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Thomas De Quincey - Confesiones de un inglés comedor de opio

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Thomas De Quincey Confesiones de un inglés comedor de opio
  • Libro:
    Confesiones de un inglés comedor de opio
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1822
  • Índice:
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De vida solitaria bohemia azarosa y en ocasiones trágica Thomas De Quincey - photo 1

De vida solitaria, bohemia, azarosa y, en ocasiones, trágica, Thomas De Quincey (1785-1859) colaboró en varias revistas de la época, entre ellas el London Magazine, en cuyos números de octubre y noviembre de 1821 aparecieron sus Confesiones de un inglés comedor de opio. El enorme éxito de esas entregas facilitó su publicación en forma de libro un año más tarde (edición con la que se corresponde la presente edición y que es considerada superior a la impresa en 1856). La obra refleja la actitud ambivalente del escritor hacia el opio, cadena inexorable, llave del paraíso, sustancia que comenzó a utilizar en 1804 a fin de aliviar unos fuertes dolores y de cuyos efectos nunca lograría prescindir por completo.

Thomas De Quincey Confesiones de un inglés comedor de opio ePub r11 Titivillus - photo 2

Thomas De Quincey

Confesiones de un inglés comedor de opio

ePub r1.1

Titivillus 4.3.2015

Título original: Confessions of an English Opium-Eater

Thomas De Quincey, 1822

Traducción: Luis Loayza

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

THOMAS DE QUINCEY Manchester Reino Unido 1785 - Edimburgo 1859 Escritor - photo 3

THOMAS DE QUINCEY Manchester Reino Unido 1785 - Edimburgo 1859 Escritor - photo 4

THOMAS DE QUINCEY (Manchester, Reino Unido, 1785 - Edimburgo, 1859). Escritor, ensayista y crítico británico. Alumno de la Grammar School de su ciudad natal desde los quince años, a los diecisiete huyó de esta institución para ir a Gales y de allí a Londres, donde llevó una vida bohemia. Tras reconciliarse con su familia en 1803, ingresó en la Universidad de Oxford, aunque abandonó sus estudios en 1808.

Fue en Oxford donde De Quincey tuvo su primer contacto con el opio, droga a la que sería adicto durante toda su vida. Sus experiencias como opiómano se vieron reflejadas en la que quizá sea su obra más célebre, Confesiones de un opiómano inglés. Escrita en 1820 y publicada un año después en el London Magazine, su inesperado éxito le procuró una inmediata fama y le ayudó a paliar su maltrecha situación económica, agravada por la necesidad de mantener una familia cada vez más numerosa.

En 1828 se trasladó a Edimburgo, donde residió hasta su muerte. Entre sus otras obras cabe destacar el ensayo Leyendo a las puertas de Macbeth (1823), uno de los clásicos de la crítica shakeasperiana del siglo XIX, valioso por el agudo análisis psicológico que informa sus páginas, Suspira de Profundis (1845), Juana de Arco (1847), El coche correo inglés (1849) y Apuntes autobiográficos (1853).

Notas

[1] «Nunca registrado» digo: pues hay en nuestro tiempo un hombre famoso Coleridge que, de ser cierto lo que se cuenta de él, me ha superado grandemente en la cantidad.

[2] Podría haberse añadido una tercera excepción: mi razón para no hacerlo es que el escritor al que saludo sólo dedicó sus esfuerzos juveniles a tratar expresamente de temas filosóficos; en la madurez todas sus facultades se orientaron (por razones muy disculpables y comprensibles en vista de la dirección que ha tomado la mentalidad del público en Inglaterra) a la crítica y las bellas artes. Sin embargo, dejando de lado esta razón, me pregunto si no hay que considerarlo, más que un pensador sutil, un pensador agudo. Por otra parte, una grave limitación a su dominio de los temas filosóficos es que, como resulta evidente, no ha disfrutado de las ventajas de una cabal formación humanista: no leyó a Platón en sus años mozos (lo cual, probablemente, se debiera tan sólo a su mala suerte), pero ya maduro tampoco leyó a Kant (y esto es culpa suya).

