CONTENIDO
Primera parte:
Despertamos a una promesa poderosa
Segunda parte:
Desviaciones de lo mejor de Dios
Tercera parte:
El camino a seguir
El presente es un libro importante para toda persona cuyo cristianismo se ha vuelto inmóvil y estéril. Fuego vivo, viento fresco señala que Dios está obrando en nuestros días y que desea obrar en nuestras vidas.
Dr. Joseph M. Stowell
Presidente, Instituto Bíblico Moody
El Brooklyn Tabernacle [Tabernáculo de Brooklyn] ciertamente está siguiendo el ejemplo de la iglesia del Nuevo Testamento. Este libro profundamente conmovedor llama a las iglesias a volver a la palabra de Dios y a la oración y a alejarse de los sustitutos baratos que son tan populares en la actualidad.
Warren W. Wiersbe
ScripTex, Inc.
Con amor y fuerza a la vez, Jim Cymbala nos llama a nosotros, la iglesia, a mirarnos al espejo, arrepentirnos de nuestros vanos intentos de hacer la obra del Espíritu Santo, y ponernos nuevamente de rodillas como es debido. Recién entonces se moverá Dios de manera sobrenatural a fin de concretar su plan para nuestro ministerio y nuestra vida.
Dr. Ron Mehl, Pastor
Beaverton Foursquare Church
Beaverton, Oregon
Jim y Carol Cymbala deben ser dos de los siervos más confiables de Dios. ¡Cuán típico del modo de obrar de Dios que haga los milagros que han llegado a caracterizar al Tabernáculo de Brooklyn, utilizando a un niño que se crió en el vecindario!
Bill y Gloria Gaither
Vale la pena que todos escuchen la voz de Jim Cymbala. Tiene una pasión y una pureza que aporta fuerza y claridad al evangelio grandioso de siempre, haciendo que viva con poder y belleza contemporáneos.
Jack W. Hayford
The Church on the Way
Van Nuys, California
Son relativamente pocas las iglesias que tienen compasión por los perdidos y por las zonas urbanas deprimidas; Jim Cymbala y el Brooklyn Tabernacle están entre esas pocas. Han permitido que el Espíritu Santo los utilice para infundir nuevo vigor a vidas que parecían estar desesperanzadas.
Nicky Cruz
Autor de Corre Nicky corre y Code Blue
No hay duda de que Dios ha puesto su mano sobre el pastor Jim Cymbala y el surgimiento de un gran ministerio a las zonas urbanas deprimidas: el Brooklyn Tabernacle. Esta iglesia, bajo su dirección, sirve de modelo e inspiración para muchos a lo ancho de los Estados Unidos. Lo que ha producido esto ha sido la dependencia de ellos de la capacitación del Espíritu Santo y el énfasis que ponen en la oración.
Thomas E. Trask
Superintendente General
El Consejo General de las Asambleas de Dios
Si alguna vez tiene la oportunidad de visitar la iglesia del pastor Cymbala, no se la pierda. Si no puede ir, debe leer Fuego vivo, viento fresco. La historia notable de esta gran iglesia y su dinámico pastor lleno del Espíritu Santo traerá a su vida un viento fresco y un fuego vivo.
Bob Briner
Presidente, ProServ Television
PRIMERA PARTE
Despertamos a una promesa poderosa
UNO
Los aficionados
A quella noche de domingo, allá por el año 1972, me aproximaba con dificultad al punto culminante de mi sermón poco pulido cuando ocurrió un desastre. Fue lamentable y risible a la vez.
El Brooklyn Tabernacle — una lamentable iglesia que mi suegro me había persuadido que pastoreara — constaba de un pobre edificio de dos pisos a media manzana en el centro de la ciudad sobre la avenida Atlantic. El santuario sólo tenía capacidad para menos de doscientas personas … aunque no nos hacía falta semejante capacidad. El cielo raso era bajo, las paredes estaban necesitadas de pintura, las ventanas estaban sucias y hacía muchos años que no se sellaba el piso de madera sin alfombrar. Pero no había dinero para tales mejoras, ni qué hablar de lujos tales como aire acondicionado.
Carol, mi fiel esposa, se esforzaba lo más posible al órgano a fin de crear una atmósfera de adoración al extender mi invitación, haciendo un llamado al grupo de unas quince personas que estaban delante de mí para que quizá, posiblemente, respondieran al punto central de mi mensaje. Alguien cambió de posición en un banco a mi izquierda, probablemente más por cansancio que por convicción, preguntándose cuándo permitiría este joven pastor que todos se fueran finalmente a casa.
¡C-r-r-a-a-c!
El banco se partió y se desplomó, causando que cinco personas cayeran al piso. Se escucharon exclamaciones y algunos quejidos. Mi hija pequeña debe haber pensado que era el acontecimiento más emocionante de su vida de iglesia hasta el momento. Detuve mi predicación para dejar que la gente tuviera tiempo de levantarse del piso y recuperar su dignidad perdida. Lo único que se me ocurría decirles era sugerir con nerviosismo que se corrieran a otro banco que parecía estar más estable mientras yo intentaba concluir la reunión.
A decir verdad, este tipo de percance ilustraba perfectamente mis primeros días en el ministerio. No sabía lo que estaba haciendo. No había asistido a un colegio o seminario bíblico. Me había criado en Brooklyn en una familia ucraniana-polaca, yendo a la iglesia los domingos con mis padres sin imaginar jamás que me convertiría en ministro.
Mi amor era el baloncesto, durante toda la escuela secundaria y luego en la Academia de la Armada de los Estados Unidos, donde el primer año batí el récord de puntaje establecido por los novatos. Más tarde ese año me lesioné la espalda y debí renunciar a la armada. Reanudé mis estudios universitarios con el apoyo de una beca completa de atletismo en la Universidad de Rhode Island donde me desempeñé como titular del equipo para el equipo de baloncesto por espacio de tres años. Durante mi último año fui capitán del equipo; ganamos el campeonato de la Yankee Conference y jugamos en el torneo de la NCAA.
Mi asignatura principal era sociología. Para entonces había comenzado a noviar con Carol Hutchins, hija del hombre que había sido mi pastor allá por mis años de escuela secundaria. Carol era una organista y pianista talentosa a pesar de no haber recibido nunca una enseñanza formal para leer y escribir música. Nos casamos en 1969, nos instalamos en un apartamento de Brooklyn y ambos obtuvimos trabajos en el agitado mundo de los negocios de Manhattan. Al igual que muchos matrimonios nuevos, no teníamos muchas metas a largo plazo; sencillamente nos dedicábamos a pagar las cuentas y disfrutar de los fines de semana.
Sin embargo, el padre de Carol, el Reverendo Clair Hutchins, me había estado dando libros que despertaron mi deseo por las cosas espirituales. Él no sólo era un pastor local; realizaba frecuentes viajes al extranjero para predicar en cruzadas evangelísticas o enseñar a otros pastores. En los Estados Unidos era el sobreveedor no oficial de unas pocas iglesias pequeñas e independientes. Para principios de 1971 nos estaba sugiriendo con seriedad que quizá Dios quería que nos dedicáramos de lleno al servicio cristiano.
Un día comentó:
— Hay una iglesia en Newark que necesita un pastor. Son personas preciosas. ¿Por qué no consideras renunciar a tu trabajo y lanzarte en fe para ver lo que Dios hará?