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Enrique Jardiel Poncela - Obra inédita: Los textos que quedaron en el cajón

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    Obra inédita: Los textos que quedaron en el cajón
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    Editorial Samarcanda
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    2017
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Obra inédita: Los textos que quedaron en el cajón: resumen, descripción y anotación

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De un escritor como Enrique Jardiel Poncela no puede esperarse menos que una altísima calidad en todo lo que salga de su pluma. Lo que tenemos ante nosotros es una recopilación de los escritos que no publicó en vida y que sólo aquí pueden hallarse.Su original y polifacética personalidad le hizo tocar todos los géneros de escritura e incluso inventarse algunos nuevos para su uso privado. En esta recopilación encontraremos una gran variedad donde elegir: artículos políticos, confesiones amorosas, textos cómicos, aforismos científicos, pensamientos íntimos, máximas sobre la vida, reflexiones sobre teatro, versos sobre ferrocarriles, opiniones sobre lo divino y lo profano y una divertidísima colección de curiosidades que fue recopilando a lo largo de años y años de contemplar el absurdo de este mundo. Este libro es un hallazgo para los jardielistas y verdadero festín para los gourmets de la literatura.

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Obra inédita
Los textos que quedaron en el cajón

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Derechos reservados © 2018, respecto a la primera edición en español, por:

© Enrique Jardiel Poncela
© Enrique Gallud Jardiel

© Editorial Samarcanda

ISBN: 9788417103538

ISBN e-book: 9781524303778

Producción editorial: Lantia Publishing S.L.

Plaza de la Magdalena, 9, 3 (41001-Sevilla)

www.lantia.com

IMPRESO EN ESPAÑA – PRINTED IN SPAIN

Prólogo de José María Pemán

Para cualquier autor que ha logrado un «sitio» —es decir, un aparcamiento propio y personal— en la literatura de su época, es un ejercicio interesante y expresivo el de rebuscarle lo inédito, aunque se valora de modo muy diferente, según sea el estilo vital que como persona o como profesional ha poseído el escritor editado. En los casos de autores prolíferos, más anchos que largos, más horizontales de abundancia que verticales de hondura, puede resultar la exhumación de lo inédito operación erudita y maníaca, que a veces juega al autor una mala pasada. Así, por ejemplo, le pasó al abundante y egregio don Juan Valera cuando, en celebración de no sé qué centenario, sobre su tan conocido corpus de articulista y novelista, le pusieron en escena su drama La venganza de Atahualpa y su zarzuela Lo mejor del tesoro . Valera no era hombre de teatro y la aparición en escena de esas obras suyas, que nunca él logró estrenar, le hizo un flaco servicio. Como se lo hizo a Ángel Ganivet el que, con ocasión de su centenario, se pusiera en escena en Granada su drama simbólico El escultor de su alma . Todo fue bueno en aquella conmemoración —escenario entre cipreses, noche tibia de Granada, estudios muertos en los programas—, todo menos la obra, que no podía sobrenadar ni con esos salvavidas térmicos y vegetales. Lo inédito muchas veces es una manera de pudor o justicia del escritor o de sus contemporáneos.

Pero en Enrique Jardiel Poncela ocurre todo lo contrario. Él estaba constituido psicológica y literariamente para legar, a su muerte, una gran cantidad de páginas inéditas. Jardiel vivía la vida literaria como un delfín vive en el océano: con medio cuerpo fuera y medio dentro. Publicar lo inédito en Jardiel es completarle su figura mitológica de centauro o dios Pan.

Para nada es el español más injusto que para lo que se llama «teatro de humor». El español pasa una hora deliciosa oyendo una comedia de esta especie; ríe, se regocija, comprende con ternura que estas y otras operaciones mentales igualmente matizadas son las que incita la obra construida con humor. Y cuando cae el telón, mientras se pone el abrigo —tarea siempre geométricamente violenta y difícil en los enjutos pasillos de nuestros patios de butacas— ya está disminuyendo el valor de la obra y casi avergonzándose de haberlo pasado tan bien.

Hablé pocas veces con Jardiel, casi siempre en saloncillos o camerinos de teatros, pero, en cambio, recibí no pocas cartas de él, escritas generalmente con tinta roja en unos fanáticos pliegos orlados con títulos de su teatro. Solía escribirme cuando le había gustado especialmente una comedia mía. Y recuerdo que me chocó el que su felicitación o comentario siempre venía al encuentro de las obras no canonizadas por el público o por la crítica, sino escritas un poco para mí. Y por lo visto, para él. Me escribió cuando estrené El testamento de la mariposa , o mi versión libre del Hamlet ... Y ahora que leo, para prologarlas, sus páginas inéditas lo comprendo mejor. Esas cartas suyas estaban extraídas de esa mitad pudorosa del Jardiel entero; de su cola equina o caprina o piscícola, oculta bajo el mar o la yerba como una conspiración de sus mejores fuerzas intelectuales.

