Licenciada en Ciencias Políticas, es investigadora especializada en estudios de género y activista feminista. Imparte docencia en el curso de Historia de la Teoría Feminista en la Universidade da Coruña y en el Máster Igualdad y Equidad en el Desarrollo de la Universitat de Vic. En 2016 recibió el I Premio a la investigación feminista en materia de igualdad, convocado por el Instituto Aragonés de la Mujer y la Universidad de Zaragoza.
INTRODUCCIÓN
Porque fueron, somos. Porque somos, serán.
Siempre es buen momento para leer autoras feministas, y en esta época es especialmente relevante porque el feminismo está experimentando un auge sin precedentes en muchas partes del planeta.
A nivel internacional, desde el #NiUnaMenos en Argentina, el movimiento #MeToo en Estados Unidos, #TimesUp en el Reino Unido, las marchas de las mujeres contra Trump, la marcha de las mujeres contra Bolsonaro en Brasil, las movilizaciones a favor del derecho al aborto libre en diferentes países como Polonia, Irlanda o Argentina… Por citar algunos. Muchas de estas movilizaciones reciben apoyo de feministas de otros territorios, lo que demuestra que el feminismo está experimentando una cuarta ola que tiene carácter transnacional. Decía Kate Millett en el año 1984 que como feminista se sentía más optimista que como ciudadana estadounidense, porque se sentía vinculada a un movimiento internacional e internacionalista y esto le proporcionaba una mayor esperanza.
En el Estado español, desde las reticencias al feminismo en muchas asambleas del 15M (2011) en las que con esfuerzo se consiguió integrar en mayor o menor medida una mirada feminista, pasando por movilizaciones multitudinarias, como el Tren de la Libertad (2014), contra las restricciones al derecho a decidir sobre nuestros cuerpos que planteó el ministro Gallardón, o la marcha estatal contra las violencias machistas el 7N (2015), hasta hoy, el feminismo ha demostrado la fuerza de un movimiento compuesto por un gran número de colectivos y asociaciones capaces de aunar esfuerzos para frenar el retroceso y la reacción patriarcal.
En 2017 la demostración de fuerza del feminismo siguió aumentando con dos casos paradigmáticos de movilización ante el hartazgo frente al sistema de (in)justicia patriarcal: las movilizaciones de apoyo a Juana Rivas #JuanaEstáEnMiCasa; y el #YoSíTeCreo en apoyo a la víctima de La Manada, que desbordó redes sociales y calles. El grito «¡Hermana, yo sí te creo!» ha estado presente desde entonces como expresión de la rabia compartida frente al imaginario patriarcal que minimiza y desautoriza la palabra de las mujeres. Esto no es nada nuevo, las mujeres siempre han sido representadas como seres malévolos con poca credibilidad, el problema que enfrenta el patriarcado en la actualidad es que las mujeres hemos (re)iniciado esta revuelta colectiva que nos permite romper el silencio, la vergüenza y la culpa en la que pretende posicionarnos su continuum de violencias. Cada día somos más, unidas en nuestra diversidad, haciendo frente común y tejiendo redes para seguir visibilizando las violencias y destapar su carácter estructural en las sociedades patriarcales.
Cada 8 de marzo ha ido creciendo en intensidad hasta llegar a esta histórica primera huelga feminista, con una movilización sin precedentes que inundó diferentes ciudades. Es indudable que el 8 de marzo de 2018 hicimos Historia —con «h» mayúscula— o mejor dicho, HERstory, como dicen las historiadoras feministas. Bajo lemas como «Paramos para transformarlo todo» el proyecto colectivo del feminismo se erige para cambiar el paradigma. Nuestras reivindicaciones buscan acabar con la desigualdad estructural, las discriminaciones y las violencias por razón de género; junto con demandas LGTB, anticapitalistas, antirracistas, ecologistas, antiimperialistas, antiespecistas, antimilitaristas, etc. El feminismo ruge en esta era del patriarcado capitalista neoliberal y lucha por construir una vida libre de violencias y de miedos para todas. De esta manera, nuestro movimiento está siendo capaz de articularse como la vanguardia en la lucha contra las jerarquías y la injusticia social. Estamos presenciando como el feminismo puede actuar de dique de contención del (neo)fascismo que viene, o que ya está aquí. La capacidad de respuesta del movimiento feminista frente este (neo)fascismo se observa en la velocidad de movilización frente a cada avance de la extrema derecha. El ejemplo más reciente nos lo ofrecen las multitudinarias movilizaciones de las feministas andaluzas —acompañadas de grandes movilizaciones en el resto del Estado— como rechazo a los pactos patriarcales en los que los derechos de las mujeres aparecen como negociables. El 15 de enero de este año, 2019, cuando tomaba posesión el nuevo Gobierno conservador de Andalucía, en todo el Estado español se puso de manifiesto que el grito feminista es antifascista, y que no pensamos quedarnos calladas frente a las nuevas cuotas de legitimidad que alcanzan los discursos misóginos, homófobos, tránsfobos, xenófobos y clasistas de la extrema derecha.
