La brecha salarial vs brecha cerebral
En sus consignas, el feminismo de izquierdas nunca ha concebido a la mujer fuera del rol de sumisión y servidumbre al hombre porque, en realidad, es así como la entiende el movimiento. La mujer es su producto enlatado de partido para su uso privativo, y es en el ámbito profesional donde se manifiesta de una forma más clamorosa nuestra marginación por parte de la izquierda cuando se trata de destacar nuestra autosuficiencia, nuestra independencia y nuestra capacidad para optar a todo en el ámbito laboral. En la mentalidad esquizofeminista ni siquiera se concibe la posibilidad de que las mujeres seamos empresarias que pagan sueldos, cotizaciones sociales, y que soportan, sin excepción, los mismos riesgos y costes laborales que cualquier hombre a la hora de levantar la persiana de un negocio y de resistir la persecución de un Estado socialista que, para mayor oprobio, utiliza a la mujer como recurso para sovietizar las empresas, para acabar con la iniciativa privada y para justificar su emporio clientelar mediante el sostenimiento de sus grandes falacias: la brecha salarial por motivo de discriminación laboral por sexo, y la necesidad de las cuotas para la consecución de la cacareada «igualdad entre hombres y mujeres».
Gracias a esos dos grandes dogmas, el socialismo ha logrado imponer en todas nuestras relaciones sociales y económicas su praxis igualitarista con la premisa de que la desigualdad es necesariamente injusta y que esta es el nudo gordiano de todos los males traídos por el capitalismo. Ese es el anzuelo que nos lanzan sistemáticamente los antiliberales para convencer a todos los perezosos mentales de sus benévolas y magnánimas intenciones: que someternos a un movimiento colectivista como el feminismo es una obligación moral para ser mejor persona, y que asociarnos a él nos convertirá en las heroínas del pueblo que solo luchan contra las minorías pérfidas y sus injusticias: los ricos del IBEX35, el apartheid judío, los capitalistas, la troika, el libre mercado y las multinacionales, aunque a lo largo de la historia, el igualitarismo solo haya demostrado que, de facto, acaba con las mayorías, tritura a las clases medias y demuele la libertad mediante la usurpación de la justicia, la propiedad privada y los contratos voluntarios entre las partes que, en España, son truncados por los dos sindicatos verticales y mayoritarios más corruptos de Europa: CCOO y UGT.
España necesita conservar la desigualdad justa obtenida del resultado del esfuerzo y el trabajo duro, o de lo contrario, nos sumaremos al elenco de la mediocridad y el fracaso de los estados social-comunistas. Imposibilitarlo es, junto a la defensa de nuestros hijos varones frente a las leyes de género, la gran batalla que han de librar todas las mujeres rechazando el discurso laboral victimista.
Es necesario que las mujeres no claudiquemos ante la falacia de que, en España, una mujer que desempeña el mismo trabajo que un hombre cobra menos que él por el hecho de ser mujer. Las feministas pretenden asentar la idea de que nosotras somos las víctimas de una pandemia de empresarios explotadores con una querencia libidinosa a la humillación femenina que, en pleno siglo XXI, han logrado reeditar la misma relación profesional del amo y la esclava negra del algodonal georgiano del siglo XIX, aumentando la «brecha salarial» por discriminación sexual. Ese modelo de relación laboral esclavista simplemente no existe más que en casos marginales en sectores que requieren muy baja preparación y que son conducidos por «piratas» que gustan de martirizar tanto a una mujer por serlo, como a un hombre por tener más de cuarenta y cinco años. Si España es realmente un país en el que resulta mucho más barato contratar a una mujer que a un hombre por el mismo puesto de trabajo, y al mismo tiempo los empresarios contratan solo hombres. La gran pregunta es: ¿Son los autónomos las Pymes y micro pymes que en este país constituyen más del 95 % del tejido empresarial, gilipollas con tendencias sadomasoquistas?
