Matías Bauso - Argentina bizarra

Argentina parece el reino de la paradoja. Muchas veces lo que sucede va en contra de la lógica, atenta contra un orden racional. Es también la tierra de la hipérbole, de lo exagerado, de lo fuera de dimensión.

Un dicho popular inglés dice: «Si te aburrís de Londres, te aburriste de la vida». El que lo creó y los que lo repiten no saben lo que dicen, se trata de gente que no ha viajado al sur. Esa frase, todos lo sabemos, se aplica mejor a Argentina. Acá no hay tiempo para el tedio. Pasan cosas fuera de escala de manera const asiones, más de una vez por día.

Argentina bizarra es un catálogo no exhaustivo de algunas de ellas.

Este libro puede ser varios a la vez. Una historia de la impunidad, una geografía de lo insólito, una compilación de momentos bochornosos, un manual de lo inconcluso y lo trunco, una anatomía del fracaso, un compendio de personajes fascinantes, un tratado sobre nuestra facilidad demencial para naturalizar lo imposible.

Estas anécdotas, estos fragmentos de nuestro pasado, podrían servir para recordar el país que uno quisiera olvidar pero que debiéramos tener presente.

Los franceses hablaban del «espíritu de la escalera», ese momento en el que a uno se le ocurre la respuesta perfecta, la réplica adecuada pero tardía, una vez que terminó una reunión, mientras está bajando la escalera hacia la salida. En nuestro país, pareciera que ese fenómeno sucede a la inversa. O nunca ocurre. Porque lo que alguien tiene para decir ya lo elaboró antes del encuentro, y nada de lo que suceda después cambiará su parecer. Parecemos blindados a escuchar algo diferente a lo que esperamos. El reino del prejuicio. Como si lo sucedido, la historia, no tuviera nada que mostrarnos, que enseñarnos.

Somos un batallón de millones de sargentos Shoichi Yokoi, aquel soldado japonés que siguió peleando sus propias batallas, oculto en la jungla y hasta la inanición, casi tres décadas después de terminada la Segunda Guerra Mundial. Pero Yokoi aprendió. Cuando lo rescataron, entendió que esa lucha había terminado y que el mundo era otro. Y que su vida debía cambiar. Los de acá, los nuestros, se resisten a entregar la espada, a rendirse, a reconocer lo que la realidad ya asumió: que la guerra terminó. Se resisten a mirar para adelante. Argentina sigue siendo un país muy hospitalario a ideas anacrónicas, que ya se mostraron equivocadas o inútiles, y también a las utopías que prometen llevarnos, en lugar de a un mundo mejor, a uno añorado pero mucho peor.

La profecía de Andy Warhol se hizo realidad. Las redes sociales favorecen la posibilidad de esos democráticos quince minutos de fama. La fama en sí misma se convirtió en un valor. No importa por qué motivos se obtenga. En estas páginas hay varios personajes que parecen cumplir al pie de la letra el postulado de John Kenneth Galbraith: «Aunque todo lo demás falle, siempre podemos asegurarnos la inmortalidad cometiendo algún error espectacular».

La vida pública argentina se rige por su propia ley de gravedad (podría ser también por la tendencia a la solemnidad que a veces nos ahoga). Todo personaje público tiende a caer. Y nadie escapa a ella. Todo personaje público cae como las manzanas del árbol.

La lista de temas incluidos en este libro no es taxativa. Está claro que con aquello que queremos olvidar (tremenda paradoja) podría escribirse una colección de decenas de volúmenes. El autor debe llamarse a sosiego, controlarse y desgastarse en la elección ante tamaña y desmesurada oferta.

El criterio de selección fue, como corresponde al tema del libro (y no solo por vasto), arbitrario. Se dejó de lado lo ocurrido antes del siglo XX. Hubo sucesos que quedaron afuera por ser demasiado conocidos o difundidos; otros, por no ajustarse al tono liviano y algo zumbón que el espíritu del libro reclamaba; algunos más, por ya haber escrito sobre ellos extensamente en trabajos anteriores.

En Estados Unidos, existen muchos libros que llevan como subtítulo «El día que los derechos civiles / el básquet / el béisbol / la política / la televisión [coloque aquí el rubro que quiera] cambió para siempre». Una bajada de impacto, algo exagerada, pero que debe resultar efectiva en términos de marketing, de llamar la atención sobre el texto. En nuestro país, un hipotético El día que Argentina cambió para siempre podría ser otra colección enorme de libros. Si fuera una serie en la web, encontraríamos El día que Argentina cambió para siempre, temporada doce, episodio veinte.

Todos los años, todos los meses, ocurre uno de estos hechos que parece cambiar la historia (para mal). Tanto que nuestra capacidad de asombro por momentos parece agotarse, y muchas veces ya ni siquiera nos funciona el reflejo de la sorpresa.

Varias de estas historias hay que leerlas con atención, en tanto cumplen involuntariamente eso que Ricardo Piglia desarrolló en su «Tesis sobre el cuento». Se narran dos historias paralelas y la que se devela al final, la que estaba oculta, es la más importante. Estos relatos muchas veces son mamushkas de errores, torpezas, extravagancias y delitos. Algunos hechos o personajes tratados son más conocidos que otros. Por lo general, en los textos de divulgación, a los grandes sucesos se los suele recordar y narrar con trazo grueso. Pero el secreto para comprenderlos (o para sumirnos en la incomprensión definitiva), para apreciar su magnitud, reside en los detalles.

Nunca está mal ver los mecanismos de lo que salió mal, entender por qué pasaron las cosas.