Empezar este texto con el propósito de entender a los adolescentes es un objetivo, cuanto menos, pretencioso. Hacer un manual que permita comprender el comportamiento de estos adolescentes que hacen su viaje natural entre la infancia y la edad adulta supondría poner en jaque la mitad de los bosques del planeta. No hay papel suficiente para explicar todo lo que significa la adolescencia.
Y es que, al igual que no hay dos personas iguales, no hay dos adolescentes iguales.
Esta etapa de la vida, caracterizada por los cambios permanentes, está cargada de una imprevisibilidad tal que, si consiguiéramos crear un manual de instrucciones para entender a nuestros hijos, este quedaría obsoleto en un abrir y cerrar de ojos. Esta etapa hace que un día el adolescente se parezca más a un niño, y al siguiente a un adulto. Y uno nunca sabe cómo tratarlos. ¿Los seguimos protegiendo como los niños inocentes que son o los respetamos por ese crecimiento personal y esa presunta responsabilidad que van adquiriendo?
Pues ni lo uno ni lo otro. Hay que entender que la adolescencia es una etapa especial, un rompecabezas al que siempre le falta una pieza, un mapa que hay que saber leer sin brújula, un cóctel que siempre tiene un ingrediente secreto. Nuestros hijos no son robots, y si lo fueran, los cambios que provoca esta nueva etapa en su vida los harían actuar como si tuvieran un cortocircuito tras otro.
Eso no significa que haya que izar la bandera blanca, rendirse, someterse a la tiranía de estos nuevos seres embravecidos ni excusarse bajo la premisa del caos personificado que son para mantenerse de brazos cruzados. Si bien es cierto que cada adolescente actúa y se ve influenciado por esta etapa de manera diferente y única, sí hay varios aspectos que conviene conocer y que, si detectamos a tiempo y actuamos de una manera adecuada, nos harán creer en ese milagro que es tener el control sobre nuestro hijo o hija adolescente.
No en todos aparecen los mismos signos, pero estos sí son frecuentes y genéricos y podemos convertirlos en herramientas a nuestro favor en esta batalla de la que a veces es difícil salir airoso. Así que vamos con unas cuantas pautas que nos ayudarán a entender a nuestros hijos adolescentes y alejarnos del conocido dicho: «De pequeños son tan tiernos que te los comerías, y cuando crecen te arrepientes de no habértelos comido».
La etapa de la rebeldía
Ya decía Platón que el mejor método de aprendizaje entre las personas es la discusión, pero entendiéndola como un intercambio de pareceres productivo y enriquecedor, no como una batalla campal en la que tirar los trastos a la cabeza de tu interlocutor. Y es que tratar con adolescentes es una cosa que requiere de mucha filosofía.
En la mayoría de los casos, hablar con un hijo o hija adolescente se parece más a entrar en combate que al acto de comenzar una conversación. Pareciera que uno tuviera que ponerse el casco y el chaleco antibalas para salir indemne de tal tarea. Y ocurre así porque los adolescentes suelen tener el cargador de las palabras lleno de rebeldía.
¿Por qué siempre parecen estar tan a la defensiva? La adolescencia es la etapa en la que empiezan a sentirse libres. Comienzan a ser autónomos en la mayoría de sus tareas, empiezan a tomar sus decisiones, a realizar actividades sin la presencia de los padres. Y solo cuando uno es libre, puede entender lo que significa perder esa libertad. Subconscientemente, su cerebro les está diciendo que es la hora de vivir por sí mismos. ¿Cómo han podido estar tanto tiempo bajo la batuta de otra persona?
Por ello, cada instrucción que reciban, aunque sea bien intencionada, será interpretada como un robo a su libertad. ¡Necesitan decidir por sí mismos! Solo con ese proceso experimental podrán conocer su propio interior. Están conociendo el libre albedrío y sus consecuencias. Y eso hay que comprenderlo.
Es por eso que, retomando el consejo inicial, hay que acostumbrarse a sugerir más que a ordenar. En lugar de decirle: «A las diez de la noche tienes que estar en casa», habría que sugerirle que a esa hora debería estar, argumentando nuestra opinión, y apagaremos ese fuego que es la rebeldía si además le pedimos la suya al respecto.
