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Fernando Savater nació en San Sebastián en 1947 y estudió Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, fue apartado de la docencia en 1971 por razones políticas, y posteriormente retomó la actividad en la UNED. Desde 1984 fue catedrático de Ética en la Universidad del País Vasco, y hasta su jubilación estuvo a cargo de la cátedra de Filosofía y Literatura en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado ensayos de filosofía y literatura, novelas y piezas teatrales. Entre su numerosa obra, traducida a más de veinte lenguas, podemos mencionar Ética para Amador, Política para Amador, Las preguntas de la vida y La vida eterna, y sus novelas La hermandad de la buena suerte (Premio Planeta) y Los invitados de la princesa (Premio Primavera). Es doctor honoris causa por diversas universidades hispanoamericanas y europeas. Está en posesión de la Orden del Mérito Constitucional.
Sara Torres Marrero (1955-2015) fue profesora de Estética en la Facultad de Filosofía de la UPV. Colaboró en la revista Fotogramas y fue cofundadora de la revista Nosferatu e inspiradora del Festival de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián. Dirigió documentales para televisión sobre literatura. En el terreno político, fue una destacada luchadora contra el terrorismo de ETA y el nacionalismo obligatorio en el País Vasco, siendo pieza fundamental del movimiento ¡Basta Ya!, entre otros grupos cívicos.
Edición en formato digital: noviembre de 2015
© 2015, Fernando Fernández Savater
© 2015, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2015, Anapurna, por las ilustraciones
© 2015, Tricéfalo producciones, por las fotografías
Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial
Fotografía de portada: © Getty Images
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ISBN: 978-84-9992-618-6
Composición digital: M.I. maqueta, S.C.P.
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Aquí viven leones
Viaje a las guaridas de los grandes escritores
FERNANDO SAVATER
& SARA TORRES
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De corazón para tu alma
You got me singing
Even tho’ the news is bad
You got me singing
The only song I ever had.
L EONARD C OHEN
Nadie pone en duda que el paisaje urbano o natural donde ha vivido un escritor marca necesariamente su obra, aunque a menudo no sea explícito. Pero igual de indudable es que para quien ha leído al autor, también el paisaje donde transcurrió su vida y creó su obra está sellado por esa sombra tutelar. No podemos recorrer la estepa manchega y ver a lo lejos un molino o pasar junto a una venta sin evocar a don Quijote y por tanto a Cervantes; el barrio de Palermo o los arrabales de Bueno s A ires no son iguales para los amantes de Borges que para los demás, y pasear en Londres por Bloomsbury no es sencillamente hacer turismo sino recorrer páginas inolvidables de la literatura inglesa contemporánea, a poco que uno haya leído a V irginia Woolf y Lytton Strachey. ¿Fetichismo? Pues adelante con el fetichismo, que también es una forma de amor. O mejor dicho, cualquier amor —balbuciente o sublime— siempre es una forma de fetichismo.
Toda gran obra literaria encierra un enigma, además del hechizo que ejerce sobre nuestra sensibilidad e imaginación: el enigma de su autor. ¿Por qué fue él y no otro quien halló el tesoro? ¿Cómo desarrolló esos dones o, quizá, cómo aprovechó sus limitaciones en su favor? Carnal y doméstico como cualquiera de nosotros, deambuló por unas calles que también sus admiradores podemos recorrer, subió a unas colinas o se sentó bajo un árbol que aún se nos ofrecen, miró los cambios de esa parcela del cielo que ahora vemos, se entretuvo soñando ante ese pedazo de mar . Y ahora sus restos físicos, definitivamente insignificantes, se guardan en esa tumba apartada del pequeño cementerio rural o en ese gran mausoleo metropolitano . A través de esas pistas evocamos su figura, y ese conjuro personal sirve para complementar nuestra lectura de su obra, aunque nunca para sustituirla. Más bien al contrario, es un pretexto para volver sobre ella y recaer en el placer que nos causa, pero ahora con un decorado y un paisaje que nos permiten quizá comprenderla mejor... ¡o que nos intrigan aún más sobre el hechizo que encierra!
Hace unos pocos años, Sara Torres y yo hicimos una serie de documentales para televisión sobre sitios donde nacieron, vivieron y murieron algunos de nuestros escritores preferidos. Se tituló Lugares con genio y también dio lugar a un libro que recogía al vuelo (a veces de modo no totalmente fiable) mis intervenciones en los programas y las de algunos expertos o lectores apasionados con los que me entrevisté en ellos. El resultado fue aceptable (mucho mejor en la parte filmada que en la escrita), pero pagamos la novatada, como suele decirse, y cometimos equivocaciones que nos enseñaron cómo hacerlo mejor si volvíamos a intentarlo . Y eso, intentarlo de nuevo, es lo que pretendimos hacer sin contar con que la crisis económica convertía en utópica la búsqueda de financiación hasta para un proyecto tan económicamente discreto como el nuestro. Hubiera podido financiarse con menos de lo que cobra Belén Esteban o similares por participar en Sálvame, pero ni la televisión pública ni las otras cadenas (a pesar de que las principales dependen de grandes grupos editoriales) estaban dispuestas a financiar un proyecto tan insólita y provocativamente cultural. De modo que Sara y yo decidimos en primer lugar centrarnos en hacer un libro sobre el tema, más cuidado en cuanto al texto y las ilustraciones, dejando para más adelante la posibilidad de nuevos programas televisivos de renovado planteamiento. Un libro culto pero sin academicismos, con toques populares en la parte de la imagen (genial la idea de Sara de incluir un pequeño cómic sobre una obra de cada autor, que me recordaba aquella colección de mi infancia, «Historias», que combinaba el tebeo y el texto, en la que leí a muchos de mis primeros clásicos), que intentase contagiar a los lectores nuestro fervor por los autores y también mostrase otros puntos de interés en los viajes.
Lo que más gozábamos haciendo era la preparación de cada capítulo, recorriendo Recanati y Nápoles en busca de Leopardi, el Torquay d e A gatha Christie o la inagotable Normandía de Flaubert... Siempre fuimos acompañados de nuestro amigo José Luis Merino, indispensable apoyo en los buenos momentos y aún más necesario y meritorio luego, en los malos. Cuando disfrutábamos de Galicia en pos d e V alle-Inclán, Sara cayó enferma de un mal atroz. Eso no mermó su entusiasmo ni su capacidad de seguir planeando capítulos, dirigiendo su realización gráfica y buscando documentación sobre cada autor . A provechó nuestra forzosa estancia en Baltimore, donde fue operada en la Johns Hopkins, para visitar los lugares relacionados con uno de sus autores predilectos, Edga r A llan Poe . A los pocos días de la intervención, capaz de postrar a cualquiera, ya estábamos visitando y fotografiando la tumba del poeta tenebroso . A l acabar nuestro trabajo, mientras José Luis y yo recogíamos cámaras y grabadoras, Sara se acercó a la lápida e hizo una leve caricia de despedida al retrato de Poe grabado en ella. Fue un gesto tan suyo, tan lleno de su infinita gracia hecha de inocencia y pasión, que no puedo recordarlo sin lágrimas. Lágrimas de amor y de gratitud por haberla conocido.
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