Para Juan Mario, Fátima y Bosco
con quienes aprendo el bello oficio de ser padre
In troducción
En noviembre de 2002, inicié mi práctica como psicoterapeuta en la ciudad de Guadalajara en México. Probablemente (sin yo saberlo), ese fue el último año de mi propia adolescencia. Hasta ese entonces se decía en los ámbitos de la psicología y de la medicina que la adolescencia era una etapa que oscilaba entre los 12 y los 18 años, pero hoy se considera que no es así, pues la investigación muestra que puede comenzar en edades más tempranas y terminar en edades mayores que las mencionadas.
Durante estos quince años he tenido la oportunidad de trabajar cara a cara con adolescentes originarios de ambientes muy distintos: menores infractores recluidos en correccionales o centros tutelares; chicos procedentes de poblados y de ciudades; muchachos provenientes de familias adineradas y de familias sin recursos económicos; jóvenes de México, de Estados Unidos e incluso inmigrantes. También he podido atender a chicos de familias unidas y de familias separadas; con padres presentes y con padres ausentes; algunos dedicados cien por ciento al estudio y otros inmersos en la vida laboral; estudiantes de prestigiosos colegios privados y alumnos de instituciones de educación pública en precariedad; pacientes con graves psicopatologías, así como quienes gozan de una adecuada salud mental. En todos ellos he podido ver tanto la insatisfacción y el conflicto como la satisfacción y las fortalezas.
La insatisfacción y el conflicto consigo mismos y, a veces, con prácticamente todos los aspectos de su vida: con sus padres, con sus hermanos, con la escuela, con la sociedad, con los amigos, con la sexualidad, con su orientación vocacional, con las drogas, con la religión, con la política, con los medios de comunicación, con las redes sociales, con el medioambiente, con su futuro, con su equipo de futbol, con el día, con la noche, en fin, con mucho de lo que les rodea en su vida diaria. Pero también he visto sus fortalezas en cada una de esas áreas; he conocido jóvenes apasionados y comprometidos con sus ideales y sus valores. Chicos con altruismo, con dedicación, con disciplina, interesados por sus padres y sus hermanos, interesados en su religión e interesados en transformar al mundo participando en activismo social y político. Adolescentes involucrados en su salud, en un mundo más justo, en un mundo más responsable, buscando despertar a una sociedad que se autoengaña para que tome consciencia del rumbo equivocado que a veces pareciera llevar en la economía, la ecología, la equidad y en la desigualdad de oportunidades.
Algunos piensan que la insatisfacción y el conflicto son característicos de un tipo de adolescente: el problemático, y que las fortalezas son características de otro tipo de joven: el exitoso. Pero se equivocan. La mayoría de adolescentes que he visto conllevan en sí mismos aspectos de ambos grupos . Es más, me atrevería a decir que un adolescente con solo fortalezas, sin insatisfacción ni conflicto, no es un «buen» adolescente, pues uno de los objetivos de la adolescencia es alcanzar la separación y la transformación, y para esto es indispensable que el muchacho experimente cierto grado de insatisfacción y conflicto que le permita moverse de donde está.
De igual forma se equivocan aquellos que piensan que su hijo, su alumno o su paciente adolescente solo encajan en la descripción de un joven con insatisfacción y conflicto y que no cuentan con fortalezas. Incluso en un adolescente con alto nivel de conflicto (adicciones, anorexia, depresión, etc.) existe mucha fortaleza. Piénsenlo dos veces: no es fácil para quien se mira cada día en el espejo y está profundamente insatisfecho con su cuerpo –como pasa en la anorexia– intentar lucir bien ante los demás. Una persona depresiva requiere gran fortaleza para levantarse todos los días e ir a la escuela o al trabajo y atender lo que se le pide cuando en su mente el pensamiento más sonoro es el de «me quiero morir». O imaginemos a aquellos adolescentes que necesitan de mucha perseverancia y tolerancia a la frustración para estar en una relación de constante enfrentamiento con los papás sin poder independizarse por no tener ni para el pasaje del autobús y que, además, el poco dinero que consiguen lo utilizan para comprar marihuana o alcohol, como les sucede a los chicos con adicciones. Todos estos adolescentes tienen carencias y problemas por abordar y superar, pero también tienen fortalezas que necesitan enriquecer.
