Cuando las fuerzas dirigidas por el Partido Comunista de China lograron el triunfo sobre el gobierno del partido nacionalista (Guomindang) y fundaron la República Popular, las condiciones del país eran catastróficas después de más de tres años de guerra civil. La economía estaba en ruinas y la hiperinflación frenaba inversiones y golpeaba a los consumidores más pobres; el campo, donde laboraba 80 por ciento de la población activa, estaba casi paralizado y, en general, prevalecía el estancamiento en la vida económica. Mao Zedong y sus camaradas del núcleo que dominaba el liderazgo comunista —Liu Shaoqi, Zhou Enlai, Chen Yun— fueron lo suficientemente realistas como para anunciar el establecimiento de un régimen de transición basado en el concepto de “dictadura democrática popular” y de una plataforma política de frente unido denominada Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, de la que únicamente se excluía a los colaboradores del ancien régime.
En vez de proclamar una “dictadura del proletariado”, como lo habían hecho más de treinta años atrás los bolcheviques rusos, sus pupilos chinos plantearon en 1949 la construcción inicial en China de un sistema democrático sui géneris: una democracia para la alianza de campesinos, obreros, pequeña burguesía y “burguesía nacionalista” con el partido comunista, y el ejercicio sin ambages de una dictadura contra los enemigos de la revolución —y “los reaccionarios nacionales y extranjeros… lo que significa [privarlos] del derecho a la palabra…”—, como había señalado Mao en julio de 1949 en un muy divulgado discurso que pronunciara con motivo del XXVIII aniversario del Partido Comunista de China sobre, precisamente, el significado de la “dictadura democrática popular”.
Con esa definición en mente, que recogía buena parte de la retórica en boga de los regímenes dominados por partidos comunistas, a los que ellos mismos calificaban de “democracias populares” para diferenciarlas de las burguesas, comenzó la construcción de la República Popular China o “nueva China” ahí donde durante más de dos mil años habían surgido, prosperado y desaparecido diferentes dinastías imperiales. El fundamento filosófico y ético de todas ellas se había desarrollado dos siglos antes de los Qin, primera dinastía que unificó China en el siglo III a.C.
Mao y los demás líderes comunistas se consideraban herederos de Sun Yatsen, padre de una república que a duras penas había sobrevivido durante el periodo 1912-1925 y que luego, según los comunistas, sería traicionada y pervertida por Chiang Kaishek (Jiang Jieshi).
En el presente libro se ofrece a los lectores una selección de textos escritos por especialistas chinos y extranjeros sobre la evolución que ha tenido a lo largo de sus 65 años de vida el nouveau régime instaurado por los comunistas chinos. Sin duda un breve periodo en la larga historia de China e incluso en comparación con los años de existencia de la mayoría de los actuales estados-nación del mundo. Los compiladores hemos agrupado esos ensayos en diez capítulos, acompañando cada uno de ellos con una introducción para contextualizar cada etapa, movimiento o transformación por los que ha pasado el sistema socialista chino: de la dictadura democrática a la construcción socialista y a su actual mercantilización, pasando por sorprendentes momentos de experimentos voluntaristas y de rectificaciones de los mismos.
En términos generales se acostumbra dividir la breve historia de China comunista —calificada así no porque en ella se haya alcanzado la utopía del comunismo sino por estar gobernada desde la creación del nuevo régimen por un partido político de esa denominación— en etapa maoísta (1949-1976) y post maoísta (1977 a la fecha), pero en cada una de ellas ocurrieron hechos tan radicalmente contrastantes que su estudio amerita un enfoque más complejo que una simple segmentación en dos eras. Por ejemplo, la era de Mao tuvo fases diferenciadas en cuanto al grado de concentración del poder, a veces centrado en una sola persona y otras distribuido entre un pequeño grupo; en lo referente a la construcción de instituciones y a su funcionalidad; en cuanto a la intensidad de las campañas para acelerar la marcha socialista, con los consecuentes daños y las necesarias correcciones en el rumbo del país, las que de alguna manera evitaron la casi total destrucción del nuevo Estado y de sus instituciones, en particular durante la Revolución Cultural.
Como el lector podrá apreciar en el capítulo correspondiente, esa misma revolución, que según la historiografía oficial china cubre el periodo 1966-1976, tuvo momentos de protestas masivas y de caos, de desmovilización de masas y restauración de un precario orden interno, de confrontación con Occidente y con Rusia, y de un insospechado acercamiento entre los enemigos aparentemente irreductibles: Estados Unidos y la China de Mao.
Después de la muerte del Gran Timonel en septiembre de 1976, vino una etapa de transición que culminó con la supremacía de Deng Xiaoping y un puñado de comunistas veteranos (a los que el pueblo llamaba los “ocho inmortales”), los cuales habían sobrevivido a la Revolución Cultural y prevalecerían sobre los dirigentes que habían ascendido rápidamente a la sombra de Mao y de aquel vendaval, a los que la gente llamaba “cuadros helicóptero”. La lucha entre estos dos grupos por la sucesión puede resumirse en la confrontación de dos lemas: la práctica como único criterio de la verdad versus el respeto a los veredictos de la historia.
Y la práctica como criterio de acción triunfó con Deng, quien ejerció un poder más compartido que su predecesor pero finalmente hegemónico, con el que logró, con la ayuda de otros líderes veteranos, restablecer la institucionalización del partido y del Estado después de las turbulencias de la Revolución Cultural. A partir de esta restauración fue posible llevar a cabo las reformas y apertura económicas que han dado lugar al surgimiento en China del “socialismo de mercado”; toda una innovación en la nomenclatura marxista-leninista-pensamiento Mao Zedong. En fin, el ciclo post Deng también está lleno de momentos diferenciados, aunque menos contrastantes unos con otros, que van desde el liderazgo de Jiang Zemin (tercera generación), seguido por el de Hu Jintao y una cuarta generación de dirigentes, hasta el que ahora comienza con Xi Jinping y Li Keqiang (quinto relevo).