Asimismo, hay que destacar que desde planteamientos ecofeministas se proponen alternativas a la crisis ecológica, y esto es especialmente importante: la revolución será ecofeminista o no será, porque no quedará lugar habitable donde hacerla. La lucha feminista ha de frenar la depredación capitalista que explota y violenta a los seres humanos, a los animales no humanos y al medio ambiente.
A medida que ganamos fuerza, como contrapartida, se están produciendo dos procesos simultáneos íntimamente relacionados. Por un lado, se fortalece la reacción patriarcal de la que ya hablara Susan Faludi en los años noventa. Esta autora, tras los años de Gobierno ultraconservador de Ronald Reagan en Estados Unidos, nos explicaba que «la reacción antifeminista no se desencadenó porque las mujeres hubieran conseguido plena igualdad con los hombres, sino porque parecía posible que llegaran a conseguirla». La reacción lleva años organizándose porque el desafío del statu quo que planteamos desde el feminismo desestabiliza instituciones y pilares del patriarcado, y es evidente que las fuerzas conservadoras y reaccionarias —movidas por aquellos que se benefician del orden de género fuertemente desigual— responden y se rearman para mantener sus privilegios.
Por otro lado, las lógicas capitalistas tratan de convertir el feminismo en una especie de «moda» pasajera, con la finalidad de vaciarlo de la carga política que sostiene esta lucha histórica. La rapiña capitalista trata de convertir cualquier elemento subversivo en un objeto de consumo del que obtener beneficios económicos o, incluso, réditos electorales.
No obstante, el movimiento feminista está demostrando la posibilidad de ser necesariamente autónomo, rebelde y combativo, incapaz de ser domesticado. Más que una «moda» es una herramienta transformadora y muchos de los fueguitos —como diría Eduardo Galeano— feministas que han prendido en estos últimos años serán difíciles de apagar. Para muchas mujeres, el feminismo es un viaje de no retorno porque a través de él aquellas experiencias opresivas que pensaban individuales toman un carácter colectivo que los dota de sentido. A través del feminismo aprendemos que no estamos solas.
En este proyecto colectivo que supone el feminismo, o más bien, los feminismos, es fundamental nuestra genealogía. Reconocer las batallas que tantas mujeres lucharon antes de nosotras; y, por tanto, reconocer la importancia y el valor de aquellas que nos abrieron el camino. Dar cuenta de aquellas que comenzaron a politizar y a poner nombre a los malestares, las opresiones, las discriminaciones o las violencias; aquellas que se movilizaron y teorizaron la mitad de la historia que faltaba ser contada; aquellas que abrieron puertas; aquellas que estarían orgullosas al contemplar las movilizaciones de esta época; aquellas que quizá pensarían que el feminismo puede convertirse por fin en una revolución permanente. Esta revolución constante que lleva tres siglos gestándose, porque el feminismo ha transgredido y transformado el «orden natural de las cosas», ha conseguido cambios sociales a través de multitud de argumentaciones contra la irracionalidad patriarcal, reivindicaciones, protestas, desobediencia civil y acciones directas no violentas. Es decir, una de las características fundamentales del feminismo es que se trata de la revolución que más cambios sociales ha provocado sin recurrir a la violencia. Aunque, por supuesto, eso no quiere decir que no tengamos derecho a la autodefensa, sino todo lo contrario; las feministas estamos, de alguna manera, obligadas a tejer redes de autodefensa frente a las violencias machistas y a los sistemas de (in)justicia que se posicionan del lado de los agresores y desprotegen a las víctimas/supervivientes.