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SINOPSIS
«A medida que avanzamos en nuestra vida cotidiana, la casta es el acomodador silencioso en un teatro a oscuras que, con la luz de su linterna, nos guía por los pasillos hacia nuestros asientos asignados para una actuación. La jerarquía de castas no trata de sentimientos o moralidad, trata de poder: de qué grupos lo tienen y cuáles no.»
Más allá de la raza o la clase, nuestras vidas están definidas por un poderoso sistema tácito de divisiones. En Casta, la ganadora del premio Pulitzer, Isabel Wilkerson, ofrece un retrato asombroso de este fenómeno oculto. Asociando los sistemas de casta de Estados Unidos, India y la Alemania nazi, Wilkerson revela cómo estos han moldeado nuestro mundo, y cómo sus jerarquías rígidas y arbitrarias todavía nos dividen hoy.
Con un rigor clarividente, Wilkerson desentierra los ocho pilares que conectan los sistemas de castas entre civilizaciones y demuestra cómo nuestra propia era de intensificación de conflictos y agitación ha surgido como consecuencia de las castas. A través de historias de personas reales, expone cómo la insidiosa resaca de las mismas emerge todos los días, documenta sus sorprendentes costos de salud y explora sus efectos en la cultura y la política. Finalmente, Wilkerson señala las maneras en que podemos, y debemos, superar sus divisiones artificiales y avanzar hacia nuestra humanidad común.
Profundamente original y en un estilo exquisito, Casta es un revelador análisis de lo que subyace tras nuestra vida cotidiana. Nadie puede permitirse el lujo de ignorar la claridad moral de sus ideas, o su llamamiento urgente a un mundo más libre y justo.
ISABEL WILKERSON
CASTA
El origen de lo que nos divide
Traducción de
Antonio Francisco Rodríguez Esteban
A la memoria de mis padres,
que sobrevivieron al sistema de castas,
y a la memoria de Brett, que lo desafió.
Porque, aunque debería hablar,
nadie me creería.
Y nadie me creería precisamente porque
sabrían que lo que digo es cierto.
J AMES B ALDWIN
Si la mayoría conociera la raíz de este mal,
el camino hacia la cura no sería largo.
A LBERT E INSTEIN
EL HOMBRE EN LA MULTITUD
Hay una célebre fotografía en blanco y negro de la época del Tercer Reich. Es una imagen tomada en Hamburgo, Alemania, en 1936, en la que aparecen cientos de trabajadores de los astilleros, todos encarando una misma dirección a la luz del sol. Saludan al unísono, con sus brazos derechos rígidos en fervorosa lealtad al Führer.
Si observamos atentamente, en la parte superior derecha descubriremos a un hombre diferente a los demás. Su rostro es sereno, pero firme. Las representaciones modernas de la fotografía a menudo añaden un círculo rojo en torno a él o una flecha que lo apunta. Está rodeado de conciudadanos que han sucumbido al hechizo de los nazis. Él mantiene el brazo pegado al pecho, mientras las palmas rígidas de los otros se alzan a escasos centímetros. Solo él se niega a saludar. Es el único hombre que resiste a la marea.
Al contemplarlo desde nuestro punto de vista, es la única persona en toda la escena que está del lado correcto de la historia. Todos los que lo rodean están trágica, fatídica y categóricamente equivocados. En aquel momento, solo él era capaz de verlo.
Se cree que su nombre fue August Landmesser. En aquel momento no podía saber el devenir asesino al que conduciría la histeria circundante. Pero había visto lo suficiente como para rechazarlo.
Se había unido al partido nazi unos años antes. Ahora sabía de primera mano que los nazis sembraban Alemania de mentiras sobre los judíos, los desheredados de su época; incluso en aquella fase temprana del Reich, sabía que habían desencadenado el terror, la angustia y los altercados. Sabía que los judíos eran cualquier cosa menos Untermenschen [subhumanos], que eran ciudadanos alemanes, seres humanos como cualquier otro. Él era un ario enamorado de una mujer judía, pero las Leyes de Núremberg, de reciente aprobación, habían condenado su relación a la ilegalidad.Se les prohibía casarse o mantener relaciones sexuales, que los nazis equiparaban a una «infamia racial».
Su experiencia personal y su estrecho vínculo con la casta condenada al rango de víctima expiatoria le permitieron ver más allá de las mentiras y estereotipos tan prontamente abrazados por los miembros susceptibles —tristemente, la mayoría— de la casta dominante. Aunque él mismo era ario, su receptividad a la humanidad del pueblo condenado ante sus ojos le hizo partícipe de su bienestar, vinculando su destino al suyo propio. Él eligió ver lo que sus compatriotas optaron por ignorar.
En un régimen totalitario como el impuesto por el Tercer Reich, era un acto de valentía mantenerse firme contra el embate del océano. A todos nos gustaría creer que habríamos actuado como él. Todos queremos pensar que, de haber sido ciudadanos arios bajo el Tercer Reich, sin duda habríamos reaccionado como él, no nos habríamos dejado seducir y habríamos sido individuos capaces de resistir el autoritarismo y la brutalidad ante la histeria de las masas.
Queremos creer que habríamos seguido el arduo sendero de permanecer firmes contra la injusticia y en defensa de los marginados. Sin embargo, a menos que estemos dispuestos a trascender el propio miedo, soportar la burla y la incomodidad, sufrir el desprecio de seres queridos, vecinos, compañeros de trabajo y amigos, perder el favor de todos nuestros conocidos, afrontar la exclusión e incluso el destierro, sería numéricamente imposible, humanamente imposible, que todos fuéramos ese hombre. ¿Qué haría falta para ser él en cualquier época? ¿Qué haría falta para ser él ahora?
PRIMERA PARTE
Toxinas en el permafrost
y ascenso generalizado
de las temperaturas