AGRADECIMIENTOS
A mi padre por enseñarme a perseguir la libertad y a rechazar el aborregamiento igualitarista. A mi hijo Lucas, ojalá un día leas estos párrafos y estés orgulloso de tu madre. Siempre has sido y serás mi horizonte y mi motivo de lucha contra la injusticia feminista que sueño con aplastar para que nunca te alcance. A mi «Enlace», mi banderín de enganche y el mejor hombre de la Tierra, que conocí mientras me cuidaba apoyado en un escaparate…
A Javier, el papá de Miguelito, su «Mishutka», esperándole bajo «el mismo cielo estrellado»; a Carlos, el papá de Caro, y a todos los hombres, niños y familias abandonados por el Estado y maltratados por el feminismo, y a todos los que, por pereza o dinero, se han apuntado a su negociado insano… Vamos a combatirles.
«Lo que está mal, está mal aunque lo hagan todos. Y lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie».
CRISTINA SEGUÍ GARCÍA (Valencia, 24 de marzo de 1978) es una periodista y escritora española. Es cofundadora del partido político Vox, del cual ya no forma parte desde 2014.
Profesionalmente ha trabajado como azafata, traductora y diseñadora gráfica desde muy joven, antes de comenzar a ser conocida por sus incursiones en política y en prensa. Sus primeros pasos en el activismo político los dio en manifestaciones contra el terrorismo. Vinculada desde su fundación en 2014 a Vox, llegando a liderar de forma efímera dicho partido en Valencia, en noviembre de 2014 anunció su desvinculación de la formación. Crítica con la estrategia del partido, ha continuado no obstante defendiendo algunos de sus postulados.
Colaboradora en el medio online Okdiario, ha participado también como analista política en programas de televisión sobre actualidad política como «Cuatro al día» y «Todo es mentira», de la cadena Cuatro.
Ha publicado: Manual para defenderte de una feminazi (2019) y La mafia feminista (2021).
¿CÓMO LLEGÓ IRENE MONTERO AL MINISTERIO DE IGUALDAD?
Durante toda su carrera política, la primer ministro británica Margaret Thatcher nunca escondió su desprecio por las militantes feministas. «La batalla por los derechos de las mujeres ha sido ganada ampliamente», repetía constantemente al ser preguntada por sus logros individuales. «Me horrorizan los sonidos estridentes que emiten algunas feministas», dijo en 1982. «Odio el feminismo. Es un veneno», confesó en otra ocasión a su consejero, el historiador Paul Johnson. Yo siempre lo he odiado por los mismos motivos, que me llevaron a combatirlo escribiendo este libro.
En 1990 el locutor de radio Terry Wogan trató de poner en evidencia alguna debilidad de Thatcher en su discurso feminista, como si serlo fuera una especie de obligación para desempeñarse en la vida pública, «No parece que la oposición haga alguna concesión por el hecho de que usted sea una mujer». A lo que ella contestó naturalmente: «No. ¿Por qué deberían hacerlo? Yo no hago ninguna concesión con ellos por el hecho de que sean hombres». No es que aquello fuera feminismo del bueno o del malo. Es que, simplemente, no había feminismo. Punto. Hablaba una mujer con la inmensa libertad que le daba renunciar al secuestro del colectivismo, despreciar el victimismo. Disfrutar desde el supremo poder y orgullo que sí te da girarte hacía un movimiento plañidero, igualitarista, violento, malversador, tóxico y coactivo para decirle, como se le diría a cualquier chantajista o maltratador emocional: «Que te jodan. No vuelvo nunca más. No voy a ser una de tus víctimas»
Transcurridos treinta años desde que pronunciara aquellas palabras, no existe atisbo de aquella personalidad y dignidad en la gran mayoría de nuestros políticos. Ni en ellos, ni en ellas. El feminismo actual y hegemónico es representado en España con meridiana precisión y desde su innegable decadencia intelectual, por Irene Montero, Adriana Lastra y muchas otras como ellas, inscritas en la banda de la izquierda. Se trata de mujeres sin otro mérito reconocido que ser la cuota sentimental del vicepresidente del Gobierno de España, en el caso de la primera, y el de tener el carnet del partido desde niña, la obediencia debida y la sumisión de una sirvienta partidista, en el caso de la segunda. Todo ello para compensar sus enclenques recursos intelectuales
