Ser, estar, escribir. Escritores y lugares
Escritor: Oier Quincoces Blas
Dibujantes: Garazi Fernández de Luco y Beatriz Sancho Carrasco
Diseño gráfico: elenarra (Elena Rodríguez)
Colección “Atlas sensible”, tomo 10
Editorial Saure
Polígono industrial de Goiain – Avenida San Blas, 11
01171 ES-Legutio
www.imartgine.com
ISBN E-pub: 978-84-17486-51-8
© 2020 Editorial Saure
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Prólogo
La literatura nace de encuentros, de miradas, de experiencias y, como tal, necesita de lugares en los que asentarse. A menudo estos lugares son creación del artista, fruto de su imaginación. Sin embargo, otras muchas veces tenemos la inmensa suerte de poder visitar esos lugares en los que tantos autores fueron, estuvieron y escribieron. Lugares en los que vivieron, murieron y donde aún hoy se escucha el eco de sus obras.
A lo largo de los cincuenta textos que componen esta antología he intentado, en la medida de mis capacidades, crear un recorrido lo más internacional posible, si bien es cierto que hay un claro predominio de espacios europeos y americanos. Sin embargo, no ha sido fácil encontrar tantos lugares que hayan resistido al discurrir del tiempo y puedan ser visitados en la actualidad, especialmente en zonas cuya literatura me es, a priori , más desconocida. La otra asignatura pendiente es quizá la representación femenina. He dedicado varios textos a mujeres escritoras, pero me temo que no son suficientes.
Aprovecho las últimas líneas de este prólogo para hacer una petición al estimado lector: que viaje. No solo físicamente, a los destinos aquí esbozados; sino también metafísicamente, a través de los muchos libros que se concibieron en dichos lugares. Porque leyendo también se viaja. De hecho, se viaja más. Arriba y abajo. Dentro y fuera. Al olvido y al recuerdo. Al ayer y al mañana. Y al constante hoy de nuestra lectura, que siempre es todavía.
Oier Quincoces Blas
Villa Diodati
Situada cerca del Lago de Ginebra, en Colonia, Suiza, esta mansión es célebre por haber reunido a cumbres literarias de la talla de Lord Byron, Percy Shelley y su entonces amante Mary Shelley. Claire Clairmont, hermanastra de Mary, y John Polidori, médico personal de Byron, fueron sus acompañantes en aquel verano de 1816.
Una lluviosa noche, tras leer cuentos de fantasmas, Byron desafió a sus acompañantes a que escribieran su propio relato. Ni él ni Percy llegaron a terminarlo nunca. Polidori, por su parte, escribió El vampiro, relato que sentaría las bases de un nuevo tipo literario. Sin embargo, fue Mary Shelley quien, a través de sus pesadillas, encontró la inspiración para escribir una de las mayores novelas de la historia: Frankenstein o el moderno Prometeo. Con este libro no solo dio vida al mito de la rebeldía romántica por excelencia, sino que hizo carne su tormento: ser incapaz de engendrar otra cosa que no fuera sufrimiento y muerte. En ese sentido, es evidente la impronta que dejaron en la autora la temprana muerte de varios de sus hijos y la de su madre poco después de dar a luz a la propia Mary.
Durante el resto de su vida esos ojos acuosos se clavaron en ella y la persiguieron como el propio monstruo sin nombre persiguió a Víctor por los paisajes helados pintados por Friedrich. Las mismas palabras resonaban en sus oídos una y otra vez: «¡Maldito, maldito creador! ¿Por qué tuve que vivir?»
*
Camino de San Polo a San Saturio
« He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria –barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra–. »
« Campos de Soria » , VIII, Campos de Castilla
Así suenan algunos de los tantos versos que Antonio Machado dedicó a su Soria. La ciudad castellana fue la tierra que inspiró varias de las Leyendas de Bécquer, pero ningún poeta le ha cantado como lo hizo Machado. Y ningún lugar, a su vez, ha inspirado tanto al poeta como Soria, la perfecta cómplice de su tristeza. Los paisajes que evoca el poeta en Campos de Castilla no pretenden ser realistas, sino un reflejo de su propio sentir. Naturaleza y alma poética se fusionan así en un paisaje lleno de identidad.
Machado recorrió a menudo este camino desde el monasterio de San Polo hasta la ermita de San Saturio, por la orilla del Duero, junto a su amada Leonor. El poeta aprendió a ser feliz en su tristeza. Sin embargo, cuando Leonor murió y su recuerdo se confundió con el paisaje castellano, Machado ya no pudo seguir viviendo en la que siempre sería su auténtica patria. Pese a todo, nunca perdió la esperanza de que la rama del olmo seco verdeciera.
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Tras la pista del Orient Express
Agatha Christie es conocida por ser la escritora más vendida de la historia. La reina de la novela negra ha dejado títulos tan emblemáticos como Asesinato en el Orient Express , Muerte en el Nilo o Diez negritos , algunos de ellos protagonizados por el célebre detective Hércules Poirot. Por otro lado, La ratonera , una de sus piezas teatrales más conocidas, se ha representado en Londres ininterrumpidamente desde 1952. Se sabe, además, que la escritora viajó con frecuencia a bordo del Orient Express, escenario de su novela más famosa. Sin embargo, fue en su destino, Estambul, donde escribió gran parte de la novela, más concretamente en el Hotel Pera Palace. Este hotel de la ciudad turca hospedó a innumerables celebridades del siglo XX como a Mata Hari, Greta Garbo, Ernest Hemingway o Alfred Hitchcock. Sin embargo, la autora británica, que hoy día da nombre al restaurante del hotel, fue su huésped más ilustre.
Si hay una virtud que se le puede atribuir a esta escritora es que sabía matar como nadie. Agatha Christie era una experta en sustancias tóxicas, gracias a los conocimientos que había adquirido trabajando en una farmacia durante las dos guerras mundiales. Conocimientos que después aplicó a sus novelas, las cuales han sido estudiadas por numerosos químicos y han permitido incluso resolver casos en la vida real.
Tantos misterios encuadernados. El suspense embotellado en sus páginas. Tantos personajes ejecutados por su pluma envenenada. Y no quedó ninguno.
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La tumba de un rey
Tras participar en la rebelión haitiana por la independencia, Henri Christophe se proclamó rey de Haití en 1811. Pero lo que parecía ser el triunfo de la libertad no supuso sino una nueva forma de tiranía. Una tiranía de negros contra negros. Una tiranía cuyos cimientos versallescos no pudieron sostener durante mucho tiempo. Las ruinas del Palacio de Sans-Souci se yerguen como testigo callado del fracaso romántico que trae consigo el poder.