Prefacio
El interés principal de esta colección de ensayos y artículos, escritos en un período de doce años según la ocasión o la oportunidad, son las personas: cómo vivían, cómo se movían en el mundo, cómo las afectaba el tiempo histórico. Las personas aquí reunidas no podrían ser más diferentes unas de otras, y no es difícil imaginar cómo habrían protestado si se les hubiese preguntado su opinión por el hecho de ser reunidas en un lugar común. No tienen en común ni aptitudes ni convicciones, ni profesión ni medio; salvo una excepción, casi no se conocían entre sí. Pero eran contemporáneos, a pesar de pertenecer a diferentes generaciones; excepto claro por Lessing a quien, a pesar de todo, en el ensayo introductorio se lo trata como un contemporáneo. Por lo tanto, estas personas comparten entre sí la época que les tocó vivir, el mundo durante la primera mitad del siglo XX con sus catástrofes políticas, sus desastres morales y su sorprendente desarrollo de las artes y las ciencias. Y a pesar de que esta época mató a algunos y determinó la vida y el trabajo de otros, hay unos cuantos que apenas se vieron afectados y ninguno de quien podamos afirmar que estuvo condicionado por la misma. Aquellos que buscan representantes de una era, portavoces del Zeitgeist, exponentes de la Historia (con H mayúscula) buscarán aquí en vano.
Sin embargo, el tiempo histórico, los “tiempos de oscuridad” mencionados en el título es, según creo, visible en todo el libro. Saqué la frase del famoso poema de Brecht “A la posteridad”, que menciona el desorden y el hambre, las masacres y asesinatos, el ultraje de la injusticia y la desesperación “cuando sólo existía lo malo y no el ultraje”, el odio legítimo que igual lo hace feo a uno, la ira bien fundamentada que hace que la voz se torne ronca. Todo esto era bastante real mientras ocurriera en público; no había nada de secreto o misterioso en ello. Y sin embargo, no era visible en absoluto, ni tampoco era fácil de percibir; puesto que, hasta el mismo momento en que la catástrofe se apoderó de todo y de todos, estaba encubierto no por realidades sino por el dialecto y el lenguaje ambiguo altamente eficiente de los representantes oficiales quienes, sin interrupción y con variaciones bastante ingeniosas, disculpaban los hechos desagradables y justificaban las preocupaciones. Cuando pensamos en los tiempos de oscuridad y en las personas que vivían y se movían en ellos, tenemos que tener también en cuenta este camuflaje que emana y es difundido por el círculo gobernante de una nación (o “el sistema” como se lo denominaba entonces). Si la función del reino público es echar luz sobre los sucesos del hombre al proporcionar un espacio de apariencias donde puedan mostrar de palabra y obra, para bien o para mal, quiénes son y qué pueden hacer, entonces la oscuridad ha llegado cuando esta luz se ha extinguido por “lagunas de credibilidad” y un “gobierno invisible”, por un discurso que no revela lo que es sino que lo esconde debajo de un tapete, por medio de exhortaciones (morales y otras) que, bajo el pretexto de sostener viejas verdades, degradan toda verdad a una trivialidad sin sentido.
Nada de todo esto es nuevo. Estas son las condiciones que, hace treinta años, Sartre describió en La náusea (que sigo considerando su mejor libro) en términos de mala fe y de l’esprit de sérieux, un mundo donde todo aquel que es reconocido públicamente pertenece al grupo de los salauds y todo aquello que es existe en una forma opaca y sin sentido que despliega ofuscación y causa disgusto. Y estas son las mismas condiciones que, hace cuarenta años (aunque por razones diferentes), describió Heidegger con extraña precisión en los párrafos de Ser y tiempo que trata sobre “el ellos”, su “mero discurso” y, en general, con todo aquello que, sin estar oculto ni protegido por la intimidad del ser, aparece en público. En su descripción de la existencia humana, todo aquello que es real o auténtico se ve asaltado por el poder abrumador del “mero discurso” que surge irresistiblemente del reino público, determinando cada uno de los aspectos de la vida cotidiana, anticipando y aniquilando el sentido o la falta de sentido de todo aquello que puede traer el futuro. Según Heidegger, no hay escape posible de la “incomprensible trivialidad” de este corriente mundo cotidiano, excepto al retirarse a esa soledad que los filósofos desde Parménides y Platón han opuesto al reino político. Aquí no nos interesa la importancia filosófica de los análisis de Heidegger (que, en mi opinión, es innegable), ni tampoco la tradición del pensamiento filosófico que hay detrás de ellos, sino algunas experiencias fundamentales de la época y su descripción conceptual. En nuestro contexto, el sentido es que la sarcástica y perversa declaración: Das Licht der Offentlichkeit verdunkelt alles (“La luz del público todo lo oscurece”) iba al centro mismo del asunto y en realidad no era más que un resumen sucinto de las condiciones existentes.
Los “Tiempos de oscuridad”, en el sentido más amplio que aquí propongo, no son iguales a las monstruosidades de este siglo que de hecho constituyen una horrible novedad. Los tiempos de oscuridad, por el contrario, no sólo no son nuevos sino que no son una rareza de la historia, a pesar de que eran tal vez desconocidos en la historia norteamericana, que además tiene su buena parte, en el pasado y el presente, de crimen y desastre. Que aun en los tiempos más oscuros tenemos el derecho a esperar cierta iluminación, y que dicha iluminación puede provenir menos de las teorías y conceptos que de la luz incierta, titilante y a menudo débil que algunos hombres y mujeres reflejarán en sus trabajos y sus vidas bajo casi cualquier circunstancia y sobre la época que les tocó vivir en la tierra: esta convicción constituye el fundamento inarticulado contra el que se trazaron estos perfiles. Ojos tan acostumbrados a la oscuridad como los nuestros apenas podrán distinguir si su luz fue la luz de una vela o la de un sol brillante. Pero para mí, una evaluación tan objetiva es más una cuestión de importancia secundaria que puede ser dejada para la posteridad.
Título original: Men in Dark Times
Hannah Arendt, 1955
Traducción: Claudia Ferrari
Diseño de cubierta: Julio Vivas
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] Alocución sobre la aceptación del Premio Lessing de la Ciudad Libre de Hamburgo.
[1] Otra limitación se ha hecho más obvia en estos últimos años cuando Hitler y Stalin, debido a su importancia para la historia contemporánea, recibieron el honor inmerecido de biografías definitivas. Poco importa cuán escrupulosamente Alan Bullock en su libro sobre Hitler e Isaac Deutscher en su biografía de Stalin hayan seguido los tecnicismos metodológicos prescritos por el género; ver la historia a la luz de estas no-personas sólo daría por resultado la falsificación de su promoción a la respetabilidad y en una distorsión más sutil de los hechos. Cuando queremos ver tanto los hechos como las personas en su justa proporción tenemos que seguir remitiéndonos a las biografías mucho menos documentadas y virtualmente incompletas de Hitler y Stalin de Konrad Heiden y Boris Souvarine, respectivamente.
[2]Rosa Luxemburg, 2 vols., Oxford University Press, 1966.
[3] Véase el Bulletin des Presse-und Informationsamtes der Bundes-regierung, del 8 de febrero de 1962, pág. 224
[4] En una carta de Hans Diefenbach, el 8 de marzo de 1917, en Briefe an Freunde, Zurich, 1950.
[5]Ibídem, pág. 84.
[6] Su libro más importante cuenta ahora con una versión en inglés bajo el título de Evolutionary Socialism