La realidad es que la mayoría de los chicos transitan en un continuo entre la insatisfacción y el conflicto, en un extremo, y las fortalezas y la satisfacción, en el otro. Es en el punto medio, en el punto de equilibrio entre estos dos opuestos, donde los adolescentes pueden florecer y desarrollar las habilidades que les permitirán gozar de una edad adulta con satisfacción y felicidad. Los papás, los profesores, los consejeros espirituales, los terapeutas y la sociedad en general tenemos la gran responsabilidad de enseñarles a equilibrar estos dos opuestos para que su adolescencia sea una etapa constructiva para ellos mismos y para su comunidad.
Ese es justamente el objetivo de este libro. A través de sus páginas he intentado transmitir a ustedes de manera clara, práctica y fundamentada tanto la experiencia que he obtenido de mi práctica psicoterapéutica con los adolescentes y sus padres como los resultados de la investigación científica más reciente. Pero, sobre todo, he buscado que sean los adolescentes y sus propias historias los que hablen a través del libro para que así podamos comprenderlos mejor. Esta obra está dirigida tanto a los papás como a los adolescentes, así como a los profesionistas de la salud mental y a todos aquellos que intervienen de alguna manera en la formación de los chicos.
Dentro de las páginas del libro encontrarán ocho capítulos: I. Qué es la adolescencia; II. El adolescente y la familia; III. El desarrollo social del adolescente; IV. El adolescente, las redes sociales y las tecnologías de la información y la comunicación; V. Conductas de riesgo en la adolescencia; VI. Los trastornos mentales y su tratamiento en la adolescencia; VII. La transformación en positivo: la felicidad, el bienestar y las fortalezas del adolescente; y VIII. Estrategias de crianza para los padres.
Cada uno de estos capítulos está redactado con el contenido más sobresaliente de la investigación contemporánea y de mi experiencia clínica. Además, al final de cada uno de ellos encontrarán un resumen del capítulo, un cuestionario que les puede ayudar a reforzar lo visto y a llegar a sus propias conclusiones, y algunas recomendaciones prácticas sobre el tema tratado.
Habrán notado que el capítulo VIII se titula «Estrategias de crianza para los padres». En ese capítulo en particular se analiza lo que he llamado las seis estrategias básicas para la crianza de los adolescentes. Estas son herramientas que he utilizado a lo largo de mi práctica con los papás y que han sido de gran utilidad para muchos de ellos. Se presentan de forma práctica y con ejemplos y ejercicios que facilitan su aplicación.
Finalmente, quiero comentar que no solo he tenido la oportunidad de atender a los adolescentes, sino también a sus padres y a sus hermanos. Muchos papás hacen una tarea realmente loable para sacar adelante a su familia: cumplen con su trabajo, hacen sacrificios personales, viven con carencias económicas, enfrentan problemas laborales y de salud, además de tener que lidiar con sus propios conflictos psicológicos, y aun así están presentes en la vida de sus hijos tratando de influir positivamente en ellos. También he visto a hermanos preocupados por el desarrollo del adolescente en casa y comprometidos con este, incluso siendo ellos mismos adolescentes. Por desgracia, no todos los adolescentes cuentan con papás y hermanos así de comprometidos y unidos. Además, los hijos no vienen con un instructivo de operación ni tienen un « software amigable e intuitivo», como dicen los productores de los smartphones . Los papás necesitan estudiar, acudir a conferencias, talleres y acercarse a los profesionales de la psicología y disciplinas afines para poder identificar cómo se están relacionando con sus hijos, qué les funciona y qué no les funciona para poder cambiarlo. No es una tarea fácil, especialmente si se tiene en cuenta todo lo que los papás ya hacen en su vida diaria.
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