Los diarios del autor durante el proceso de desintoxicación de la adicción al opio que sufrió durante un tiempo, desde la muerte de su compañero Raymond Radiguet en 1923 hasta el final de sus días. Durante sus convalecencias en el sanatorio, Cocteau nunca dejó de escribir y dibujar, y sus particulares interpretaciones y críticas dieron lugar a este extraño y genial testimonio. «Escribir es, para mí, lo mismo que dibujar: anudar las líneas de tal suerte que se transformen en escritura, o desanudarlas de tal suerte que la escritura devenga dibujo». A los comentarios sobre la literatura que nutren el libro se añaden críticas de cine, poesía, arte… Y todo ello bajo la punzante presencia del opio. «Todo lo que uno hace en la vida, y lo mismo en el amor, se hace a bordo del tren expreso que rueda hacia la muerte. Fumar opio es abandonar el tren en marcha; es ocuparse en otra cosa que no es la vida ni la muerte».
De este modo Jean Cocteau se adentra en la gran tradición de los poetas visionarios: de Quincey, Baudelaire y, sobre todo, Rimbaud.
Jean Cocteau
Opio
Diario de una desintoxicación
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ElCavernas 25.10.14
Título original: Opium: Journal d’une désintoxication
Jean Cocteau, 1930
Traducción: Julio Gómez de la Serna
Prólogo: Ramón Gómez de la Serna
Ilustraciones: Jean Cocteau
Retoque de cubierta: ElCavernas
Editor digital: ElCavernas
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DEDICATORIA A JEAN DESBORDES
Hasta el sol tiene manchas. Su corazón no las tiene. Me ofrece usted a diario este espectáculo: su sorpresa de saber que el mal existe.
Acaba usted de escribir Los Trágicos , un libro que está por encima de las sintaxis. Cita en él a guisa de epígrafe cuatro versos míos. Le ofrezco estas notas a cambio, porque posee usted al natural esa ligereza profunda que imita un poco el opio.
PRÓLOGO
Para arrojar luz sobre el arte contemporáneo hay que iluminar hasta la transparencia la figura de Cocteau.
Hasta en la literatura española su antecedente es indispensable, pues es el que ha lanzado de nuevo los ángeles, estando amparado su estro bajo el signo querúbico, siendo el fundador de lo que podría llamarse el «Serafismo» en poesía.
El que nos trajo los ángeles es algo tan importante como el que «nos trajo las gallinas», y no se nos diga que los ángeles siempre estuvieron cercanos a nosotros, porque los ángeles que Cocteau vuelve a traer al mundo son unos ángeles originales en que vuelven a volar en el cielo de los ángeles primeros y recién nacidos.
Es su principal acto, pues ha dejado llenos los espacios de ángeles nuevos, cándidos y mecánicos, en contraste poético con los seres achabacanados y terrenos que llenaban las poesías.
Cocteau vuelve a bordar los ángeles en nuevos cañamazos.
Les anges, quelquefois, taches d’encre et de neige,
Car ils font leur journal à la polycopie,
Leurs ailes sur le dos, s’échappent du collège,
Volant un peu partout, plus voleurs que des pies.
Con un angélico destino él mismo, hay que contar su biografía con cuidado, pues es la envidia del mundo, de los poetas y de los escritores.
Nace Cocteau el 5 de julio de 1892, en Maisons-Laffitte, ese pueblo de Francia con nombre de fábrica. Es hijo de un notario pascalino, volteriano.
Colegial externo en París, es un mal estudiante y si tiene algún premio es en lo más inesperado, por el modo que tiene de lavarse con jabón cuando las clases acaban.
Comienza siendo un niño prodigio, tanto, que él suele exclamar a veces: —¡Yo, que era célebre en París a los quince años!
Recitaba sus versos en los principales salones y los sofás se desmayaban oyéndole, convirtiéndose en divanes.
Pero él se salva a aquel engatusamiento del gran mundo, a aquel ser el más bello pez en las peceras iluminadas.
Se evade del éxito mundano y hasta de los editores.
—¡Prefiero escribir, según el mandato de Dios más que según el mandato de un editor!
Todo el momento actual está lleno de nombres recientes e imberbes, pero entre todos se nota, como fenómeno extraño e inverosímil, la madurez espléndida de los que han de ser consagrados en el mundo. ¿Que quién preside ese rejuvenecimiento del cielo de Francia? Siempre veré la adolescencia de los fenómenos futuros en los juegos de ese genial niño de Francia que es Cocteau.
Cocteau «diavoliza» —de «diávolo», no de diablo— en los jardines de Francia, poniendo en lo más alto la taba de su diávolo, como si fuese la estrella primera de la tarde.
En 1911, a los diecisiete años, después de algunos libritos de versos, publica Prince Frivole .
En 1913 aparece un libro más grave titulado La danse de Sophocle .
Tiene la primera enfermedad incomprensible, crisis de sus nervios, al enredarse nervios y alma en la primera confusión del ovillo íntimo, y descubre que la poesía no es un juego ni un medio de alcanzar la gloria, «sino una bestia que os devora, un ángel conminativo, el mensaje de aquéllos que viven a aquéllos que mueren…».
Aparece en él una sinceridad que al servirle de método hará que le devore su obra. Es como el vehículo de una fuerza extraña, a la que se dedica en cuerpo y alma, mecánicamente. Sus obras quieren vivir y se sirven de él, atravesándole, acabando con su salud, haciendo de él un desollado vivo.
Le Potomak (1913-14) refleja esta crisis pintando el alma de una madre llena de sensibilidad que llega a las más puras adivinaciones. En Potomak se destacan Los Eugenios , microbios del alma en cuya combinación hay ya complejos psicoanalizados.
La guerra estalla. Se le declara réformé, pero él se va al frente fraudulentamente por aburrimiento de estar lejos de la batalla.
Convive con los fusileros, marinos en Nieuport y vive en parte su Thomas l’Imposteur que aparecerá en 1922.
Funda con Paul Oribe el periódico Le Mot (1914).
En esa época en que el espíritu del mundo se revuelve y en París vuelan todas las hojas de los libros movidas por el desvarío de un viento de desarraigo, sólo los muy sagaces vieron que todo iba a variar y por eso se reúnen y se reconocen en esa hora Cocteau, Picasso, Satie y los más jóvenes músicos.
En mis biografías de Picasso y Apollinaire está pintado ese momento; pero este adolescente rutilante pone los puntos sobre las íes de aquellos minutos.
En 1917 llega la hora de su alegría apoteósica con Parade en colaboración con Picasso y con Erik Satie, donde presenta una farsa de circo con acróbatas ágiles y pobres «que quisimos revestir de la melancolía que tienen los circos el domingo por la noche, cuando la sinfonía final obliga a los niños a meter un brazo por la manga de su gabán mientras echan una última mirada a la pista».
Nació, en efecto, la idea de Parade en una representación de circo en que Cocteau vio cómo un enorme elefante de pega se hinchaba, se hinchaba, hasta que estallaba con un detonante estallido y salían de su ruina dos clowns en locura de bofetadas.
Cocteau elevó la idea hasta planear un animal fantástico, compuesto por dos bailarines que danzaban el famoso pas du cheval de Parade.
Yo encontré el circo como un niño; él lo encuentra como un niño prodigio que vuelve de las retó ricas amaneradas.
«¡Ah —grita frente al cielo de la pista—, si yo tuviera el alma tan, bien hecha como estos saltimbanquis tiene el cuerpo!».