Enrique García López-Corchado
Papuchi pachipochi papu
La desaparición del Códice Calixtino
Papuchi pachipochi papu
La desaparición del Códice Calixtino
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Derechos reservados © 2017, respecto a la primera edición en español, por:
© Enrique García López-Corchado
© Editorial Samarcanda
ISBN: 9788417103101
E-book: 9781524303396
Producción editorial: Lantia Publishing S.L.
Plaza de la Magdalena, 9, Planta 3, 41001, Sevilla
www.lantia.com
IMPRESO EN ESPAÑA-PRINTED IN SPAIN
A Raquel, Sara y Mario, mi sencillo universo
A Soledad y María Luisa, por su dedicación y paciencia
Advertencia del autor
Esta novela está documentada con datos históricos e inspirada en hechos verídicos, pero aderezados con tan elevadas dosis de fabulación que cualquier parecido con la realidad o con la identidad de sus protagonistas resulta pura y anecdótica coincidencia.
Conjuro así el riesgo de que alguien pretenda convertirme en víctima propiciatoria de una querella o una demanda por injurias, calumnias, vejaciones, desacato, obscenidades o blasfemias que en modo alguno se encontraban en mi ánimo cuando escribí esta ficción literaria.
Pido por ello sinceras disculpas anticipadas a quien pudiera sentirse ofendido o simplemente molesto por el contenido de este relato, cuyo humilde propósito solo consiste en entretener, acaso divertir y, si además fuera posible, obtener alguna rentabilidad.
Por último, quisiera indicar que la novela puede leerse conforme a dos pautas diferentes: bien por el orden correlativo de sus capítulos; o bien por orden inverso, alternando los capítulos pares con los múltiplos de tres y dejando el resto para el final. Sugiero al lector que siga el primer procedimiento, porque con el segundo no va a entender absolutamente nada.
Pero allá cada cual.
Desconfía de quienes nunca ríen,
no son personas serias.
Julio César
Iglesia Catedral de Santiago de Compostela
con Claustro y Palacio Arzobispal
(Kenneth John Conant, 1924)
Prólogo
El martes 5 de julio de 2011, el deán de la catedral de Santiago de Compostela comunicó a la policía el robo del Codex Calixtinus , un manuscrito que data del siglo XII y que se encontraba custodiado en una cámara acorazada del archivo catedralicio.
Conocido como « la Biblia del Peregrino », el códice constituye una joya bibliográfica del Medievo y posee un incalculable valor económico, histórico y artístico.
Pero ¿qué ocurrió desde que fue visto por última vez, el jueves 30 de junio de 2011, hasta que se alertó a la policía cinco días después? ¿Por qué esa tardanza en denunciar la sustracción del libro? ¿Por qué fallaron tan estrepitosamente las medidas de seguridad instaladas para su protección?
Narradas en primera persona por el detective que investigó el caso, estas crónicas nos desvelan las claves e incógnitas que rodearon la misteriosa desaparición del Códice Calixtino, recuperado un año después en el garaje de un electricista que había trabajado en la catedral compostelana.
1
Corrían tiempos difíciles
y extraños.
Los líderes mundiales competían en incompetencia, las agencias de calificación derrocaban gobiernos, el telechurro aún no se había inventado, y los especuladores proliferaban como los hongos en una crisis sin precedentes.
Entretanto, los simples mortales las pasábamos canutas para llenar la cesta de la compra o el depósito de carburante, y pagar el butano o la factura de la luz. Eso quien no aguantaba sobre la chepa una hipoteca al euríbor más menos pi elevado al cubo multiplicado por la raíz cuadrada de infinito.
A pesar de todo, yo podía sentirme afortunado.
Me nutría con cualquier cosa ―regañás, cerveza, butifarra, pistachos― y la renta por el alquiler de mi cutre apartamento casi provocaba risa. Encima, había dejado de fumar por prescripción facultativa, lo cual me ahorraba un buen pico a fin de mes.
―¡Ufff! Tiene los pulmones chamuscados. No servirían ni como carroña para los buitres. ―Fue el cruel diagnóstico que emitió mi médico de cabecera cuando acudí a su consulta, alarmado porque me asfixiaba al atarme los cordones de los zapatos.
Me compré zapatos sin cordones y, tras unas cuantas sesiones de hipnosis, conseguí superar mi adicción al tabaco. Aunque también me aficioné a las especias picantes, que siempre había detestado.
Como decía al principio, eran tiempos difíciles y extraños.
* * *
Fue precisamente por aquella época cuando tuve noticia del que, a la postre, se convertiría en uno de mis casos con mayor repercusión mediática. Un suceso curioso y extraordinario en el cual, sin entonces sospecharlo, yo desempeñaría un papel destacado. O quizá no, depende de cómo se analice esta historia a la luz de los acontecimientos posteriores.
Pero sería una imperdonable grosería continuar sin antes haber procedido con las debidas presentaciones.
Mi nombre es Carrascosa, detective Carrascosa.
En sentido estricto, Carrascosa es mi apellido, aunque mi nombre no es detective. Es otro distinto, pero no creo que importe mencionarlo porque la gente me llama Carrascosa, sin el detective delante, o detective Carrascosa si es alguien que no cuenta con mi confianza. Parecerá una estupidez, pero lo explico para evitar absurdos equívocos.
Mi canario se llama Silverio, a secas. Luce un vistoso penacho plateado, por lo que atiende al diminutivo de Silver. Y también al alias de ¡Ay, mi Chirri bonito!
Me dedico a la digna y sin embargo vilipendiada práctica de la investigación privada, como cabe deducir sin esfuerzo a tenor del párrafo anterior. Bueno, del anterior al anterior.
Mi canario no es detective, pero gorjea primorosamente las conmovedoras baladas de Nino Bravo. Toda una rareza animal, según me comentó un veterinario al que visité cuando mi mascota se quedó ronca por culpa de un catarro mal curado.
Pues bien, volviendo al meollo del asunto.
Estaba yo una mañana recién levantado, en ese trance tan íntimo, discreto y relajante que consiste en la lectura de la prensa ―gratuita y atrasada, lo admito sin pudor―, devorando una grasienta madalena empapada en leche, cuando un titular captó súbitamente mi interés:
«DETENIDO POR AGREDIR A SU SUEGRA
SIN CAUSA JUSTIFICADA»
¡Claro! ―reflexionaba yo―, si hubiera alegado cualquier pretexto, habría quedado en libertad sin cargos. «Es que la señora tarareaba fandangos mientras fregoteaba los sanitarios», por ejemplo. «Le salían fatal las albondiguillas». O «le habían crecido verrugas sobre el labio superior». Etcétera. Como si no hubiera motivos sensatos para emprenderla con una suegra...
De repente, sonó mi teléfono móvil.
Estuve tentado de no atender la llamada, porque era sábado y no identifiqué el número. Además, me sentía perezoso y ni siquiera me había quitado las legañas. Pero me rendí al instinto de supervivencia, no fuera algún cliente que pretendiese contratar mis servicios como experimentado sabueso.
Descolgué, pues, me pincé la nariz y, con tono gangoso pero aflautado, empleé la fórmula al uso:
―Carrascosa y Asociados. Atención personalizada 24 horas. ¿Qué desea?
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