Akal / Básica de Bolsillo / 83
Th. W. Adorno
Obra completa
Miscelánea II
Obra completa, 20/2
Edición de: Rolf Tiedemann con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klauss Schultz
Traducción: Joaquín Chamorro Mielke
Diseño de portada
Sergio Ramírez
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Título original
Vermischte Schriften II
© Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1986
© Ediciones Akal, S. A., 2014
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4103-0
III
Aesthetica
[Primera versión:]
Lo que el nacionalsocialismo ha hecho con la cultura y las artes
Aunque hable del legado del nacionalsocialismo en la vida artística de Europa, no voy a tratar del terror nazi o de la aniquilación de numerosos artistas e intelectuales en los países conquistados, ni tampoco de las medidas administrativas con las que el régimen nazi ha puesto toda actividad cultural al servicio del sistema totalitario. Aquí se hablará del efecto secundario de la era fascista y su importancia para América más que de las acciones y crímenes del régimen mismo. El foco de nuestra atención estará en aquellos vestigios del espíritu nazi que amenazan con sobrevivir o resucitar si encuentran la oportunidad. Para entender estos vestigios hemos de habérnoslas con lo que se podría denominar el espíritu del fascismo, con los cambios estructurales que el fascismo ha provocado en toda la sociedad europea más que con medidas administrativas, a las cuales se puede poner remedio. Con todo, debería decir que hay un aspecto que es una cruda realidad y que no admite reparación, cual es el asesinato masivo de intelectuales perpetrado por los nazis, particularmente en países como Polonia. Aún no conocemos la cantidad de grupos intelectuales y artísticos que han sido liquidados en gran parte de Europa. Pero sí sabemos que la ofensiva sistemática que el régimen emprendió contra todos los potenciales centros de resistencia intelectual dejará su impronta en el futuro. Probablemente haya producido un vacío cuya repercusión en la vida cultural no podría predecirse. Aunque soy plenamente consciente de que lo que el nacionalsocialismo ha infligido a la cultura y al arte es sobre todo muerte, ahora me referiré a ciertos aspectos menos obvios de la situación que me parecen particularmente relevantes, dado que no son resultado de acciones arbitrarias de gángsteres políticos, sino de tendencias evolutivas tan profundas que podríamos decir no solo que las ha desencadenado el nacionalsocialismo, sino que también se cuentan entre las causas del mismo. Para no perdernos en un campo tan vasto, me concentraré en la suerte de la música, que he tenido oportunidad de estudiar más a fondo. Pero quiero subrayar que aquí la música, lejos de considerarla en sí misma, solo nos servirá como un ejemplo de ciertos aspectos sociológicos mucho más amplios.
La idea de que existen ciertas tendencias culturales que son a un tiempo presupuestos y efectos del fascismo plantea una serie de cuestiones, y de estas voy a tratar aquí. Primero diré algo sobre el clima favorable a fascismo tal como se manifestó en la vida musical alemana de la época prehitleriana, y luego señalaré algunos de los efectos más pertinaces del hitlerismo en la esfera musical. Creo que podremos entender tanto mejor la relación estructural entre fascismo y cultura cuanto más profundo sea nuestro conocimiento de las raíces culturales de algunos de los más aterradores fenómenos anticulturales de nuestro tiempo. Sería una ingenuidad suponer que la indiscutible destrucción de la cultura musical alemana la ha ocasionado casi solamente una suerte de invasión política desde fuera de ella empleando solo la fuerza y la violencia. Antes de que Hitler se hiciera con el poder había una crisis tanto económica como espiritual. Hitler solo fue, en la música y en otros innumerables aspectos, el último ejecutor de tendencias que se habían desarrollado en el seno de la sociedad alemana.
Sin embargo, se pueden diferenciar perfectamente los fenómenos artísticos y filosóficos que por sí mismos tienden al fascismo de aquellos otros que los nazis demandaban de manera más o menos arbitraria, principalmente por su prestigio. Por otra parte, se puede distinguir claramente entre nombres que los nazis solamente pronunciaban, como los de Goethe y Beethoven, y otros que representan ideas que eran la savia del movimiento fascista, la mayor parte de ellos de figuras comparativamente oscuras, como Ernst Moritz Arndt o Paul de la Garde.
Nadie puede soslayar la evidencia de la profunda interconexión entre Richard Wagner y el supranacionalismo alemán en su forma más destructiva. Conviene recordar que existe un vínculo directo entre aquel y la ideología oficial nazi. El inglés germanizado Houston Stewart Chamberlain, adalid y yerno de Wagner, fue uno de los primeros escritores que combinó el pangermanismo agresivo, el racismo y la creencia en la absoluta superioridad de la cultura alemana –o, habría que decir, la Kultur alemana– con el antisemitismo militante. El falso filósofo nazi Alfred Rosenberg confesó haber tomado la mayoría de sus tesis de Los fundamentos del siglo xx de Chamberlain. Este libro obtuvo la aprobación del círculo de Bayreuth, y Chamberlain, ya anciano, dio una entusiástica bienvenida al movimiento nacionalsocialista.
La estirpe Wagner-Chamberlain-Rosenberg es más que un accidente histórico. No solo podemos descubrir abundantes elementos de ratificada doctrina nazi en los escritos teóricos de Wagner, sino que –lo que es más importante– podemos además detectarlos, bajo un disfraz más o menos ligeramente alegórico, en las obras de Wagner. La trama entera del Anillo encierra una gigantesca trampa nazi, con Sigfrido como ingenuo y adorable héroe teutónico que, por simple casualidad, conquista el mundo y acaba siendo víctima de la conspiración judía de los oscuros enanos y de aquellos que confían en su consejo.
Por cierto que resulta irónico, además de tener un profundo significado, el hecho de que la caída de Hitler viniese presagiada en este metafísico plan maestro. Diríase que todo el movimiento pangermanista, consumado por los nazis, albergaba un presentimiento de la fatalidad que alcanzaría no solo a sus enemigos, sino también a sí mismo. Este presentimiento no era de naturaleza puramente irracional, sino que tenía un toque de lucidez, por inarticulado que pudiera haber permanecido, que adivinaba la desesperación final del imperialismo alemán ante las constelaciones efectivas de la política de poder en el mundo. Ningún observador perspicaz de los primeros tiempos del nazismo en Alemania pudo no haber percibido un elemento de incertidumbre y hasta desesperación tras la embriaguez de las victorias celebradas antes de su obtención. Es muy posible que la inhumanidad y crueldad del régimen nazi, tan incomprensible para otras naciones, viniera en parte determinado por este profundo sentimiento de inutilidad de toda la aventura. La declaración de Hitler, según la cual si su régimen se derrumbara, el portazo que daría retumbaría en el mundo entero, es indicativa de algo de mucho mayor alcance de lo que esa declaración parece expresar. Cuando hablamos de la tendencia destructiva de la mentalidad alemana, no la entendemos en un sentido meramente psicológico, sino también político, por el carácter desesperado de toda aquella apuesta. Los alemanes anticiparon, por así decirlo, de manera permanente, la venganza por su propia ruina. Esto puede bastar como ejemplo para las especulaciones sobre los más íntimos secretos de la mentalidad y la realidad nazis insinuados en la obra wagneriana.