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Brienza Hernan - La Argentina imaginada

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Brienza Hernan La Argentina imaginada
  • Libro:
    La Argentina imaginada
  • Autor:
  • Editor:
    Aguilar
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Hernán Brienza

La Argentina imaginada

Una biografía del pensamiento nacional

Aguilar

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A la India por su bárbarica forma de amar A mis viejos y a Marina porque son - photo 5

A la India, por su bárbarica forma de amar. A mis viejos y a Marina, porque son mi primera patria. A mi viejo, porque me mostró la libertad. A mi vieja, que me enseñó el orgullo por las cosas nuestras. A mi hermana, que me obligó a pensar en alguien más que en mí. A la memoria de mi tío Carlos, que me legó algunos de estos libros que aquí se nombran. A los amigos. A la memoria del Enzo, compañero de ruta. A quienes imaginaron la Argentina. A quienes la escriben. A los que vendrán. A DVERTENCIA PRELIMINAR

Este libro no es un texto para iniciados en el arte y el conocimiento del pensamiento nacional argentino. Es apenas un esbozo, una guía de lectura, un resumen de una tradición que ha surcado el mundo de nuestras ideas. No tiene pretensiones de totalidad ni enciclopédicas. Muchos textos, autores y pensadores valiosos han quedado afuera. Es un recorrido. Una biografía como tantas otras. Un manual, una sistematización, acaso. Está escrito con la intención de quedar como testimonio de la Argentina que muchos han imaginado y soñado. Las ideas son más puras que los actos. Aunque no siempre sean tan efectivas o generosas. Este texto es una sinopsis de lo que pensaron nuestros mayores. Un estado de situación, una exploración, un puntapié para que los que vengan puedan volver a pensar algunas de estas cosas. La biografía se cierra con la dictadura militar. Fue una decisión. También una metáfora. Quizás en los próximos años desee reescribir y profundizar este libro. Y ojalá que sea necesario —o al menos que eso sientan los lectores— encarar un nuevo volumen que entalle los sueños nacionales del siglo XXI.

Espero que este libro sirva.

I NTRODUCCIÓN
El fantasma de Canterville Si los llamo compatriotas es porque la idea de patria será el fundamento de mi tesis. Les enseñaron que la patria era sólo una geografía en abstracción, o algo así como un escenario de la nada. ¿Y qué otra cosa puede ser un escenario teatral si no tiene comedia ni actores que la representen? La verdad pura es que nos movemos en un escenario, que ustedes y yo somos los actores y que la comedia representada es el destino de nuestra nación. ¡Compatriotas, yo les hablaré de un animal viviente, de una patria en forma de víbora! M EGAFÓN

I. S ALE EL FANTASMA

“Lectores apacibles y bucólicos, ingenuos y sobrios hombres y mujeres de bien, tiren este libro saturnal, melancólico” e inconducente, podríamos decir parafraseando al poeta Charles Baudelaire en Las flores del mal . Porque este libro habla de fantasmagorías que hace más de dos siglos recorren la Tierra. De espectros que agitaron tempestades violentas a lo largo y a lo ancho del mundo moderno. Se desataron pasiones que condujeron a guerras crueles y violentas en los miles de años vividos por la humanidad, pero también las más bellas utopías de fraternidad, identidad y liberación colectiva. Hoy se parece al personaje central del cuento de Oscar Wilde, “El fantasma de Canterville”, antes que a un aterrador espíritu de las narraciones góticas del siglo que lo vio nacer. Hablo del fantasma del “nacionalismo”, cuya sombra contradictoria, ladina y creadora, destructora y luminosa, ha sobrevivido a tantas otras ilusiones, como las del liberalismo, el marxismo, las religiones y la globalización, entre otras. Este libro habla, justamente, de cómo esas fantasmagorías se desplegaron en estas tierras ubicadas al sur del sur, es decir, narra las “comunidades imaginadas” durante los doscientos años de esta persistencia histórica que llamamos Argentina. Bienvenidos a esta aventura intelectual.

