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Mary Eberstadt - Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios

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  • Libro:
    Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios
  • Autor:
  • Editor:
    RIALP Ediciones
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  • Año:
    2014
  • Ciudad:
    Madrid
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Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios: resumen, descripción y anotación

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La familia y el cristianismo son las dos instituciones que han configurado nuestra civilización. Ambas han experimentado un retroceso en las últimas décadas, de consecuencias imprevisibles en nuestro mapa cultural y social. ¿Cómo se ha producido este fenómeno? La opinión más convencional defiende que primero se produjo un retroceso religioso –Dios, si existe, ya no parece ser tan necesario-, seguido de un declive de la familia. Pero la autora demuestra que el proceso ha sido el inverso. ¿Qué consecuencias tiene esto en Occidente? ¿Cabe pensar en un regreso a la creencia en el mundo que viviremos? Mary Eberstadt es colaboradora habitual en The Washington Post, Los Angeles Times, National Review, The Weekly Standard y First Things. Senior Fellow en el Ethics and Public Policy Center de Washington, trabajó en el Departamento de Estado y en Naciones Unidas, en National Interest y Public Interest. Entre sus libros, destacan Adán y Eva después de la píldora, Home-Alone America y The Loser Letters.

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MARY EBERSTADT

CÓMO EL MUNDO OCCIDENTAL PERDIÓ REALMENTE A DIOS

Una nueva teoría de la secularización

EDICIONES RIALP, S.A.

MADRID

4. PRUEBAS CIRCUNSTANCIALES A FAVOR DEL 'FACTOR FAMILIA' (II): INSTANTÁNEAS DE LOS DATOS DEMOGRÁFICOS, O CÓMO EL DECLIVE DEL CRISTIANISMO EN OCCIDENTE SE HA VISTO ACOMPAÑADO DE CAMBIOS FUNDAMENTALES EN LA FORMACIÓN DE LA FAMILIA

El capítulo anterior muestra que la relación entre familia y fe puede verse como una calle de doble sentido. Ahora consideremos otro conjunto de pruebas circunstanciales: más pruebas que señalan que, por lo menos algunas veces, tiene que entenderse así.

Antes de seguir adelante, conviene avisar que los expertos gritarán: '¡Falta!', por el capítulo anterior y este. Inevitablemente, algún que otro sociólogo arrojará contra mi tesis la más grave acusación definitiva de herejía metodológica: que la correlación no es prueba de la causalidad. En otras palabras, algunos responderán que el mero hecho de que el declive de la familia haya sido paralelo al declive religioso en Occidente no nos dice nada significativo en cuanto a cuál de los dos ha sido causa del otro.

La mayoría de las veces, esta acusación se utiliza para desechar cualquier manera nueva de ver las cosas. Naturalmente que la teoría propuesta en estas páginas está abierta a la objeción, por parte de expertos y no expertos. No obstante, merece la pena señalar que la frase 'la correlación no es prueba de la causalidad', habitualmente esgrimida por expertos contra no expertos, es un eslogan, y no un argumento.

Adelantémonos pues a esa acusación. En primer lugar, yo quisiera señalar con todo respeto que el guion convencional de la secularización ya lleva arraigada una teoría causal. Según esa teoría, las personas primero tienen sus creencias religiosas, y luego cambian su comportamiento personal (específicamente, en cuanto a la formación de la familia). Esta teoría, tácita y no reconocida, sin embargo es aceptada casi universalmente. Si vamos a permitir que las teorías causales se nos insinúen sibilinamente de esta manera, entonces es preferible que las dejemos campar a sus anchas abiertamente, donde podamos observarlas mejor y estudiar sus costumbres; es mi opinión. Según esa teoría oculta, según hemos visto, se supone que la verdad es algo parecido a la siguiente cadena causal: Primero , las personas perdieron la fe, y luego dejaron de tener hijos, de tener familia. Por clarificar una vez más, no sirve de nada hacer afirmaciones mayores que las que puedan demostrarse con datos. Sin duda que algunas veces, como señala el capítulo anterior, la teoría generalizada describe en efecto cómo actúan las personas en cuanto a estos asuntos.

Por otro lado, también existen muchas pruebas a favor de la lectura contraria, la inversa. Este capítulo le ofrecerá al lector argumentos a favor de entender fe y familia como una doble hélice, más que como una serie de procesos lineales independientes. Intentaremos abrir un claro en el denso bosque intelectual que rodea este tema, para ver cuál es el camino que lleva a los occidentales desde las abstracciones (como urbanización e industrialización ) hasta la realidad individual de quien simplemente deja de asistir a los cultos religiosos. En este capítulo se intentará cartografiar ese terreno mediante una cuestión amplia pero efectiva (o así lo espero): Si el factor familia fuese en efecto parte de la razón de la secularización (es decir, si la familia tuviese algo que empuja a las personas a la fe, y no solamente al contrario), entonces, ¿cuáles serían las consecuencias lógicas, a gran escala? Es interesante que existan pautas visibles que corroboran esa tesis.