Si impones la norma, buscará su propia excusa para mantener la codiciada libertad que le está ofreciendo esta etapa: «Es que todos mis amigos se quedan hasta más tarde». Y sus réplicas no hay que desestimarlas, pues es ahí donde empieza el proceso de negociación. Tienes que exponer tus argumentos, explicarle que es la primera vez que se está quedando hasta tan tarde y que tiene que demostrar que es responsable, y que si lo hace, poco a poco se irá ganando que se estire la hora de recogida. Un tira y afloja. No le estás imponiendo que vuelva a esa hora atacando su libertad, le estás diciendo que tiene que ganársela. Ya no eres su carcelero, sino la persona que le está ofreciendo ganarse sus beneficios.
Si haces que el proceso de negociación se repita en cada una de las complicadas decisiones y le permites desfogarse mediante el uso de su inteligencia, no utilizará ese lanzallamas que es su rebeldía adolescente. Pero mucho ojo, eso no significa que cedas a ella haciéndole creer que tiene poderes que no merece.
Para no avivar la rebeldía propia de la adolescencia, trata de negociar en lugar de imponer.
Más vale pronto que tarde
Hay temas propios de la adolescencia de los que hay que hablar con nuestros hijos que, reconozcámoslo, tratamos de postergar por temor a no saber cómo hacerlo, miedo a no tratarlos bien o incluso por timidez. Parece que nos dé miedo abordar temas adolescentes porque nuestros hijos nos mirarán con vergüenza. «¿Qué hace un carca como mi padre hablándome sobre sexo?», creemos que pensarán. Pero ya está bien de ponerse excusas, ¿quién es el adulto aquí?
Lo cierto es que hay temas que pueden resultar incómodos de abordar con nuestros hijos, pero a la vez extremadamente necesarios: sexo, drogas, ciclo menstrual, poluciones nocturnas... La mayoría de los padres prefiere evitar la confrontación y dejar que los adolescentes lo descubran por sí mismos, o delegar en los centros escolares, y no hace falta decir que eso es un gran error.
Aunque hoy en día los jóvenes tienen acceso a una mayor información que en nuestros tiempos debido a Internet, eso no significa que todo lo que puedan aprender ahí sea de calidad. Si no hablas con ellos, jamás podrás filtrarles los millones de sandeces que pueden llegar a aprender sobre el tema con las fuentes inadecuadas.
Internet es una gran fuente de información, pero también una gran fuente de desinformación llena de mitos y falsas noticias.
Por otro lado, retrasar estos temas no hace ningún favor a ninguno de los dos. Por un lado, el hecho de evitarlos hace que se les dé más importancia. Causa la sensación de ser tan impresionantes que tienen el poder de dominarnos. En cambio, tratarlos con naturaleza hace que se le reste intensidad. ¿Acaso tiemblas cuando le preguntas a tu hijo si quiere un refresco de limón o de naranja? Pues trata estos temas de igual manera. Son procesos naturales y como tales han de ser abordados.
Además, tratarlos con naturalidad y cuanto antes mejor hará que tu hijo o hija no se sienta estúpido con sus amigos al ser el único que todavía no ha recibido información sobre diversos asuntos que, nos guste o no, van a ser los temas estrella en las conversaciones con sus compañeros. Asúmelo, no hablar de ellos no hará que no los conozcan; al contrario, serás tú quien no sepa cómo los afronta.
No conviertas en tabú algunos temas adolescentes omitiéndolos; habla cuanto antes de ellos con tus hijos para que los interioricen con naturalidad. ¡No hay nada que esconder!
Tus hijos son perfectamente imperfectos
Uno de los factores que hacen que los adolescentes sean inestables y que su comportamiento cambie constantemente es su inseguridad. En esta etapa comienzan a caminar por la vida solos, y eso da miedo. Su subconsciente lo sabe, y las emociones se disparan, tratan de guiarlos mediante esas señales luminosas que son sus sentimientos a flor de piel.