INTRODUCCIÓN
Según cuenta el Génesis, Dios creó el mundo de modo imperativo, es decir, con mandatos que, nada más ser expresados en palabras, se encarnaban inmediatamente en el mundo. Dios dijo «sea la luz». Y la luz fue. En el caso divino, decir es hacer, verbalizar es, ipso facto, producir la realidad. Digamos que esa es la ventaja que tiene alguien que, como Dios, cuenta con la capacidad de crear el mundo. Los mortales, que siempre nos encontramos en un mundo ya creado o producido, no podemos crear la realidad, aunque sí podemos hacer algo mucho más modesto, en modo alguno despreciable, que es transformarla. Y, lo que es igualmente importante, podemos transformarla en un sentido emancipador, podemos hacerla progresar. Si, en el caso de Dios, la palabra y la acción coinciden, en nuestro caso están separadas. Si queremos imponer una forma a lo real, si queremos que nuestras ideas se encarnen, nos vemos inevitablemente obligados a recorrer esa distancia, y no hay atajos posibles. Los humanos, a diferencia de Dios, no podemos ahorrarnos el camino que va desde saber (o decir) cómo deben ser las cosas hasta su realización. Recorrer esa distancia que los separa se podría llamar, entre otras cosas, política. Y añadiría que podríamos llamar política no metafísica a la tarea de abordar ese recorrido con la certeza de que nunca será recorrido del todo, es decir, de que esa distancia es, en último término, insuperable. La finitud que nos define a quienes no somos Dios implica ambas cosas, que tenemos un problema que solucionar (el mundo tal y como es y lo que queremos que el mundo sea se nos dan separados por una brecha que tenemos que acortar) y que, además, no hay una solución final a este problema (esa brecha nunca se va a suturar definitivamente).
La política es, por tanto, una tarea humana. Y tan importante es que levantemos la vista y miremos muy lejos para ver a dónde queremos ir, como imprescindible es que sepamos el suelo que pisamos, de dónde partimos y con qué limitaciones contamos. La política debe quererlo todo, pero también, y justamente para ello, debe saber que no lo puede todo. Una política atenta a la finitud es, aunque parezca paradójico, la que más lejos nos acaba permitiendo llegar. La teoría feminista es, sin obviar sus grandes diferencias, una gran reflexión sobre la finitud, una manera de volver a aterrizar el pensamiento y salvarlo de los delirios de grandeza de la masculinidad. Y eso hace que el feminismo tenga una mirada especialmente clave que aportar a la política. Sin embargo, a pesar de la centralidad del feminismo en el pensamiento político contemporáneo, la realidad sigue siendo la que es. La política práctica, los partidos y las organizaciones siguen siendo un terreno masculinizado del que las mujeres están excluidas.
Este libro es el resultado de experiencias políticas que hemos compartido muchas mujeres durante un periodo ya histórico para nuestro país, una etapa política que se abrió con el 15M y la posterior irrupción de Podemos y otras fuerzas electorales que nos han llevado a muchos y a muchas a las instituciones.
Durante los primeros años de Podemos coordiné el Área de Igualdad, Feminismos y Sexualidades junto a un equipo de mujeres que me acompañaron en esa tarea y con quienes reflexioné acerca de una buena parte de las ideas que están recogidas y se desarrollan en este libro. Este convulso periodo político ha sido para nosotras un tiempo acelerado de grandes aprendizajes. Tuvimos que enfrentar no pocas dificultades para ser feministas en un partido político como Podemos. Porque es difícil ser mujer en política, especialmente en un partido liderado por hombres en todos los niveles. Porque también es difícil ser feminista en un partido cuyas dinámicas, como las de todos los partidos, deben ser permanentemente enfrentadas y corregidas para que la desigualdad no campe a sus anchas. Pero, además, porque es complicado ser feministas en un partido que nació con una fortísima conciencia estratégica. Podemos se proponía ser una herramienta de asalto rápido al poder para tomar las instituciones y trataba de convencer a la izquierda de que había que adoptar una actitud instrumental y pragmática para aprovechar la brecha de oportunidad abierta en nuestro país.
