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Henry Kissinger - Orden mundial: Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia

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Henry Kissinger Orden mundial: Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia
  • Libro:
    Orden mundial: Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia
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    Penguin Random House Grupo Editorial España
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    2016
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Orden mundial: Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia: resumen, descripción y anotación

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Una profunda reflexión sobre qué motiva la armonía y el conflicto en las relaciones internacionales, por el Premio Nobel de la Paz.

«Las conclusiones de Kissinger deberían ser lectura obligada para los candidatos a las elecciones de 2016. El orden mundial depende de ello.»
The Financial Times

Henry Kissinger presenta una profunda y original reflexión sobre las causas que originan la armonía y los conflictos en los asuntos globales.

A partir de su inmensa experiencia como uno de los principales estadistas del siglo XX, asesor de presidentes, conocedor del mundo, observador y participante en los temas centrales de política internacional de último medio siglo, Kissinger expone en esta obra su visión del reto fundamental del siglo XXI: cómo construir un orden internacional compartido en un mundo con perspectivas históricas divergentes, plagado de conflictos violentos, tecnología desbocada y extremismo ideológico.

Reseñas:
«El mejor Kissinger, con su inimitable combinación de erudición y agudeza, y el talento para unir titulares con tendencia a largo plazo; a muy largo en este caso. Abarca desde el Tratado de Westphalia a los avances en microprocesadores, desde Sun Tzu a Talleyrand, a Twitter.»
Hillary Clinton, The Washington Post

«Un magnífico ensayo sobre el desorden político internacional.»
Lluis Bassets, Babelia

«El nuevo libro de Henry Kissinger, Orden mundial, no puede ser más oportuno. Kissinger, a sus 91 años, recorre a buen paso los siglos y los continentes, y examina las alianzas y los conflictos que han definido Europa a través de los siglos, las consecuencias de la desintegración de estados como Siria o Iraq, y la relación de China con el resto de Asia y Occidente.»
Michiko Kakutani, The New York Times

«Este libro combina historia, geografía, política contemporánea y buenas dosis de pasión. Así es, pasión, ya que es un cri de coeur de un famoso escéptico, un aviso a las generaciones futuras de un anciano gran conocedor del pasado, un libro que todos los políticos deberían leer.»
John Mickletwait, The New York Times Book Review

«El libro de Kissinger es un fascinante e instructivo recorrido global por la búsqueda de la armonía. La clave del realismo en las relaciones internacionales de Kissinger, y el tema de este libro magistral, es que esa humildad es importante no solo para las personas, sino también para los países, incluido Estados Unidos.»
Walter Isaacson, Time

«Kissinger demuestra por qué sigue siendo un asesor tan respetado tanto por presidentes estadounidenses como por líderes internacionales. Orden Mundial es una guía para perplejos, un manifiesto para repensar el papel de Estados Unidos y del mundo. La visión de Kissinger podría contribuir a crear una era más tranquila que la que tenemos ahora mismo.»
Jacob Heilbrunn, The National Interest

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Orden mundial

Reflexiones sobre el carácter

de las naciones y el curso de la historia

HENRY KISSINGER

Traducción de

Teresa Arijón

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Introducción

La cuestión del orden mundial

En 1961, al inicio de mi carrera académica, hice una visita al presidente Harry S. Truman cuando me encontraba en Kansas City para dar una conferencia. A la pregunta de qué lo enorgullecía más de su mandato, Truman respondió: «Que derrotamos por completo a nuestros enemigos y luego los trajimos de vuelta a la comunidad de las naciones. Me gustaría pensar que solo Estados Unidos es capaz de algo así». Consciente del enorme poder del gobierno estadounidense, Truman se enorgullecía sobre todo de los valores humanos y democráticos que lo caracterizaba. Quería ser recordado no tanto por las victorias de Estados Unidos como por sus conciliaciones.

Todos los sucesores de Truman han adoptado alguna versión de esta retórica y han exaltado atributos similares de la experiencia estadounidense.

Y durante la mayor parte de este período la comunidad de naciones que Estados Unidos aspiraba a defender reflejó el consenso: un orden de estados cooperativos en expansión inexorable que observara reglas y normas comunes, adoptara sistemas económicos liberales, renunciara a la conquista territorial, respetara la soberanía nacional y abrazara sistemas de gobierno participativos y democráticos. Los presidentes estadounidenses de ambos partidos han continuado instando a otros gobiernos, a menudo con suma vehemencia y elocuencia, a esforzarse en la preservación y la ampliación de

los derechos humanos. En muchas instancias, la defensa de estos valores por parte de Estados Unidos y sus aliados ha dado como resultado importantes cambios para la condición humana.

