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Cristina Villanueva - Desplegando velas

Aquí puedes leer online Cristina Villanueva - Desplegando velas texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: ePubLibre, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Cristina Villanueva Desplegando velas

Desplegando velas: resumen, descripción y anotación

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El movimiento feminista de los años setenta luchó para las generaciones venideras. Y crecimos para convertirnos en mujeres profesionales sin vetos a ningún propósito ni sueño. Sin desigualdad, cualquier meta era posible. Y dejamos de ser feministas. Ya no estaba bien visto reivindicar la igualdad, y el feminismo se convirtió en una palabra fea. Pero seamos sinceras: nos han engañado. Sin embargo, hay mujeres ejemplos de rebeldía, tesón e inteligencia que han triunfado en un mundo vetado para el liderazgo femenino. Mujeres intrépidas que vociferan al mundo desde el silencio del trabajo, la entrega y la pasión.

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PRÓLOGO
MUJERES INVISIBLES

El cambio más brutal que ha afectado a mi vida ha sido el nacimiento de mi hijo. Para empezar, me convertí en padre. Hasta entonces había sido hijo, hermano y nieto. Ser padre implicaba innumerables cambios en muchos aspectos de mi vida. Pero precisamente en aquel en el que yo pensaba que más iba a repercutir, en mi trabajo, apenas cambió nada. ¿Por qué? Pues porque cuando me convertí en padre, mi pareja se convirtió en madre. A ella sí le cambió todo. Y tocó hablar de conciliación, de cómo lo íbamos a hacer.

Reconozco que cuando pasó, no solo es que no le diera importancia, sino que ni siquiera sé si era plenamente consciente de la forma tan desigual en la que profesionalmente afecta a un hombre y a una mujer. Funcionaba de acuerdo a un principio básico: yo voy a trabajar y la madre va si puede. Supongo que lo consideré «normal», porque así había sido siempre: cuando nacía un hijo el padre seguía trabajando y la mujer se quedaba en casa a cuidar del bebé. Y p’alante.

Pues no. Ni es lo normal, ni debería serlo, ni podemos permitirnos que lo siga siendo. Y por suerte cada vez lo es menos. Igual que el resto de situaciones en las que las mujeres han tenido que sufrir un trato desigual. En el mundo laboral es donde la desigualdad ha sido más evidente (e injusta). Como no es normal, ni debe serlo, que cuando una madre haga lo que han hecho siempre los padres, esto es, ir a trabajar dejando un bebé en casa, se tenga que sentir culpable porque es mujer.

Y este libro que tienes entre las manos es una muestra más de lo poco normal que ha sido siempre. Cristina Villanueva cuenta lo incómoda que estaba al recibir el más mínimo reconocimiento a su trabajo. Cada premio, cada felicitación, era un engorro: «No lo merezco», «¿Por qué a mí?». Como tantas otras mujeres antes que ella, quita importancia a todo lo que hace, no le parece que sea suficiente para merecer un reconocimiento.

Ella misma cuenta el por qué en el libro: el síndrome de la impostora. Nos han educado a los hombres como hombres y a las mujeres como mujeres, y a todos nos han metido algo en la cabeza: el lugar de la mujer siempre está detrás del lugar del hombre.

Y no le pasa solo a ella. En este libro Villanueva aporta también algunos casos concretos de otras mujeres (Icíar Bollaín, Laia Sanz…). La mayoría tiene asumido que es normal que la mujer se vea obligada a trabajar el doble y cobrar la mitad para que se le reconozca algún mérito. Decir que es injusto me parece poco.

Hoy, esa sensación que explica Cristina la vivo yo también: todos hemos tenido mujeres cerca, empezando por nuestra abuela, madre o hermana, y seguro que todos pensamos que son verdaderas heroínas. En mi caso, lo que han hecho y hacen ellas, como lo que hace Cristina, sí es importante. En cambio, en mi casa, el que recibe los halagos que vienen de fuera soy yo. Primero por hacer el gamberro en la tele y luego por preguntar a la gente que manda aquello que no quieren explicar. No sé si me lo hubiesen reconocido tanto si fuese mujer. No sé ni si habría tenido la oportunidad de hacer todo lo que hago siendo mujer.

Como no podía ser de otra forma, esta situación está cambiando, para bien, como vivimos el pasado 8 de marzo: el clamor ya no fue solo feminista, fue global. Como señala Villanueva en el libro, «es necesario que los hombres sean feministas. La sociedad necesita más hombres que amen a las mujeres». La concepción «patriarcal» de la sociedad es insostenible, por mucho que a algunos les provoque vértigo un futuro en igualdad.

Que no sea porque en el fondo los hombres nos tememos que, en igualdad de oportunidades, lo llevaríamos claro: a fuerza de generaciones en que las mujeres han tenido que hacer el doble para recibir la mitad, ahora no podemos pretender siquiera salir a empatar.