Este libro parte, entre otras cosas, de la experiencia de ver cómo cuando la política se concibe en clave estratégica las mujeres y las feministas quedamos especialmente fuera de juego.
Nuestra posición nos obligaba a abordar dos frentes. Por una parte, teníamos que escapar de la imagen con la que los hombres de la izquierda permanentemente encierran a las feministas: compañeras necesarias de viaje que siempre están ahí, dedicadas a sus cosas, que tienen muy claros sus principios y sus ideales, pero que no tienen mucho que aportar a la hora de pensar cómo tomamos el poder. Si algo define más claramente que ninguna otra cosa nuestra exclusión del campo de la política es que ni estamos ni se nos espera a la hora de pensar cómo ganar. Por eso, parte de nuestra tarea fue demostrar que el feminismo no solamente era una cuestión ética, sino una apuesta ganadora en un partido que quería gobernar. Varios años después del comienzo de este ciclo político, los ejemplos más exitosos los encarnan mujeres políticas que hoy gobiernan a nivel autonómico o municipal y que son, además, mujeres feministas.
La otra tarea tenía que ver con debatir con algunas compañeras feministas y tratar de convencerlas de la necesidad de hacer feminismo en clave estratégica, justamente para superar nuestra exclusión en ese terreno y demostrar que el feminismo sabía también disputar el poder. Muchas de las reflexiones de este libro están dedicadas, por tanto, a explicar que un feminismo de la finitud tiene que enfrentarse a la política siendo muy consciente de que las batallas no se dan todas a la vez, sino de una en una; que la política exige plazos e implica a veces rodeos, y que para cambiar la realidad no hay nada peor que volverle la espalda en vez de partir de ella. Las más nobles pretensiones de radicalidad y ruptura con el orden existente pueden ser muchas veces las maneras más eficaces para consolidar ese orden y afianzar su permanencia. Un feminismo comprometido con nuestra finitud sabe que para hacer al mundo feminista no basta solo con decir que lo sea, como haría Dios. Nuestra palabra, nuestras convicciones, nuestra razón y nuestro logos no van a convertirse por sí solos en carne.
Nosotras, las mortales, tenemos que ponernos cuidadosa y pacientemente a producirlos en el mundo y, solo sabiendo que el camino tendrá curvas y habrá que dar rodeos, que hay que ser estratégicas y poner en juego tácticas, que tenemos que adaptarnos a las circunstancias y a los momentos y no aferrarnos a reglas preestablecidas, que tenemos que hacer un uso político y no moral de nuestra identidad, nuestra acción política será eficaz y nos acercará más a nuestras metas.
Por eso este libro quiere invitar a las mujeres y a las feministas a ser todas las cosas nobles que siempre hemos defendido: ser justas, ser rebeldes, ser hermanas de quienes tienen que dar otras batallas; ser incansables, ser valientes, ser libres.
Y también ser listas, audaces, inteligentes y estratégicas. Porque es intención de este libro reflexionar sobre lo que más nos han arrebatado los hombres y reclamarlo. Incluso mientras nos dan un papel dentro de los partidos, las organizaciones o la sociedad, ellos siguen monopolizando la política, y este libro, empezando por su título, quiere sacar a la luz los principales frentes de esa exclusión.
Maquiavelo, el consejero político más famoso de todos los tiempos, tiene un célebre pasaje en el que afirma que los príncipes o los gobernantes deben saber imitar, de entre todos los animales, al león y a la zorra, porque sus respectivas virtudes son imprescindibles para la política. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando las mujeres —olvidadas por Maquiavelo, la política y la historia— reclamamos también poder ser leonas y zorras? Que el título de este libro tenga algo de escandaloso e incómodo tiene del todo que ver con la exclusión de las mujeres de la esfera pública y del ejercicio de la política, cuyos pilares —la fuerza del león y la persuasión de la zorra— han quedado fuera de nuestro alcance. La naturalización de la fuerza como una virtud masculina y la estigmatización de la seducción como un peligroso vicio femenino —al cual ni siquiera podemos nombrar sin palabras escandalosas— son dos vías para negar el acceso de las mujeres al poder político. Este libro quiere visibilizar esa exclusión y contribuir a combatirla.