Jorge Camacho
MIEDO NEGRO, PODER BLANCO
EN LA CUBA COLONIAL
TIEMPO EMULADO
HISTORIA DE AMÉRICA Y ESPAÑA
La cita de Cervantes que convierte a la historia en “madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”, cita que Borges reproduce para ejemplificar la reescritura polémica de su “Pierre Menard, autor del Quijote”, nos sirve para dar nombre a esta colección de estudios históricos de uno y otro lado del Atlántico, en la seguridad de que son complementarias, que se precisan, se estimulan y se explican mutuamente las historias paralelas de América y España.
Consejo editorial de la colección:
Walther L. Bernecker
(Universität Erlangen-Nürnberg, Nürnberg)
Arndt Brendecke
(Ludwig-Maximilians-Universität München)
Jaime Contreras
(Universidad de Alcalá de Henares)
Pedro Guibovich Pérez
(Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima)
Elena Hernández Sandoica
(Universidad Complutense de Madrid)
Clara E. Lida
(El Colegio de México, México D. F.)
Rosa María Martínez de Codes
(Universidad Complutense de Madrid)
Pedro Pérez Herrero
(Universidad de Alcalá de Henares)
Jean Piel
(Université Paris VII, Paris)
Barbara Potthast
(Universität zu Köln)
Hilda Sabato
(Universidad de Buenos Aires)
Jorge Camacho
MIEDO NEGRO, PODER BLANCO
EN LA CUBA COLONIAL
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E-ISBN 978-3-95487-828-4
Diseño de cubierta: Carlos Zamora
Ilustración de cubierta: “Negro guardiero”, litografía de Juan Jorge Peoli, 1853, publicada en Revista de La Habana.
A Lucía y Tomás
“¿Quién no tiembla al contemplar el enjambre de africanos que nos cercan?”
(Carta de José Antonio Saco al capitán general
Miguel Tacón)
INTRODUCCIÓN
El miedo al negro en Cuba fue durante la mayor parte del siglo XIX un desasosiego real entre los blancos por la posibilidad de que los miles de esclavos africanos que había en la Isla se sublevaran y acabaran con ellos tal y como habían hecho en Haití. El alzamiento de esclavos más famoso en el siglo XIX fue el de José Antonio Aponte en 1812, a quien incluso se le incautaron dibujos alegóricos inspirados en los líderes haitianos (Fischer 42). En este libro me interesa destacar cómo junto con ese temor por la memoria de lo que sucedió en la isla vecina se originaron otras fobias en Cuba que incidieron en la manera en que los letrados se refirieron a la esclavitud, a la raza africana y a la cultura criolla en general. Me interesa demostrar cómo este temor sirvió de concepto básico para construir la nación, en la medida en que estos letrados fueron excluyendo rasgos en la cultura criolla que se distanciaban de la de los negros y el “África salvaje”. Esta discriminación de rasgos tenía como objetivo preservar la cultura blanca criolla y responde a lo que David Goldberg en The Racial State (2002) llama “heterogeneity in denial” (“la negación de la heterogeneidad”, 203-205). Para los fines de este libro, por tanto, me interesa subrayar estas fobias que se expresan en las imágenes de abyección y rechazo de los africanos y que se originan con el proceso de modernización de la industria azucarera cubana, donde, junto con la mezcla racial, aparecen conceptos básicos como la higiene, la medicina y las leyes que regulaban la convivencia de ambas razas. En tal sentido, me apoyo en el trabajo de Mary Douglas, quien en Purity and Danger desarrolla un concepto de “impureza” que servirá de trasfondo a esta discusión.
Según la antropóloga británica, la idea de impureza es equiparable con la de transgresión o violación de las categorías culturales en cualquier sociedad, ya que todo aquello que no caiga dentro de los límites permitidos tiene la capacidad de amenazar la normatividad y, por tanto, hacer disparar las alarmas de cualquier régimen. De más esta decir que en la sociedad esclavista colonial esta normatividad y orden eran impuestos por los blancos y remitía a una jerarquía racial y cultural que excluía a los otros racialmente diversos (negros, indígenas, mulatos), ya fueran esclavos o libertos. Desde este punto de vista, conceptos como “impureza”, “infección” y “abyección” explican la forma en que los negros son representados e interpelados por la literatura, que se erige en esta época como la institución que reúne un grupo representativo de letrados interesados en estos temas. Para muchos de estos letrados la mezcla racial y cultural representaba el peligro de morir aguijoneados por ese “enjambre” de africanos que los rodeaba, y por eso combatieron y criticaron aquellas manifestaciones culturales que les eran ajenas o reflejaban la influencia de los negros en la cultura blanca criolla. Entre estas, podemos mencionar las variaciones del lenguaje producido por los africanos, las prácticas de recreo público y la mezcla de religión africana y católica en órdenes como la sociedad secreta Abakuá, la regla Kimbisa y la santería. Para esta élite, tales prácticas eran un síntoma del desvío y una muestra más de la corrupción que trajo consigo el régimen colonial-esclavista. Representaban un mal que tenían que combatir y, por esto, recurrieron no solo a la ley, sino también a las ciencias, la literatura y a la religión para acabar con ellas.
En los capítulos que siguen me centraré en cuatro formas de “racializar” ese miedo: a través de la creación de “tipos” y rasgos fisonómicos dentro de la población, que incluyen la “herencia” biológica y la cultura; el lenguaje bozal o de la gentualla; la religión, y la mezcla racial y cultural en la música, el baile y los trajes.
Desde el punto de vista de los rasgos fisonómicos de los negros, ya Richard Jackson, en un artículo fundamental para entender estas representaciones, “Black Phobia and the White Aesthetic in Spanish American Literature”, reparaba en la paradoja de que los mismos que criticaban la esclavitud en sus novelas (Avellaneda y Villaverde) representaban comúnmente a los negros como seres inferiores o con características blancas que los separaban del resto (467). Para Gómez de Avellaneda, por ejemplo, Sab no tenía “nada de la abyección y grosería que es común en gente de su especie” (cit. en Jackson 467). Era un mulato instruido, y describía su alma como “blanca”. Al hacer esto, decía Jackson, Avellaneda se niega a reconocer la belleza en los negros y muestra un profundo desprecio por los esclavos. De modo que en estas novelas los rasgos físicos serán atributos importantes para saber la posición del narrador. Se hará necesario describir un cuerpo bello y de facciones similares a las de los blancos, para que sean aceptados por el lector –de ahí las mulatas como Cecilia y mulatos como Sab– y, en la medida en que se aparten de las definiciones grecorromanas, los lectores blancos podían leer en sus rostros o en sus miradas sentimientos, deseos y aptitudes “abyectas” o contrarias a las de ellos. La literatura antiesclavista cubana seguiría de cerca los presupuestos de la literatura realista europea, que abunda en los retratos de personajes donde convergen lo físico y lo moral.