La vida que se escribe
se terminó de editar
en su versión digital en
el mes de febrero de 2018
Dirección y cuidado editorial:
Alejandro Cruz Atienza
Coordinación editorial:
María Elena Ávila Urbina
Diseño editorial:
León Muñoz Santini
y Andrea García Flores
Maquetación, conversi ó n
y edici ó n digital :
Sandra Gina Castañeda Flores
Corrección:
Daniela Ivette Aguilar Santana
y Jorge Sánchez y Gándara
La vida que se escribe
Segunda edición: 2017
Segunda edición digital: 2018
D. R. © 2018. El Colegio Nacional
Luis González Obregón 23
Centro Histórico
06020, Ciudad de México
ISBN: 978-607-724-262-8
ISBN digital: 978-607-724-276-5
Hecho en México / Made in Mexico
Correos electrónicos:
www.colnal.mx
Índice
Con motivo de la inauguración de la cátedra José Emilio Pacheco en la Universidad de Maryland, el 2 de diciembre de 2016, Juan Villoro dictó la conferencia reproducida en este volumen.
Para esta segunda edición, el autor ha modificado algunos pasajes a la luz de la publicación de la antología Inventario en 2017.
Fanfarria para el hombre común
Del 5 de agosto de 1973 al 4 de julio de 1976, José Emilio Pacheco publicó la columna semanal “Inventario” en el suplemento Diorama de la Cultura, del periódico Excélsior, dirigido por Julio Scherer García. Luego del golpe orquestado por el presidente Luis Echeverría contra un diario que había logrado convertirse en uno de los diez mejores del mundo, Pacheco continuó publicando en la revista Proceso, también dirigida por Scherer, de noviembre de 1976 hasta su fallecimiento, en enero de 2014.
Antes de abordar la excepcional columna de Pacheco, vale la pena detenerse en el contexto en que fue publicada. Nadie colabora en un medio sin que alguien abra la puerta. Julio Scherer García concibió un periodismo heterodoxo, capaz de involucrar a articulistas provenientes de muy distintas disciplinas. Historiadores, politólogos, teólogos, comunicólogos, ingenieros convertidos en activistas se sumaron a un proyecto donde se hacía cultura desde la noticia y donde la cultura era noticia. Una entrevista con Julio Cortázar merecía primera plana.
Excélsior renovó las posibilidades del “periodismo de autor”; a tal grado que esa tendencia influyó en las zonas menos “intelectuales” del oficio. Ramón Márquez urdió impecables piezas en el ringside del boxeo (más tarde abordaría con fortuna la “nota roja”) y Manuel Seyde demostró que las crónicas de futbol podían ser variantes del lirismo o la diatriba, dependiendo del desempeño de los “ratoncitos verdes” de la selección nacional.
La realidad del periodismo no está en los hechos, sino en la manera de contarlos. Esta certeza definió la calidad de Excélsior y sus publicaciones paralelas, Plural , dirigida por Octavio Paz, Diorama de la Cultura, suplemento dirigido por el novelista Ignacio Solares, donde Pacheco publicó su “Inventario”, y Revista de Revistas, dirigida por Vicente Leñero, cronista capaz de convertir la visita de la actriz Raquel Welch a la Ciudad de México en un episodio inolvidable y de generar textos como el recuento de José Agustín sobre su estancia en la cárcel de Lecumberri o las entrevistas que la escritora argentina Tununa Mercado hizo a los sobrevivientes del Holocausto que vivían en México.
El afán de transformar una exclusiva en buena prosa venía de lejos, según recordó Pacheco en el “Inventario” dedicado a José Joaquín Fernández de Lizardi, cuyas colaboraciones en la prensa de principios del siglo xix fueron “literatura de emergencia”. De 1968 a 1976, en el Excélsior de Scherer esa emergencia se volvió costumbre y la “firma”, tan importante como el tema abordado.
En 1976 entré a estudiar la carrera de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y un profesor nos advirtió: “Estudien, muchachos, o van a acabar de periodistas”. Durante décadas, el oficio había sido degradado por escribidores que recibían sobornos del gobierno y pensaban, como el general Gonzalo N. Santos, que “la moral es un árbol que da moras”. Pero las cosas habían comenzado a cambiar, al menos en Excélsior . Ese mismo año, el presidente Echeverría juzgó que el periódico había ido demasiado lejos en su independencia y creó las condiciones para una sublevación “interna”, sin saber que los expulsados fundarían diversos medios críticos, como el Unomásuno, La Jornada y, por supuesto, Proceso , revista encabezada por el propio Scherer.
La afrenta a la libertad de expresión fue narrada con pulso maestro por Vicente Leñero en su novela sin ficción Los periodistas . Desde su título, el libro anuncia que el tema a tratar es un oficio. Al narrar los avatares de Excélsior , diagnostica las amenazas que se ciernen sobre la verdad y otorga valor épico a la sala de redacción donde se fragua el destino que se leerá mañana.
En un ámbito donde los colaboradores de la prensa adquirían progresiva importancia, Pacheco se presentaba como un testigo que rehuía el primer plano. Firmaba con sus iniciales (JEP) y dosificaba sus opiniones para realzar las de los otros. Al hablar de la voz sosegada de Antonio Machado, señaló que era “un conversador extraviado en una asamblea de oradores”. Lo mismo puede decirse del tono de Inventario, donde rara vez se usa la primera persona y donde los alardes estilísticos se suprimen en favor de la eficacia narrativa. Si para Ortega y Gasset la claridad es la cortesía del filósofo, para Pacheco es la obligación del cronista.
Esta voluntad de desaparecer contrasta con el tono confesional de otro colaborador del diario, Jorge Ibargüengoitia, maestro de la primera persona que escapó al narcisismo gracias al humor con que se burlaba de sus equívocos. Mientras Pacheco narraba la historia que antecedió al golpe de Estado en Chile, el calvario de Sacco y Vanzetti o la ascensión y caída de Vicente Guerrero, Ibargüengoitia ofrecía exclusivas de su vida privada y transformaba a sus tías de Guanajuato en celebridades noticiosas. En forma brillante, ambos registros establecieron polos complementarios del nuevo periodismo mexicano.
Pacheco apostó por un punto de vista a medio camino entre la crónica y el ensayo. Para Alfonso Reyes, el ensayo representa el “centauro de los géneros”, una criatura dual, hecha de ideas y aconteceres. Jinete de sí mismo, es un comentarista que relata, que piensa al cabalgar. Pacheco amplía estos atributos e incluye las exigencias del momento: en su caso, la mirada de Sagitario depende del paisaje que recorre semanalmente. Al escribir para un periódico, adquiere estrictos compromisos con la legibilidad, la extensión y la pertinencia temporal de sus textos. Opera en un espacio restringido. Curiosamente, estas exigencias fomentan su creatividad. Si el poeta debe liberarse entre las catorce rejas de un soneto y atender a la métrica y la rima, el periodista debe cumplir con un riguroso número de caracteres y satisfacer requisitos de interrogatorio judicial: quién, qué, cómo, cuándo, dónde.
El autor de Inventario fue ensayista desde el periodismo, lo cual equivale a decir que logró que la erudición pactara con los favores de la claridad y los imperativos de la hora.