Si el factor familia es parte de la explicación de la secularización, es de esperar que el declive de la familia acompañe el declive religioso. Esto lo vemos.

Una vez más, consideremos lo que señalan los hechos históricos si utilizamos la fertilidad como muestra del estado de la familia.

Eso que los demógrafos llaman la 'caída sostenida' global y sin precedentes de la natalidad que caracteriza Occidente hoy comenzó más pronto de lo que se suele pensar. Para medir este cambio disponemos de un instrumento valiosísimo: el Proyecto Europeo de Fertilidad, dirigido por Ansley J. Coale y Susan Cotts Watkins en la Universidad de Princeton durante la década de los 70 y principios de los 80. Documenta el hondo cambio demográfico de la transición de la fertilidad en Europa: la caída en más del cincuenta por ciento en el número de hijos por mujer (entre finales del siglo XVIII y mediados del XX ).

Con la vista de nuevo fija en el bosque, ¿cuáles son las tendencias a gran escala que emergen del proyecto? Pues que la fertilidad empezó a caer a finales del XVIII en Europa y siguió cayendo dentro del matrimonio, variando según el país pero siempre con el mismo arco global. Crucemos ahora esa tendencia con otra: el incremento, un poco más tarde, de la cohabitación, que puede utilizarse como muestra del declive religioso, ya que todos sabemos que el Cristianismo desaprueba del sexo fuera del matrimonio. La cohabitación no es propia de cristianos practicantes. Y, ¿cuáles son las cifras de la cohabitación en Europa? Según la OCDE, fuente fiable si la hay, 'a lo largo de las últimas décadas, las pautas en cuanto a la cohabitación han cambiado de manera significativa en la mayoría de los países de la OCDE'. Para la OCDE en general, entre los adultos entre veinte y treinta y cuatro años, más de un tercio de los que viven en pareja no están casados. Claro que hay variaciones sobre el tema: por ejemplo, en Dinamarca es más frecuente cohabitar que casarse, mientras que en Polonia hay veinte matrimonios por cada pareja que cohabita sin casarse. Pero existe un incremento generalizado de eso que antes se llamaba 'vivir en pecado' .

Si juntamos esta tendencia con las cifras de la transición demográfica, sobresale el crecimiento de ciertas partes del bosque. A lo largo del tiempo, muchas personas dejaron de tener hijos, y dejaron de casarse, y dejaron de ir a la iglesia. No estoy intentando establecer que ninguna de estas tres tendencias fuese la primera en ningún caso en particular, ni falta que hace para mi argumentación. Pensemos de nuevo en esa doble hélice tridimensional, en que las espirales se refuerzan una a otra de manera que es imposible forzarlas a convertirse en dos líneas rectas bidimensionales. Lo que vemos de nuevo es que el declive de la fe y el declive de la familia funcionan de manera interdependiente.

Por cambiar de metáfora una vez más, veamos ahora algunos de los árboles históricos concretos, para buscar ejemplos específicos de esta dinámica.

En Francia, por ejemplo, la caída de la natalidad comenzó a finales del siglo XVIII , antes que en ningún otro país europeo . Estos cambios apuntan ya hacia un declive de la familia que se aceleró bajo las 'reformas' de la Revolución francesa, que liberalizó las leyes matrimoniales hasta un grado sin precedentes, y persiguió de muchas maneras la institución hasta entonces más identificada con la defensa de la familia como tal: la Iglesia católica. La familia francesa como institución resultó debilitada por todas estas tendencias dispares. ¿Cómo podía ser de otra forma?

Una vez más, hemos de colocar juntos los dos grandes fenómenos, el declive de la familia y el declive religioso, si queremos captar su relación orgánica. Por ejemplo, en la fascinante The Making of Revolutionary Paris [Cómo se creó el París revolucionario], obra de David Garrioch citada en el párrafo anterior, el autor dibuja un cuadro vívido y minucioso del declive del Cristianismo en aquella ciudad durante el siglo XVIII. Como prueba de ese declive, cita una panoplia de pruebas que van de lo evidente a lo más sutil. Las cofradías, por ejemplo (organizaciones religiosas dedicadas a un santo o culto en particular), vieron bajar el número de miembros de manera pronunciada a lo largo del siglo. También cayeron en picado los legados para la Iglesia. Los símbolos religiosos perdieron importancia en la vida pública, hasta tal punto que en 1777 el ayuntamiento de París decidió que los votantes ya no tendrían que jurar sobre el crucifijo al elegir a los concejales. Hacia la década de 1750, ya eran escasas las acusaciones de blasfemia, cuando antes habían sido de lo más corrientes .

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