Jardiel sabía que el humor, como calidad literaria, no en balde tenía el mismo nombre que el humor como elemento de la fisiología y la medicina hipocrática. Los humores en equilibrio y armonía significan la salud. La desarmonía de los humores y predominio de uno de ellos es la enfermedad. Y el aprovechamiento de ese humor constitucional humano para enfrentarlo con una circunstancia contradictoria es el «humor» como literatura. Un linfático en una agitación, o un sanguíneo en un sosiego, son, por sí solos, figuras de humor.

Jardiel escribía desde una gran tristeza. Estaba lleno de ideas melancólicas de caducidad y dolor, y su risa tenía todo el volumen de un timbre de alarma o de un pito de ambulancia o carro de bomberos. En estas mismas páginas encontraréis un corte horizontal despiadadamente hecho en su mundo emocional y mental. Así la página inédita que se titula: «Todo el mundo lo sabe, pero...» En ella Jardiel va coreando todo su mundo en dos tajadas: la de arriba convencional, admitida; la de abajo objetante, desconcertante, regateadora. Por ejemplo: todo el mundo sabe que Leyden fue un gran físico cuya más famosa experiencia es la llamada «botella de Leyden», pero lo que no suele saberse es que Juan Leyden se casó diecisiete veces, que eso sí que fue hacer experiencias.

El medio Jardiel inserto en esa zona baja o peana del mundo es el que escribía, guardaba o dejaba a medias, todas estas páginas que más que «inéditas» —mera cuestión editorial— debieran llamarse clandestinas, reservadas, submarinas... Jardiel las escribe desde esa plataforma de verdades grandes que se necesita, como observatorio, para poder reíase de tantas mentiras chicas. Tanto Jardiel como yo habíamos nacido al fin de un siglo en el que parecía establecido que el humor y la ironía eran valores negativos y como inseparables de un cierto contenido escéptico o nihilista. Esto reducía mucho el área del humor. Había que reírse una y otra vez del matrimonio y de la burguesía, de esas cuitadas parejas que paseaban por el Retiro y hasta les echaban migas de pan a las palomas o a los peces del estanque. Pero esto se agota pronto. En las caricaturas de Cilla, de Xaudaró, hasta Bagaría, se quedaba mucho más mundo fuera que dentro. Porque en realidad no hay más que un modo de estar casado, pero hay cientos de modos de no estarlo. La página del matrimonio burgués tiroteado por los rebeldes se acaba pronto. En cambio, la página de las mil aventuras posibles de lo ilegal no se acaba nunca. Alfredo Musset, creyendo escribir un poema sublime, escribió una encantadora página de humor, al contarnos con toda seriedad su primera noche de amor en Venecia al lado de George Sand. A Musset le dio un cólico. Y entre medicinas, doctores y emplastos pasaron los amantes su fragante primera noche.

Jardiel recobró el humor para lo desordenado. No tuvo que reírse de Dios, ni del Honor, ni del Amor, ni de la Patria, para llenar páginas y páginas de irreprimible risa y alegría. Los artículos y conferencias, y prólogos y fragmentos teatrales que se incluyen en este volumen son el observatorio de Jardiel. La torreta desde donde disparaba contra todo lo demás. Luego el panorama visto es su teatro.

Don Jacinto Benavente le escribe dos líneas admirables en la carta que se publica a la cabeza de este libro: «Creo como usted que es más difícil ser autor cómico que autor dramático. En un drama cuando se tiene el asunto se tiene todo, en una comedia cuando se tiene el asunto aún no se tiene nada. Creo también que dentro de unos años —yo no podré verlo— muchas obras dramáticas parecerán muy cómicas y muchas obras cómicas muy serias». Esto es una gran verdad. La obra cómica, después que se ha ocurrido el tema y se ha decidido el desarrollo, tiene que «escribirse». Esto parece una perogrullada, pero tiene una gran significación. Un drama una vez encontrado se escribe solo. Lo que pasa es tan tremendo que no admite añadiduras ni perifollos. Tiene que «pasar» y no puede detenerse ni engancharse en las matas y espinas del camino. En cambio, una comedia de humor tiene que tener gracia constante, en cada situación, en cada réplica, en cada palabra. Jardiel era en eso maestro insuperable. Los dos prólogos escenificados de su comedia no estrenada, Flotando en el éter , son dos obras maestras de gracia dialogada.

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