No obstante, hoy este sistema «basado en reglas» se enfrenta a cuestionamientos y desafíos. Las frecuentes exhortaciones dirigidas a distintos países para que «hagan su justa parte», jueguen según «las reglas del siglo XXI» o sean «actores responsables» dentro de un sistema común reflejan el hecho de que no existe una definición compartida del sistema ni una idea clara de qué sería una contribución «justa». Más allá del mundo occidental, las regiones que desempeñaron un rol menor en la formulación original de estas reglas cuestionan su validez en su forma actual y han dejado claro que trabajarán para modificarlas. Así, aunque «la comunidad internacional» sea hoy quizá invocada más insistentemente que en cualquier otra época, no presenta un conjunto claro o consensuado de metas, métodos o límites.

Nuestra época persigue con insistencia, a veces casi con desesperación, una idea de orden mundial. El caos amenaza acompañándose de: una interdependencia sin precedentes en la propagación de armas de destrucción masiva, la desintegración de los estados, el impacto de la devastación del medioambiente, la persistencia de las prácticas genocidas y la difusión de nuevas tecnologías que pueden llevar el conflicto más allá del control o la comprensión humanos. Los nuevos métodos de acceso y comunicación de información unen a las regiones como nunca antes y proyectan globalmente los acontecimientos, pero de una manera que inhibe la reflexión y exige que los líderes registren reacciones instantáneas expresadas en eslóganes.

¿Acaso nos encontramos en un período en el que fuerzas que están más allá de las restricciones de cualquier orden determinarán nuestro futuro?

VARIEDADES DE ORDEN MUNDIAL

Jamás ha existido un verdadero orden mundial. Lo que entendemos por orden en nuestra época fue concebido en Europa Occidental hace casi cuatro siglos, en una conferencia de paz que tuvo lugar en la región alemana de Westfalia, realizada sin la participación y ni siquiera el conocimiento de la mayoría de los otros continentes y civilizaciones. Un siglo de conflictos sectarios y sediciones políticas en Europa Central había culminado en la guerra de los Treinta Años, de 1618 a 1648: una conflagración en que se mezclaron las disputas políticas y religiosas, los combatientes recurrieron a la «guerra total» contra los centros poblados, y casi un cuarto de la población de Europa Central murió en combate, por enfermedad o de hambre. Los exhaustos participantes se reunieron para definir un conjunto de acuerdos que restañaran el baño de sangre. La unidad religiosa se había fracturado con la supervivencia y la expansión del protestantismo; la diversidad política era inevitable, dado el número de unidades políticas autónomas que habían combatido sin que ninguna prevaleciera. Y así fue como en cierto modo se manifestaron en Europa las condiciones que caracterizan el mundo contemporáneo: una multiplicidad de unidades políticas, ninguna lo suficientemente poderosa como para derrotar a las otras, muchas de ellas con filosofías y prácticas internas contradictorias, en busca de reglas neutrales que regularan su conducta y mitigaran el conflicto.

La Paz de Westfalia reflejó una adaptación práctica a la realidad, no una visión moral única. Se basaba en un sistema de estados independientes que se abstuvieran de interferir en los asuntos internos ajenos y controlaran mutuamente sus ambiciones a través de un equilibrio general del poder.

Ninguna verdad o regla universal prevaleció en las disputas europeas. En

cambio, a cada Estado se le asignó el atributo de poder soberano sobre su territorio. Cada uno de ellos debía reconocer y respetar como realidades las estructuras internas y propensiones religiosas de los otros y abstenerse de cuestionar su existencia. Dado que el equilibrio de poder se percibía ahora como algo natural y deseable, las ambiciones de los gobernantes se contrapesarían mutuamente, cosa que, al menos en teoría, reduciría el alcance de los conflictos. La división y la multiplicidad, un accidente de la historia europea, se transformaron en el sello distintivo de un nuevo sistema de orden internacional dotado de una perspectiva filosófica propia y definida. En este sentido, el esfuerzo europeo por terminar con la conflagración configuró y prefiguró la sensibilidad moderna: descartó el criterio absoluto en favor de lo práctico y lo ecuménico; buscó extraer orden de la multiplicidad y la restricción.

Los negociadores del siglo XVII que pergeñaron la Paz de Westfalia no pensaron que estaban poniendo los cimientos de un sistema aplicable a escala global. No intentaron incluir a la vecina Rusia, que por entonces se esforzaba por reconsolidar su propio orden después del pesadillesco

«tiempo de tribulaciones», consagrando principios claramente opuestos al equilibrio de Westfalia: un solo monarca absoluto, una ortodoxia religiosa unificada y un programa de expansión territorial en todas direcciones. Los otros centros mayores de poder tampoco pensaron que el acuerdo de Westfalia (siempre y cuando se hubieran enterado de su existencia) fuera relevante para sus regiones.

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