[3] No hago alusión a profesores existentes de los que, a decir verdad, sólo conozco a uno.

[4] Por cierto, que dieciocho meses más tarde volví a dirigirme al mismo judío con el mismo propósito y, como para entonces fechaba mis cartas en un colegio prestigioso, tuve la suerte de que estudiase con atención mis propuestas. Mis necesidades no se debían a ninguna extravagancia ni a frivolidades de juventud (pues mis costumbres y la naturaleza de mis placeres me ponían muy por encima de ellas), sino tan sólo a la rencorosa malicia de mi tutor quien, cuando comprendió que ya no podía impedirme que fuese a la universidad, quiso dejarme un último recuerdo de su buena voluntad y se negó a firmar una orden que me permitiera recibir un solo chelín además de la pensión que me pagaba en la escuela, o sea 100 libras al año. En mi tiempo vivir en el colegio con esa suma era apenas posible, y del todo imposible para alguien quien, si bien exento de la ridícula ostentación de despreocuparse ostentosamente del dinero así como de gustos muy costosos, tenía en cambio el defecto de confiar demasiado en los sirvientes y no se interesaba por los mezquinos detalles de la economía doméstica. Pronto me vi en apuros y, por último, tras una prolongada negación con el judío (alguno de cuyos episodios divertirían mucho a mis lectores si tuviese tiempo de contarlos) entré en posesión de la cantidad que había pedido con arreglo a las condiciones «normales», que consistían en pagar al judío un diecisiete y medio por ciento a título de intereses sobre toda la suma del préstamo; por su parte, Israel se embolsaba graciosamente tan sólo unas noventa guineas de dicha suma, mientras el resto correspondía a la cuenta del abogado (por qué servicios —prestados a quién y cuándo, si en el sitio de Jerusalén, la segunda construcción del Templo, o en alguna ocasión anterior— es algo que todavía no he conseguido averiguar). En verdad, he olvidado cuántas pérdidas medía la cuenta, pero la conservo en un gabinete de curiosidades de historia natural y creo que tarde o temprano he de obsequiarla al Museo Británico.

[5] El correo de Bristol es el mejor equipado del reino debido a la doble ventaja de una carretera excepcionalmente buena y de una partida especial para gastos suscrita por los comerciantes de Bristol.

[6] Se objetará que, en nuestros propios tiempos y en toda nuestra historia, muchas personas del más alto rango y de gran riqueza fueron las primeras en buscar el peligro en el campo de batalla. En efecto; pero éste no es el caso supuesto: una vieja familiaridad con el poder los ha hecho insensibles a sus efectos y atracciones.

[7] Φιλον υπνη θελyητρον επικουρον νοσον .

[8] ηδυ δουλευμα . EURIP. Orest.

[9] αναξανδρων ’Αyαμεμνων .

[10] ομμα θεισ’ ειτω πεπλων . El conocedor de los clásicos sabe que en todo este pasaje me refiero a las primeras escenas de Orestes, una de las más bellas exposiciones de los efectos familiares que ofrecen los dramas de Eurípides. Tal vez sea preciso advertir al lector inglés que, al comenzar el drama, la situación es la de la de un hermano a quien sólo asiste su hermana mientras dura la posesión demoníaca de una conciencia afligida (o, en la mitología de la pieza, mientras lo asedian las furias) en circunstancias de inminente peligro a causa de sus enemigos y del abandono o indiferencia de quienes eran amigos tan sólo de nombre.

[11] «Se esfumó»: esta manera de retirarse de la escena de la vida parece haber sido muy conocida en el siglo XVII, aunque entonces se consideraba como un privilegio privativo de la sangre real y en modo alguno permitido a los boticarios. En efecto, alrededor del año 1686, un poeta de nombre más bien ominoso (que, dicho sea de paso, hizo entera justicia a su nombre) i. e. el Sr.

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