Como autónoma sé que, en España, las mujeres no necesitamos esperar a ser rescatadas, pues disfrutamos de todas las excelentes condiciones que nos ofrece un sistema de mercado para poder emprender, quitando, claro está, todo el leviatán burocrático que adoran los socialistas. Las mujeres no estamos subyugadas por el «machismo», sino por la imposición, la negligencia y la inoperancia ideológica de las redes extractivas feministas forradas con, entre otras líneas de crédito, la quinta cuota de autónomos más alta de Europa que mujeres y hombres pagamos en igualdad de obligaciones, porque cuando Hacienda te cruje, doy fe de que no te salva la «discriminación positiva» ni la chorradita «inclusiva».
Como mujer trabajadora nunca me he sentido acorralada por el «machismo» y, sin embargo, sí por nuestras hermanas iluminadas que me han nombrado «enemiga del pueblo» en los platós de televisión, en las redes sociales y en mis artículos cada vez que he defendido el libre mercado como camino para alcanzar la prosperidad económica, y mi independencia del movimiento feminista.
El gran problema de la mujer trabajadora y el principal hándicap a su progreso no son los hombres ni el agravio salarial impuesto por una clase empresarial que, de ser Belcebú encarnado, no podría cometer agravios salariales contra sus empleados independientemente de su sexo por estar regida la nómina de estos por los convenios laborales, negociados además con los sindicatos. El problema no es una especie de criatura machista-espectral circulando por los conductos de ventilación de los emporios de empresarios «fascistas» que fuman puros habanos mientras las féminas les limpian las botas, sino cederles su representación a estas mujeres que imponen cuotas en profesiones ya lideradas por mujeres. Estamos de acuerdo: sin las mujeres se pararía el mundo, pero de momento va mucho más despacio por culpa de sus señorías feministas.
Un total de 1 135 802 personas a 1 500 000 de autónomos tildándoles de «defraudadores» en informes como el que los proto-bolivarianos de Gestha publicaron a finales de julio de 2019. Todos ellos, por cierto, aceptados como prescriptores de opinión y de la verdad irrefutable en los programas de televisión por las presentadoras autoproclamadas «feministas».
Las feministas insisten en que los «empresarios oprimen a mujeres». Sin lenguaje inclusivo, porque, por ese irrefutable paralelismo mágico establecido por el feminismo, toda mujer es un ser de luz incólume y frágil incapaz de ser «una malvada empresaria capitalista» que oprime a sus trabajadores. De forma que las mujeres hemos sido convertidas mejor en una especie de campesinita pelirroja sacada de una trilogía erótica de Megan Maxwell que, por ser incapaz de valerse por sí misma, ha cambiado al clásico «cachondo» de torso homérico a caballo por Pedro Sánchez, por el pichabrava de Vallecas Pablo Iglesias, por Carmen Calvo, por las expertas en estudios de género, por la Stasi contra el reguetón de la playa de Calpe, por alguna secuestradora de niños de Infancia Libre o por cualquier otro representante del Estado.
No va a haber suficiente «empoderamiento» progre para todas las mujeres que quieran sacarse de encima a todos esos 800 sociatas diversificados que en España hay por metro cuadrado. A los del PSOE, a los de Podemos, a los de Ciudadanos o a los del partido del támpax vegano.
Ante el pistoletazo de salida de cada carrera electoral, no hay candidato feministo ni candidata feminista que no se dispute a codazos la foto con la prototípica cría gafapasta que siempre ha querido ser astronauta, pero que, por culpa del «colonialismo hispánico», «el capitalismo» y «el patriarcado» se ha convertido en una Ofelia prolífica propiedad de un machirulo despiadado que le ha hecho seis chiquillos a los que ella amamanta mientras remueve los garbanzos del cocido. Así se refería a ella en Twitter la propia Inés Arrimadas, portavoz de Ciudadanos, como si fuera una visionaria sobre un pedestal levantado en un «campo de nabos» en 1920: la niña que no puede ser presidenta, científica, astronauta, ingeniera, o lo que quiera ser cuando crezca luchando contra la brecha de los sueños.