Nada ha sido tan vilipendiado en el siglo XX, por la industria cultural hegemónica, como el nacionalismo argentino. Los diarios principales, las grandes editoriales, las revistas, las academias, las universidades han llevado adelante una campaña brutal contra todo lo que oliera a nacionalismo. Los aparatos ideológicos del liberalismo conservador han “tolerado” incluso a los teóricos y escritores que representaban a sus supuestos enemigos de clase: el marxismo, la izquierda, aun en su versión más radicalizada como el “guevarismo”, han encontrado lugar en las estanterías de bibliotecas, librerías, cátedras, y nada impide a trotskistas “furibundos antisistema” trabajar y ganar altos salarios en canales de televisión y diarios pertenecientes a los grandes grupos económicos. Pero pocos “nacionalistas” han logrado traspasar la tranquera de la civilización sarmientina. Como si existiera un acuerdo macro entre los integrantes de las tradiciones de pensamiento europeas, de las dos grandes racionalidades occidentales, tanto de derecha como de izquierda, para cartelizar la industria cultural argentina. Fuera de los márgenes del establishment políticamente correcto murieron casi todos los escritores de la tradición “nacionalista”, pero aun peor suerte llevaron aquellos que se arrojaron a los brazos de lo popular, lo plebeyo, lo barbárico, en términos de Rodolfo Kusch. Lo prueban, por ejemplo, las vidas de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui, Fermín Chávez y los olvidos de escritores exitosos en su época, como Manuel Gálvez, el propio Leopoldo Lugones o Leopoldo Marechal, sin ir más lejos. El “nacionalismo” y, por ende, uno de sus subproductos, el “pensamiento nacional y popular”, son la gran “bestia negra”, el “hecho maldito” de la Argentina liberal conservadora.

Sin duda, la tradición nacionalista no está exenta de oscuridades, crueldades, xenofobias, prejuicios, violencias discursivas, errores, equivocaciones, brutalidades, recodos grotescos, imitaciones risueñas, giros totalitarios, perversiones derechistas, encierros oligárquicos, desprecios de clases. Pero también es cierto que ha tenido una complejidad a lo largo del tiempo que no justifica esa condena. Hay nacionalistas para todos los gustos, oligárquicos, aristocráticos, republicanos, fascistas, nazis, demócratas, liberales, populares, revolucionarios, marxistas, trotskistas. Sin embargo, todos corren la misma suerte en la hoguera.

Hace unos años, en una nota de opinión del diario La Nación , el historiador militante Luis Alberto Romero utilizó el término de “nacionalismo patológico”, que predomina en el sentido común de los argentinos y lo definió:

(…) una suerte de enano nacionalista que combina la soberbia con la paranoia y que es responsable de lo peor de nuestra cultura política. Nos dice que la Argentina está naturalmente destinada a los más altos destinos; si no lo logra, se debe a la permanente conspiración de los enemigos de nuestra nación, exteriores e interiores. Chile siempre quiso penetrarnos, el Reino Unido y Brasil siempre conspiraron contra nosotros. Ellos fraccionaron lo que era nuestro territorio legítimo, arrancándonos el Uruguay, el Paraguay y Bolivia. La última y más terrible figuración del enano nacionalista ocurrió con la reciente dictadura militar. Entonces, el enemigo pasó de ser externo a interno: al igual que los unitarios con Rosas, la subversión era apátrida y, como tal, debía ser aniquilada. Poco después, la patología llegó a su apoteosis con la Guerra de Malvinas.

La operación cultural que hace Romero incluye a los nacionalismos dentro de una multiprocesadora y sugiere que todos son iguales. No difiere entre el nacionalismo republicano, el popular, el lugoniano, el liberal conservador. Para él, todos los discursos son iguales, en un claro error conceptual y metodológico. Porque uno podría estar de acuerdo con que una exacerbación de la pasión nacional puede conllevar cierto tipo de conflictos en su vientre; pero unificar en un solo párrafo el nacionalismo americanista de Manuel Ugarte y el de la dictadura militar, el marxista de Hernández Arregui con el de Jorge Rafael Videla, o incluso la “restauración nacionalista” que propone Ricardo Rojas con los desvaríos del general Leopoldo Galtieri, parece ser una operación cultural difícil de establecer y sostener. Menos en Romero, que es uno de los historiadores más reconocidos en los ámbitos académicos, gracias a la trayectoria de su padre José Luis.

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