo, y lo mismo sucede con el sabio, el economista, el profesor, etc.».
Quizá no estaría de más el preguntarse si no ha sido ese cambio en el papel del educador, el intelectual o la persona de la cultura, más atento a cumplir con su papel político que con su oficio, lo que ha provocado la crisis espiritual y creativa de Occidente. El tópico del «artista comprometido» ha sido tanto una excusa para la mediocridad como una contraseña de tribu o un disfraz para el agente político. No es baladí, porque esa acción continuada de esos sectores conforma psicológicamente a la sociedad para aceptar determinados postulados políticos como justos o inevitables. Es más; apuntó Fromm que el miedo al aislamiento social y la debilidad de los principios morales contribuyen a que un partido obtenga la obediencia del pueblo una vez llegue al Gobierno.
En aquella época el agente de transformación dejó de ser el partido, al que se consideró parte de un sistema que no enfrentaba modelos de sociedad, sino que tendía al consenso. Tampoco la «clase trabajadora», a la que la Nueva Izquierda veía como «históricamente pasada de moda», en palabras de C. Wright Mills. La nueva organización para la lucha pasó a ser los movimientos sociales en manos de los estudiantes y los intelectuales.
El movimiento feminista estuvo ausente de Mayo del 68, a pesar de que la Segunda Oleada se había iniciado en Estados Unidos unos años antes. Las mujeres ocuparon un lugar secundario en las manifestaciones, pero no en las reivindicaciones y el imaginario, aunque estuvo presente el Movimiento de Liberación de las Mujeres. La Nueva Izquierda insistió en que el capitalismo era machista, patriarcal, y daba un papel subalterno a la mujer, siempre bajo el dominio del varón. El cambio en el rol de las féminas supondría el desmoronamiento de los pilares del sistema: la familia, la herencia, la propiedad y la tradición, e incluso la industria si eliminaban el consumismo de género. El movimiento se dirigió hacia la denuncia de la cosificación de la mujer, contra los certámenes de belleza y la esclavitud de la imagen, aspectos a su entender típicos del capitalismo. Hoy lo han cumplido, eliminando, por ejemplo, a las azafatas de los circuitos de Fórmula 1.