Como en todo lo que no funciona, la principal solución es una: la educación. Y leer, leer mucho. Podéis empezar por este libro.

JORDI ÉVOLE

A mis peques, por recordarme
la importancia de la belleza

1
LA SAL

No sé muy bien en qué momento pasó. ¿Cuándo te das cuenta de que todo se va a la mierda? La vida está llena de proyectos, sobre todo en los años de juventud. Creo que la mente adolescente es capaz de producir veinte mil sueños por minuto y visualizar futuros tan dispares que solo en la imaginación congenian y tienen sentido.

El mar ha sido siempre el testigo de mi efervescencia, el bullir de la sangre, de las ideas y de las palabras. Testigo también de la decadencia. Cuando las ilusiones se rompen. Recuerdo la sal metiéndose en los huesos a través de la piel, el cuerpo se hiela y el corazón se acelera, noto la sal en la boca, recorre las mejillas para morir en los labios. Ni siquiera me había dado cuenta de las lágrimas, pero ahí estaban recorriendo mi cara. En aquel instante, en una noche de primavera frente al mar que tantas veces me ha visto reír, mi yo se desvanecía. Simplemente no sabía quién era, cuáles eran mis sueños o en qué había convertido mi presente. Empecé a notar la ausencia de mi pasión por las cosas, la inocencia de los años jóvenes y la pseudoignorancia. Volví a lamer las lágrimas ya en la comisura de los labios. La Sal. Es destructora. Puedes matar un olivo milenario solo con sal. Poco a poco se mete en la tierra, en sus raíces, y convierte el suelo en algo inerte, improductivo. La sequedad estrangula la savia y al árbol. Lo seca desde dentro hasta tragarse la última gota de vida. La sal es, a la vez, un mineral necesario para la vida. Y ahí reside todo. El equilibrio. La aceptación de que no hay vida sin muerte, ni alegría sin tristeza.

Mi carrera empezó pronto. Con veintiún años me senté frente a Pedro Barthe, periodista deportivo referente en el mundo del baloncesto, para mí una voz inalcanzable que jamás esperé que se hiciera realidad, pero ahí estaba frente a mí: el hombre, no la versión imaginada. Escondí la cabeza entre los hombros y la pantalla del ordenador. Creo que a él le divirtió mi vergüenza y mis respuestas balbuceantes ante una conversación de bienvenida que pretendía ser cálida, pero de la que solo recuerdo esa sensación paralizante. Aquel día me prometí que no volvería a agachar la cabeza. No conseguí cumplir esa promesa pero luché contra esa sensación, producto de una educación de respeto servil hacia los mayores, pero, sobre todo, de una educación, una sociedad y una cultura que coloca a la mujer siempre tras un hombre. Aunque de eso me daría cuenta mucho tiempo después.

Todo va muy rápido hasta que la vorágine se detiene y la vida te obliga a cambiar el paso. A mí me pilló desprevenida. La frenada en seco me sacudió los sentidos. Había vivido sin detenerme un solo instante, empujada por la inercia del trabajo, el éxito embriagador, la familia, el entorno. Cuando me busqué no supe encontrarme. Aquellas lágrimas no eran más que la despedida de una etapa acabada, el adiós a mis sueños, en parte ya cumplidos. El miedo a un nuevo comienzo personal. ¿Dónde estaba mi yo? Ahora sé que estaba ahí y yo andaba perdida.

En aquel momento dejé que las olas del mar acariciaran mi mente. Su vaivén acompasó mi respiración…, las lágrimas cesaron y el mar me insufló vida. La Sal no acabaría con mi última gota de pasión. Me llenaría de su vitalidad para que la salmuera sanara las heridas aun sabiendo que podría ser un proceso doloroso. Volvía a tener un plan. ¿Por qué nacen heridas tan profundas? Este es un proceso de aprendizaje interior: son heridas de género; estaban ocultas en mi mente, por primera vez se habían hecho conscientes, y dolía.

2
HERIDAS DE GÉNERO

Una noche más volví del trabajo con un gran sentimiento de culpa provocado por el placer de desentenderme de mi bebé durante todo el fin de semana. ¡Oooh, sí! ¡Qué horror! Una madre disfrutando de volver al trabajo por el que ha luchado toda su vida hasta ese momento. Mi profesión, mi futuro, siempre había sido mi prioridad. ¿Y de quién no? A mí nunca me han dicho que me prepare para ser madre porque se da por hecho que lo serás y que no hay nada que aprender. ¡Tremendo error! ¡¿Se puede saber quién inventó las normas?! Te preparas para tu futuro. Estudias para poder abrir el abanico de oportunidades laborales y para escoger algo que te guste lo suficiente como para que el hastío no te machaque la mente durante el resto de tu vida… Y entonces, eres madre, y necesitas reestructurarte o reprogramarte como si a tu disco duro le faltara un programa nuevo o la última versión actualizada. Necesitaba algo, ni siquiera sé muy bien el qué, pero estaba empezando a dominarme el pánico.

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