Fracasadas en el entorno de competencia profesional fuera de sus sedes de partido y convertidas en mujeres dependientes e inseguras, han hecho de su drama personal el del conjunto del país
En ese sentido, más que ser iniciativas en favor de la mujer, las medidas auspiciadas por el feminismo de la ministra de Igualdad, Irene Montero y la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, parecen impulsos. Buscan la criminalización del «amor romántico» y la privación al resto de las mujeres de su derecho a anhelar la masculinidad en la pareja. Incluso de buscar el placer sexual pleno y saludable, que por otro lado inspira mucha más confianza que el enamoramiento que parecen sentir ellas por el vicepresidente y el presidente del Gobierno «feminista» que se ha mandado fabricar un Manual de resistencia, en el que, con todo lujo de detalles, Sánchez nos detalla cómo un ególatra puede hacerse el amor a sí mismo en detrimento de su esposa, Begoña Gómez, otra aristócrata del movimiento feminista que da la medida exacta de cómo las que alardean de empoderamiento, a menudo acaban colocadas con el comodín de la llamada del «macho alfa»
Es un caso paradigmático el de la primera dama de Moncloa. El 28 de agosto de 2018 el periodista Fernán González demostró en exclusiva que la mujer del presidente era una mímesis casi perfecta de su marido y de su doctorado falso, pues en su currículum afirmaba ser licenciada en marketing . Era un currículum trucado para presentar una falsa hazaña universitaria a través de una empresa privada que funcionaba a modo de academia, M&B Escuela Superior de Marketing y Negocios, creada en 1989 y fusionada diez años después en una corporación, ESEM. Era un cursito, no una licenciatura
Para esos estudios bastaba con tener el bachillerato y la entidad no ocultaba que, en absoluto se trataba de títulos oficiales
Pese a ello la Universidad Complutense de Madrid contrató a la mujer de Pedro Sánchez como profesora. A pesar de no tener el título oficial, la universidad acató públicamente su falsa titulación y la colocó al frente de nueve másteres no oficiales, de forma que pudiese esquivar los requisitos obligatorios de otras plazas de profesor que sí piden el título oficial
Begoña Gómez únicamente disponía de un diploma no universitario y no oficial concedido por una entidad para la que era imposible expedir títulos universitarios en aquella época
La mujer del presidente del Gobierno colgó en la Red su titulación fake con el aval de la documentación de la Universidad Complutense, para ponerse al frente del máster no oficial en Fundraising —captación de fondos para entidades sin ánimo de lucro—, cuya gestión, para más inri, se desarrolló desde un centro de la Complutense: el Centro Superior de Estudios de Gestión cuya dirección corría a cargo de Paloma Román Marugán, doctora en ciencias políticas, profesora y presidenta del tribunal de la tesis doctoral del vicepresidente Pablo Iglesias
Tras la llegada de Sánchez a la Presidencia del Gobierno, el Instituto de Empresa creó en septiembre de 2018 el África Center y fichó a Begoña Gómez. Se trataba de un puesto zombi creado ad hoc para que la mujer del presidente del Gobierno no tuviera que colgar sus pompones feministas en el perchero de Moncloa. Begoña de Sánchez de Castejón era como Raimunda, la fantasma del palacio de Linares y sus cacofonías, una voz imaginaria en un puesto lleno de telarañas por el que la cuota carnal del presidente Sánchez se embolsa, según fuentes próximas al Instituto, 6.000 euros mensuales, si bien Moncloa ha declarado oficialmente que el sueldo de Begoña es secreto de Estado por ser su revelación «una transgresión en su vida privada». He aquí un hermoso ejemplo de que el cacareado «techo de cristal» de las feministas existe y no es otro que el que hay entre ser la mujer del presidente del Gobierno o cualquier trabajadora perteneciente a la clase media que les paga el sueldo a ella y a su conseguidor